Usted también puede ser contertulio, o contertulia. Usted lo es ya, de hecho, cuando cada mañana se sienta a tomar el café e interviene tostada en mano en el debate, bien asintiendo, bien replicando con más o menos furia, bien dando en ocasiones, un puñetazo en la mesa. Usted lo es, sin cobrar, vaya, pero con la ventaja de que tampoco se mueve de casa, que la vida del contertulio tiene unos horarios fatales. El contertulio es como Platero, pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Con esto quiero decir que una vez que integras en tu vida a un grupo de contertulios, por más que te saquen de quicio, son como tu familia, que también te saca de quicio. Hay días que usted se levanta con ellos y se acuesta con ellos. Conclusión: no está usted tan solo, tiene a sus contertulios. A veces nos hacen soñar y otras reír, ¿verdad? Su preferido es ese tipo de contertulio que lanza una idea muy sobada como si fuera nueva en el planeta, como si se le acabara de ocurrir. Eso, en sí, es gracioso. El contertulio puede decir: ¡Cuidado, que Trump no es tonto, no lo subestimemos!, o puede decir, “este es el fin del sueño americano”, o “es el mercado, estúpidos”, y se queda más ancho que largo. La otra noche, un contertulio cualquiera tomó aire, como preparando a la audiencia, y soltó que Trump había respondido contra la dictadura woke con la dictadura del antiwokismo. Ahí quedaba eso. Lástima que el pensamiento no fuera nuevo sino la traducción exacta de lo que ya en campaña proclamó el emperador naranja, cuando prometía que libraría al pueblo de las lacras de la inclusividad, la diversidad y la igualdad. Pero cuán fabuloso es observar cómo se expanden lugares comunes: acabo de escuchar a Willy Bárcenas, líder de Taburete, confesar que él respaldaba a Trump porque creía que había llegado para liberarnos de la dictadura woke, pero que le estaba decepcionando con el tema aranceles, Rusia y tal. Jo.
Hay análisis tan presentistas que no caen en la cuenta de que la célebre dictadura del wokismo no existía cuando el joven Trump empezó a hacer de las suyas. Fue sorprendente, por cierto, que en los Oscars la gran película que define este momento, The Apprentice, pasara sin pena ni gloria. Quién sabe qué hilos se movieron, después de que los abogados de Trump hubieran ya intentado bloquear la distribución y el estreno de la película, para que no obtuviera el reconocimiento que merecía en los premios. Críticos del mundo, ¿dónde estáis cuando lo evidente salta a los ojos? Los magníficos retratos del joven Donald, interpretado por Sebastian Stan, y del abogado Roy Cohn, encarnado por Jeremy Strong, que se convirtió en maestro en el arte de la marrullería del hoy presidente, son certeros y reveladores. Las enseñanzas del sibilino Cohn, que ya inspirara la función Angels in América, se contenían en tres mandamientos: el primero, “Ataca, ataca, ataca”; el segundo, “No admitas nada y niega todo”, y el tercero, “No importa lo que suceda, reclama la victoria y nunca aceptes la derrota”. Nada ha cambiado en la mente de Trump desde que fuera entrenado por aquel siniestro personaje que había intervenido en la condena a muerte de los Rosenberg y trabajado mano a mano con el senador McCarthy para destruir la reputación y la carrera de supuestos comunistas. Fue Cohn quien le enseñó a manejar el arma del miedo para vencer al adversario. En aquel Nueva York mugriento y desquiciado de los 70, el stay woke de los años 30 referido a quienes estaban alerta contra el racismo había caído en desuso. De tal forma, que interpretar la ideología trumpista, basada en una falta flagrante de escrúpulos, como una reacción a lo woke es la tesis propia de quien no se atreve a decir que detesta todos y cada uno de los activismos que lo conforman. Con esta contundencia respondo desde el sofá a las contertuliadas. Lo sé, nada heroico.
