Ramón Gómez de la Serna la llamaba brujita, meiga y pitonisa. Dalí la piropeaba a su manera diciéndole que era “mitad ángel, mitad marisco” y Buñuel nunca le perdonó que ella le venciera en un concurso de blasfemias. La arrolladora personalidad de Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902 – Madrid, 1995) atravesó las grandes transformaciones sociales y creativas del siglo XX, dejando huella en todo lo que acometía. Transgresora, fascinante y dueña de un temible sentido del humor, encarnó como nadie a la nueva mujer libre y emancipada de la República.
La Fundación Botín presenta una exposición dedicada a una de las grandes innovadoras del siglo XX, que llegará en octubre al Reina Sofía
Ramón Gómez de la Serna la llamaba brujita, meiga y pitonisa. Dalí la piropeaba a su manera diciéndole que era “mitad ángel, mitad marisco” y Buñuel nunca le perdonó que ella le venciera en un concurso de blasfemias. La arrolladora personalidad de Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902 – Madrid, 1995) atravesó las grandes transformaciones sociales y creativas del siglo XX, dejando huella en todo lo que acometía. Transgresora, fascinante y dueña de un temible sentido del humor, encarnó como nadie a la nueva mujer libre y emancipada de la República.
La guerra y la dictadura la expulsaron de España durante 25 años y a la vuelta, en 1962, le fue difícil remontar pese a su fuerza y el reconocimiento de algunos incondicionales. Hubo que esperar hasta 2010 para que la Academia de Bellas Artes de San Fernando le dedicara una antológica que la reconocía como una de las figuras más importantes de la Generación del 27 y una artista esencial de las vanguardias del siglo XX. Era la primera vez que la sacrosanta institución presumía de la obra de una mujer y celebraba también que Mallo fue una de sus primeras alumnas. Aquel fue el comienzo de una consagración que hoy alcanza su máxima expresión con la exposición Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982, una exhaustiva retrospectiva de más de un centenar de obras que recorren y documentan toda su carrera: desde el realismo mágico de sus primeros años hasta las configuraciones geométricas y fantásticas de sus últimas obras. La exposición que este sábado se inaugura en el Centro Botín de Santander se podrá visitar hasta el 14 de septiembre. Coproducida con el Reina Sofía, se exhibirá en Madrid a partir del 8 de octubre.
La historiadora Patricia Molins, responsable del Departamento de Exposiciones del Museo Reina Sofía, ha sido la encargada de elaborar una muestra que quiere ir más allá de la mera exhibición de la obra de la artista. A los numerosos préstamos de pinturas y dibujos de instituciones nacionales e internacionales, se ha podido añadir documentación (entrevistas, cartas, fotografías) del Archivo Lafuente, perteneciente al Reina Sofía y ubicado en Santander, justo enfrente del Centro Botín. Molins ha querido dibujar un completo retrato de una creadora coetánea de artistas como Frida Kahlo o Georgia O’Keeffe.
Toda la segunda planta del edificio construido por Renzo Piano está ocupado por Maruja Mallo. Molins ha optado por el orden cronológico. Desde el realismo mágico y las composiciones de carácter surrealista de sus primeros años hasta las configuraciones geométricas y fantásticas de sus últimas obras. El material documental ilustra al visitante cómo desde su más temprana juventud, Maruja Mallo se relacionó con intelectuales como Salvador Dalí, André Breton, José Ortega y Gasset, Federico García Lorca, Pablo Picasso, Luis Buñuel, Ramón Gómez de la Serna, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Rosa Chacel o María Zambrano entre muchos otros.
La exposición arranca con dos pinturas de sus comienzos: Indígena (1024-1925) y Retrato de señora con abanico (hacia 1926), del Museo Provincial de Lugo. Son dos obras que presentan dos asuntos clave en su trayectoria: el interés por otras culturas y el retrato de la mujer moderna.
Cuando se le pide a la comisaria que haga una valoración de la artista, responde sin dudar que Mallo es una de las principales figuras de la Generación del 27 y del arte español del siglo XX. “Esto era evidente en 1936 por el número de exposiciones que hizo, su presencia constante en la prensa nacional, el despegue inicial de su proyección en el extranjero —Breton le compró Espantapájaros, una obra de su exposición individual en París en 1932, y el estado francés otra de la exposición de arte español contemporáneo en el Jeu de Pomme en 1936″. Añade la experta que ya en la posguerra otros artistas como Luis Castellanos, su compañero de la Escuela de Vallecas, la situaba como la artista más influyente del Madrid republicano. Incluso las críticas reflejan su importancia: su antiguo amigo Ernesto Giménez Caballero nombra a Mallo y a Lorca como “las influencias con las que hay que acabar en la cultura para que la guerra que se habían ganado en el terreno militar no se perdiera después en el cultural”.
