Las dos veterinarias no saben muy bien qué hacer. Por supuesto que pueden curar a un perro, o un caballo. Pero un caso así nunca se les había presentado. Suelen cuidar a mascotas, jamás habían lidiado con un animal tan salvaje. Así que en el documental The Tale of Silyan, de Tamara Kotevska, presentado fuera de concurso en el festival de Venecia, se entregan a intentonas erráticas. Primero, buscan respuestas en vídeos de internet. Luego, se aferran a una ocurrencia: le sirven comida para gatos. Acaba, cómo no, escupida. Finalmente, se les agotan las opciones. No tienen respuestas para el buen hombre que vino a pedir ayuda. Al revés, le despiden con una pregunta:
Un documental en el festival de Venecia describe los efectos del capitalismo y el cambio climático a través del vínculo que surge entre un agricultor y un ave
Las dos veterinarias no saben muy bien qué hacer. Por supuesto que pueden curar a un perro, o un caballo. Pero un caso así nunca se les había presentado. Suelen cuidar a mascotas, jamás habían lidiado con un animal tan salvaje. Así que en el documental The Tale of Silyan, de Tamara Kotevska, presentado fuera de concurso en el festival de Venecia, se entregan a intentonas erráticas. Primero, buscan respuestas en vídeos de internet. Luego, se aferran a una ocurrencia: le sirven comida para gatos. Acaba, cómo no, escupida. Finalmente, se les agotan las opciones. No tienen respuestas para el buen hombre que vino a pedir ayuda. Al revés, le despiden con una pregunta:
―¿Te llevarás a la cigüeña a casa?
Qué remedio. Nikola se ha quedado sin nadie más. Su familia se ha marchado a Alemania, en busca de las oportunidades que no encuentra en Macedonia del Norte. La cigüeña también está sola: con un ala rota, ya no puede reunirse con la bandada. Al menos se tienen el uno a la otra. El hombre caza varios animales, hasta dar con el manjar favorito de su invitada: ranas. Incluso se adormecen juntos en el sofá, ella con la cabeza en el hombro de él, en uno de los momentos más asombrosos del documental. Básicamente, se hacen compañeros de piso. Y, poco a poco, amigos.
Aunque la nueva fábula real de Kotevska quiere ir mucho más allá: habla de capitalismo salvaje, las migraciones, el ecologismo, la soledad o la familia. Del mundo que tenemos, y el que estamos dejando atrás. Y de los encantos que aparecen cuando alguien deja de correr y mira a su alrededor. La cineasta lo hizo con Honeyland, codirigida con Ljubomir Stefanov, en 2019: la historia de la última cazadora de abejas de Europa logró hasta dos nominaciones al Oscar. The Tale of Silyan confirmasu compromiso. Y, sobre todo, su talento.
Češinovo, Macedonia del Norte. El municipio del país con la mayor presencia de cigüeñas salvajes. Las hay casi en cada tejado. Por las calles, en los campos, y por supuesto en tradiciones y leyendas, como la de Sylian, del siglo XVII, que da nombre al filme. Allí estuvieron grabando durante dos años la directora y su equipo: el primero lo entregaron a las aves, comprenderlas, entender cómo filmarlas. Y dejar que se acostumbraran a tan cercana presencia humana. Pero, a fuerza de estar con ellas, apareció Nikola, junto con su amiga plumada. Y entonces el foco del documental cambió. Aunque no el método: con el hombre y su familia también construyeron la confianza a base de semanas codo con codo. No por nada la principal fuente de inspiración de Kotevska es Werner Herzog, premiado en Venecia con un León de Oro de Honor. “Tenemos que tratar con más respeto toda la magia que hay en la realidad, y tomarnos el tiempo para verla. Siempre intento un acercamiento distinto respecto a lo que vemos habitualmente en los documentales. Pueden contener mucho más respecto a lo que se suele ver”, defendió la cineasta en su rueda de prensa en el certamen.

Así que The Tale of Silyan también filma un mercado, donde Nikola y su esposa tratan de vender frutas y hortalizas que cultivan. Cada vez, sin embargo, ganan menos, igual que los otros agricultores. El mundo está cambiando, y no parece contar con ellos, por más que se planten, protesten o corten las carreteras con sus camiones. Finalmente, Nikola y su mujer se resuelven a poner a la venta sus terrenos. Ella, poco después, se va a Alemania, adonde ya se fueron su hija y nieta. O el inquilino de otra casa cercana, deshabitada desde entonces. Otro vecino también decidió marcharse por la soledad, pero más lejos. Ya no puede volver.
“¿Te acuerdas cuando las cigüeñas saltaban detrás de nuestros tractores? Plantábamos y ellas comían”, comparte Nikola con otro granjero. Hubo un tiempo, también en el metraje del filme, en que los campos bullían de cultivos y vida, y las aves cazaban ahí la comida para sus crías. Muchas secuencias después, sin embargo, el suelo se ha secado, igual que un pájaro desnutrido. Nikola lo entierra, junto con su vieja vida. Nadie compra sus tierras, ni quiere contratar a un hombre que lleva 45 años como agricultor. Solo le encuentran sitio en un basurero, para recoger los restos con un buldócer. Hasta que, en su camino, se cruza otra cigüeña salvaje.

“Es un animal que tiene un simbolismo muy fuerte en el país. Es especialmente importante para el ecosistema, hay una codependencia con los seres humanos. Y está conectado a la historia de migración de la gente por razones económicas, pero también por las guerras en esa zona. Muchos, tras unos cuantos años en el extranjero, vuelven”, relata Kotevska. El filme muestra que la familia de Nikola sigue lejos. Pero la Nochevieja ya no le pilla solo. En una secuencia, se hace un selfi con su amiga. El hombre le construye un nido, pero cuando diluvia la cigüeña lo tiene claro: se mete en casa. Mientras él toma un café, ella anda picando migas por la cocina. Y cuando el ala al fin se ha curado, Nikola le quita la venda y le suelta: “Vuela con tu familia”. El ave, sin embargo, se queda.
De ahí que el documental aluda durante todo el metraje a la historia de Sylian. El joven rechazaba el duro trabajo en el campo, tanto que su padre le maldijo: “Espero que te vuelvas pájaro para no verte nunca más”. El chico, efectivamente, se convirtió en cigüeña. Y como tal vivió, migró, volvió y se plantó delante de la casa paterna, en busca de reconciliación. El progenitor no podía reconocerle, pero le acogió: “Has perdido a tu familia como yo, que eché a mi hijo. Me ayudarás a plantar y sobreviviremos”. Y así fue como Sylian volvió a casa. Ahí termina el cuento. Aunque la realidad ha ido incluso más allá: cigüeña y hombre se han hecho amigos.
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