La creencia de que en tierra firme todo es más estable persigue a los marineros de agua dulce. Pero quien aprende a esperar la ola, montarse en ella y cabalgarla alcanza algo que todos los surfistas desean: la capacidad de comulgar consigo mismos y de dialogar con el agua encima de una tabla. Algo parecido fue lo que le sucedió a Sam Bleakley (1978, Newmill, Cornualles) cuando su padre, Alan Fuz Bleakley (pionero del surf inglés en los años sesenta y fundador de Surf Insight Magazine), le enseñó a coger olas en una playa local. Aquella experiencia entre el padre, el hijo y el mar a principios de la década de los años ochenta provocó que Bleakley se convirtiera en deportista profesional y se doctorase en la materia. Por eso Surf! 100 Years of Waveriding in Cornwall —la exposición que comisaría y que se puede ver en el Museo Nacional Marítimo de este condado al suroeste de Inglaterra hasta el mes de enero de 2027— nace para rendir homenaje a este deporte (olímpico desde 2020) tan popular en este punto del mapa inglés bañado por el mar Céltico y el canal de la Mancha, al que llegó hace un siglo.
La muestra cuenta con 104 tablas de surf (entre las cuales destaca la diseñada por Damien Hirst y Maia Norman) y alrededor de 160 objetos entre los que hay neoprenos, tablas de skate, revistas, películas domésticas retro, algunos instrumentos musicales y un pequeño corner que reproduce la icónica tienda Bilbo. Además de visibilizar la memorabilia genuina del surf, para Bleakley era importante reivindicar a los artesanos que fabrican tablas o apoyar a los surfistas pioneros del lugar, como es el caso de Rod Sumpter, quien lo popularizó a mediados de los años sesenta tras volver de Australia.
Este país de la Commonwealth es uno de los artífices de despertar la pasión por el surf contemporáneo de los jóvenes ingleses de clase acomodada. Así lo cuenta Aitor Francesena —leyenda viva del surf vasco—, cuya ceguera no le ha impedido seguir practicando y apoyando este deporte desde diferentes roles: “A los niños malotes ingleses los enviaban a Australia y fue allí donde comenzaron a hacer surf. De vuelta a su casa, buscaron sitios en los que poder practicarlo y descubrieron que en su isla también había olas”. Y concluye: “Por eso Inglaterra es una de las puertas de entrada del surf en Europa”.
Richard Doughty, director desde hace más de una década del Museo Nacional Marítimo, cuenta al otro lado de la pantalla que el surf deja en la zona un beneficio económico de unos 150 millones de libras al año (unos 176 millones de euros).
Para el propio Sam Bleakley, Cornualles es ni más ni menos que “la California de Inglaterra por sus playas de aguas azules y turquesas”. Prueba de ello es la famosa playa de Fistral (en Newquay) o la de Kynance Cove. Bleakley reconoce que el surf le aporta “positividad, empatía, resiliencia y atención plena”, además de contribuir a fortalecer la salud mental y la economía azul: basada en el desarrollo sostenible de actividades relacionadas con mares y océanos, así como la puesta en marcha de actividades socioeconómicas en zonas costeras.
No duda en aclarar que la diferencia entre disciplinas como el surf y el waveriding es sencilla. Mientras que la primera acepción conlleva directamente ponerse de pie en una tabla, la segunda hace referencia al acto de tomar olas en sí mediante diferentes modalidades como el kitesurf o el windsurf. En definitiva: el surf nos revela que aprender a desplazarse con la ayuda de los elementos es difícil pero no imposible y que puede conseguirse poniendo en práctica eso del go with the flow.
Una muestra en Cornualles celebra 100 años de la llegada de las tablas a esta región de Inglaterra. Fue una de las puertas de entrada de este deporte en Europa
Una muestra en Cornualles celebra 100 años de la llegada de las tablas a esta región de Inglaterra. Fue una de las puertas de entrada de este deporte en Europa

La creencia de que en tierra firme todo es más estable persigue a los marineros de agua dulce. Pero quien aprende a esperar la ola, montarse en ella y cabalgarla alcanza algo que todos los surfistas desean: la capacidad de comulgar consigo mismos y de dialogar con el agua encima de una tabla. Algo parecido fue lo que le sucedió a Sam Bleakley (1978, Newmill, Cornualles) cuando su padre, Alan Fuz Bleakley (pionero del surf inglés en los años sesenta y fundador de Surf Insight Magazine), le enseñó a coger olas en una playa local. Aquella experiencia entre el padre, el hijo y el mar a principios de la década de los años ochenta provocó que Bleakley se convirtiera en deportista profesional y se doctorase en la materia. Por eso Surf! 100 Years of Waveriding in Cornwall —la exposición que comisaría y que se puede ver en el Museo Nacional Marítimo de este condado al suroeste de Inglaterra hasta el mes de enero de 2027— nace para rendir homenaje a este deporte (olímpico desde 2020) tan popular en este punto del mapa inglés bañado por el mar Céltico y el canal de la Mancha, al que llegó hace un siglo.
La muestra cuenta con 104 tablas de surf (entre las cuales destaca la diseñada por Damien Hirst y Maia Norman) y alrededor de 160 objetos entre los que hay neoprenos, tablas de skate, revistas, películas domésticas retro, algunos instrumentos musicales y un pequeño corner que reproduce la icónica tienda Bilbo. Además de visibilizar la memorabilia genuina del surf, para Bleakley era importante reivindicar a los artesanos que fabrican tablas o apoyar a los surfistas pioneros del lugar, como es el caso de Rod Sumpter, quien lo popularizó a mediados de los años sesenta tras volver de Australia.
Este país de la Commonwealth es uno de los artífices de despertar la pasión por el surf contemporáneo de los jóvenes ingleses de clase acomodada. Así lo cuenta Aitor Francesena —leyenda viva del surf vasco—, cuya ceguera no le ha impedido seguir practicando y apoyando este deporte desde diferentes roles: “A los niños malotes ingleses los enviaban a Australia y fue allí donde comenzaron a hacer surf. De vuelta a su casa, buscaron sitios en los que poder practicarlo y descubrieron que en su isla también había olas”. Y concluye: “Por eso Inglaterra es una de las puertas de entrada del surf en Europa”.
Richard Doughty, director desde hace más de una década del Museo Nacional Marítimo, cuenta al otro lado de la pantalla que el surf deja en la zona un beneficio económico de unos 150 millones de libras al año (unos 176 millones de euros).
Para el propio Sam Bleakley, Cornualles es ni más ni menos que “la California de Inglaterra por sus playas de aguas azules y turquesas”. Prueba de ello es la famosa playa de Fistral (en Newquay) o la de Kynance Cove. Bleakley reconoce que el surf le aporta “positividad, empatía, resiliencia y atención plena”, además de contribuir a fortalecer la salud mental y la economía azul: basada en el desarrollo sostenible de actividades relacionadas con mares y océanos, así como la puesta en marcha de actividades socioeconómicas en zonas costeras.
No duda en aclarar que la diferencia entre disciplinas como el surf y el waveriding es sencilla. Mientras que la primera acepción conlleva directamente ponerse de pie en una tabla, la segunda hace referencia al acto de tomar olas en sí mediante diferentes modalidades como el kitesurf o el windsurf. En definitiva: el surf nos revela que aprender a desplazarse con la ayuda de los elementos es difícil pero no imposible y que puede conseguirse poniendo en práctica eso del go with the flow.
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