Hay análisis tan presentistas que no caen en la cuenta de que la célebre dictadura del wokismo no existía cuando el joven Trump empezó a hacer de las suyas
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Hay análisis tan presentistas que no caen en la cuenta de que la célebre dictadura del ‘wokismo’ no existía cuando el joven Trump empezó a hacer de las suyas


Usted también puede ser contertulio, o contertulia. Usted lo es ya, de hecho, cuando cada mañana se sienta a tomar el café e interviene tostada en mano en el debate, bien asintiendo, bien replicando con más o menos furia, bien dando en ocasiones, un puñetazo en la mesa. Usted lo es, sin cobrar, vaya, pero con la ventaja de que tampoco se mueve de casa, que la vida del contertulio tiene unos horarios fatales. El contertulio es como Platero, pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Con esto quiero decir que una vez que integras en tu vida a un grupo de contertulios, por más que te saquen de quicio, son como tu familia, que también te saca de quicio. Hay días que usted se levanta con ellos y se acuesta con ellos. Conclusión: no está usted tan solo, tiene a sus contertulios. A veces nos hacen soñar y otras reír, ¿verdad? Su preferido es ese tipo de contertulio que lanza una idea muy sobada como si fuera nueva en el planeta, como si se le acabara de ocurrir. Eso, en sí, es gracioso. El contertulio puede decir: ¡Cuidado, que Trump no es tonto, no lo subestimemos!, o puede decir, “este es el fin del sueño americano”, o “es el mercado, estúpidos”, y se queda más ancho que largo. La otra noche, un contertulio cualquiera tomó aire, como preparando a la audiencia, y soltó que Trump había respondido contra la dictadura woke con la dictadura del antiwokismo. Ahí quedaba eso. Lástima que el pensamiento no fuera nuevo sino la traducción exacta de lo que ya en campaña proclamó el emperador naranja, cuando prometía que libraría al pueblo de las lacras de la inclusividad, la diversidad y la igualdad. Pero cuán fabuloso es observar cómo se expanden lugares comunes: acabo de escuchar a Willy Bárcenas, líder de Taburete, confesar que él respaldaba a Trump porque creía que había llegado para liberarnos de la dictadura woke, pero que le estaba decepcionando con el tema aranceles, Rusia y tal. Jo.
Hay análisis tan presentistas que no caen en la cuenta de que la célebre dictadura del wokismo no existía cuando el joven Trump empezó a hacer de las suyas. Fue sorprendente, por cierto, que en los Oscars la gran película que define este momento, The Apprentice, pasara sin pena ni gloria. Quién sabe qué hilos se movieron, después de que los abogados de Trump hubieran ya intentado bloquear la distribución y el estreno de la película, para que no obtuviera el reconocimiento que merecía en los premios. Críticos del mundo, ¿dónde estáis cuando lo evidente salta a los ojos? Los magníficos retratos del joven Donald, interpretado por Sebastian Stan, y del abogado Roy Cohn, encarnado por Jeremy Strong, que se convirtió en maestro en el arte de la marrullería del hoy presidente, son certeros y reveladores. Las enseñanzas del sibilino Cohn, que ya inspirara la función Angels in América, se contenían en tres mandamientos: el primero, “Ataca, ataca, ataca”; el segundo, “No admitas nada y niega todo”, y el tercero, “No importa lo que suceda, reclama la victoria y nunca aceptes la derrota”. Nada ha cambiado en la mente de Trump desde que fuera entrenado por aquel siniestro personaje que había intervenido en la condena a muerte de los Rosenberg y trabajado mano a mano con el senador McCarthy para destruir la reputación y la carrera de supuestos comunistas. Fue Cohn quien le enseñó a manejar el arma del miedo para vencer al adversario. En aquel Nueva York mugriento y desquiciado de los 70, el stay woke de los años 30 referido a quienes estaban alerta contra el racismo había caído en desuso. De tal forma, que interpretar la ideología trumpista, basada en una falta flagrante de escrúpulos, como una reacción a lo woke es la tesis propia de quien no se atreve a decir que detesta todos y cada uno de los activismos que lo conforman. Con esta contundencia respondo desde el sofá a las contertuliadas. Lo sé, nada heroico.
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Sobre la firma

Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por ‘Los Trapos Sucios’ y el Biblioteca Breve por ‘Una palabra tuya’. Otras novelas suyas son: ‘Lo que me queda por vivir’ y ‘A corazón abierto’. Su último libro es ‘En la boca del lobo’. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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