<p class=»ue-c-article__paragraph»><i><strong>Black Mirror</strong></i> es una serie tan consistente en sus méritos y sus intenciones que ha llegado a ese punto en el que su mayor problema, el mismo de<i> Los Simpsons</i>, es su propia herencia. O sea, le exigimos y, a la vez, reprochamos que sea más de lo mismo. Nunca olvidemos que Charlie Brooker es el autor de todos los guiones, una labor monumental comparable a la de su directo antecesor, Brian Clemens, autor total de la magistral antología televisiva <i>Thriller</i>. La séptima temporada incluye <i>Hotel Reverie</i>, un capítulo tan deudor de <i>San Junípero</i> que se ve obligado a guiñarle. Pero ¿cuál es el problema? <strong>Siempre hemos aplaudido que los grandes directores se permitiesen rodar la misma película</strong>. El problema de <i>Hotel Reverie</i>, que no tiene <i>El Dorado</i> de Howard Hawks o <i>Casino </i>de Martin Scorsese, es ser el fragmento de una serie longeva, algo que condiciona nuestra tolerancia a la repetición, una repetición que, encima, forma parte del contrato. Llegados a este punto, ¿puede una obra ser sofisticada indefinidamente? ¿Tiene el prestigio fecha límite?</p>
Acaba de aterrizar ‘La ciudad sumergida’, la décima entrega de ‘Arkham Horror’, como si en las películas de Indiana Jones los templos en ruinas, los océanos y callejones estuvieran poblados por monstruos tentaculares y agujeros a otros mundos
Black Mirror es una serie tan consistente en sus méritos y sus intenciones que ha llegado a ese punto en el que su mayor problema, el mismo de Los Simpsons, es su propia herencia. O sea, le exigimos y, a la vez, reprochamos que sea más de lo mismo. Nunca olvidemos que Charlie Brooker es el autor de todos los guiones, una labor monumental comparable a la de su directo antecesor, Brian Clemens, autor total de la magistral antología televisiva Thriller. La séptima temporada incluye Hotel Reverie, un capítulo tan deudor de San Junípero que se ve obligado a guiñarle. Pero ¿cuál es el problema? Siempre hemos aplaudido que los grandes directores se permitiesen rodar la misma película. El problema de Hotel Reverie, que no tiene El Dorado de Howard Hawks o Casino de Martin Scorsese, es ser el fragmento de una serie longeva, algo que condiciona nuestra tolerancia a la repetición, una repetición que, encima, forma parte del contrato. Llegados a este punto, ¿puede una obra ser sofisticada indefinidamente? ¿Tiene el prestigio fecha límite?
Acaba de aterrizar La ciudad sumergida, la décima entrega de Arkham Horror, una serie que nació con la voluntad de transformar el horror cósmico de H.P. Lovecraft en el punto de partida de un espectáculo a gran escala, respetando el periodo histórico, el año 1926, y exprimiendo las posibilidades que tenía el planeta por aquel entonces para el crimen y la aventura. Exactamente como si en las películas de Indiana Jones los templos en ruinas, los océanos y callejones estuvieran poblados por monstruos tentaculares y agujeros a otros mundos. Bueno, debería decir cuanto antes que estoy hablando de un juego de cartas.
Arkham Horror es un artefacto narrativo que admite subtramas, giros sorpresa, flashbacks, cambios de punto de vista… ¡incluso es posible que el narrador no sea fiable! O sea, bajo su apariencia de relato de buenos y malos se da un robo constante de los engranajes de la ficción de vieja escuela. Siendo un juego en el que nosotros, los protagonistas, nos enfrentamos a un guion que se va desplegando, ni siquiera existe una dicotomía rígida entre ganar o perder: después de los nueve capítulos que suele tener cada temporada el desenlace puede ser ambiguo, agridulce o críptico. Y a lo largo de casi diez años no ha habido ni un sólo escenario que no invente una mecánica nueva, al servicio de una trama de espionaje en un casino, una persecución automovilística, o un viaje onírico poblado de culpas. Las reglas básicas son una obra maestra en ese sentido, un diseño estricto, pero calculado al milímetro para que la flexibilidad sea total. Una flexibilidad que resulta ser obligatoria. Y si me encargasen el diseño de un serie infinita, del asunto que fuese, ya sabéis qué baraja me pondría a estudiar.
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