La exposición sigue con sus series más populares: Verbenas y Estampas. La comisaria explica que Mallo definió sus verbenas como “creaciones mágicas de medidas exactas”. Son escenas de carnaval en las que el pueblo, sin distinción de razas, clases o géneros, es el protagonista, mientras que los tópicos habitualmente ligados a la España negra —toros, guardias civiles, manolas, las castas, o la superstición— son ridiculizados, y “el pueblo toma como pretexto la mitología y los santos para divertirse colectivamente”, según explicaba la propia artista. Pero la verbena es también ocasión de tregua en la que conviven razas y paisajes de todo el mundo —incluyendo ángeles negros— y la ciencia y la magia se dan la mano, reflejando la simultaneidad y el dinamismo de la ciudad moderna. Aquí se reunirán por vez primera sus cinco verbenas. A las cuatro que ya se exhiben se sumará una quinta que actualmente forma parte de otra exposición.
Las Estampas, que ella más tarde llamó “simbologramas”, incluyen varias series: las estampas populares, las deportivas, las cinemáticas y las de escaparates y maniquíes.
El reconocimiento que Mallo logró de Bretón hizo que durante mucho tiempo se la vinculara al movimiento surrealista cuando esa aproximación fue muy esporádica. Cloacas y campanarios (1929-32) es la serie en la que la atmósfera onírica está más presente. Aquí la figura humana solo aparece como huella, residuo o esqueleto, abandonada en la tierra baldía. Son cuadros que pinta en los tiempos durante los que frecuenta a los artistas de la Escuela de Vallecas y viaja por Castilla con Miguel Hernández, su pareja por entonces.
Fotografías
Entre dibujos y maquetas de escenarios teatrales, la exposición aborda una de las partes más fascinantes de la obra de la artista: las fotografías. La imagen que más ha trascendido de ella es la que luce en entrevistas televisivas con Soler Serrano o Paloma Chamorro. Vestida y maquillada con verdes menta, amarillos canarios, azulones y todas las gamas del violeta, fascinaba a la cámara con su narrativa precisa y socarrona. Era un sentido del humor y un afán experimentador que la llevó a autorretratarse más que ningún otro artista. La comisaria señala una imagen de 1929, un momento de crisis de la artista, en la que aparece entre un vagón y una vía de tren abandonados. En 1945 volvió a esa teatralización performativa retratándose en una playa chilena como diosa marina cubierta de algas.
De su exilio argentino se exhiben series como Atletas y acróbatas (años cincuenta), Moradores del vacío (hacia 1968-1980) y Viajeros del éter (1982).
El cierre es todo un homenaje a la Revista de Occidente. Había sido Ortega y Gasset quien en 1928 le ofreció los salones de la publicación para organizar una exposición a la que acudió la flor y nata del mundillo artístico madrileño. Fue tal éxito que Maruja Mallo se convirtió en una voz imprescindible para todo evento cultural y social que se preciara. A su vuelta del exilio fue Soledad Ortega, directora de la Revista de Occidente, quien le facilitó sus primeras colaboraciones públicas, como dibujante de portadas. Muchas de esas imágenes se convirtieron en los cuadros de su última etapa. La artista volvió a ser la principal colaboradora de la revista, y especialmente de los números dedicados a José Ortega y Gasset y a la República.
¿Por qué se ha tardado tanto en realizar una completa exposición dedicada a una artista esencial para las vanguardias? Manuel Segade, director del Reina Sofía, reconoció durante la presentación en Santander que es incomprensible. De hecho, una de las primeras metas que tenía al llegar al museo era dar a Mallo una antológica a su altura. “Pero supimos que el Centro Botín trabajaba ya en el proyecto y decidimos coproducir la muestra con ellos. Es una colaboración entre lo público y lo privado que nos ha ayudado a completar el retrato de la artista”.
Segade aprovechó para recordar que las obras de rehabilitación del antiguo edificio del Banco de España en Santander, frente al Centro Botín, estarán listas en poco más de un año. Además de convertirse en sede del Archivo Lafuente, será un espacio en el que se celebrarán exposiciones de arte contemporáneo y tendrá su propio director, dependiendo siempre del Reina Sofía.
Maruja Mallo siguió investigando y creando casi hasta el final. Las carreras espaciales, los ovnis y los universos esotéricos protagonizaron sus últimos trabajos.
Mallo murió en Madrid el 6 de febrero de 1995 a los 93 años. La fractura de una cadera la forzó a vivir en un centro geriátrico durante una década. Allí, con sus amigos más próximos, siguió siendo la reina de las tertulias que tanto disfrutaba.
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