Ultraderechista gay se enamora de joven paquistaní en el Londres de Thatcher: los magníficos 40 años de ‘Mi hermosa lavandería’

Hay superproducciones que se estrellan antes de llegar a las pantallas, y joyas independientes que se hacen gigantes gracias al boca oreja. Mi hermosa lavandería (1985), que ahora cumple 40 años, es un ejemplo extremo de esta segunda categoría: al principio ni siquiera aspiraba a llegar a los cines y, sin embargo, se convirtió en un éxito internacional y en presencia ineludible de las listas de mejores películas del cine británico, además de catapultar las trayectorias de buena parte de sus artífices. Todo ello, con una historia aparentemente conflictiva, llena de crítica social, de dardos al clasismo inglés y con píldoras queer.

Mi hermosa lavandería cuenta la historia de Omar, hijo de emigrantes paquistaníes en el sur de Londres que no quiere acabar como su padre, un periodista de izquierdas fracasado, decepcionado por la sociedad inglesa. Omar prefiere acercarse a su tío Nasser, un hombre de negocios de éxito y con una doble vida: en casa, ejerce de patriarca clásico; fuera, mantiene una amante inglesa y frecuenta los salones de baile. Una noche, Omar se reencuentra con Johnny, un amigo inglés de infancia, reconvertido en skinhead. Ambos se dan cuenta de que se han convertido en lo opuesto a lo que fueron por culpa de las contradicciones de la sociedad inglesa: uno, racializado, se ha vuelto un cínico que solo cree en el dinero y el otro, de clase trabajadora, culpa de todo a los emigrantes. Admitir todo esto les acerca de nuevo y retoman la relación amorosa que mantuvieron de adolescentes. De paso aceptan modernizar y regentar una lavandería que Nasser usa, nunca mejor dicho, para blanquear el dinero que gana con la venta de droga. Obviamente todo termina por estallar, escaparate de la lavandería incluido, en un final tan feliz como cínico.

Daniel Day-Lewis y Gordon Warnecke en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Para el British Film Institute es una de las 100 mejores filmes británicos del siglo XX y se encuentra también en la lista de las 30 mejores de temática LGTBI que elabora la institución inglesa. Pero la historia de cómo llegó a rodarse y, sobre todo, a las pantallas de los cines de medio mundo, es tan fascinante como el destino de sus creadores y protagonista.

En 1982 el Parlamento británico había aprobado la creación de un nuevo canal de televisión en abierto para romper el duopolio entre la BBC del estado y el canal comercial ITV. Como buen ejemplo de las políticas neoliberales de Margaret Thatcher, la cadena estaría obligada a cumplir ciertos objetivos de servicio publico —representación de la diversidad nacional, valores innovadores y educativos y tener una personalidad diferenciada—, pero con dos condiciones económicas fundamentales: debía financiarse por sus propios medios, mediante la publicidad, y no podía producir sus contenidos de forma interna, sino encargarlos a productoras externas pero nacionales.

La mezcla, bautizada como Channel 4, resultó ser un éxito absoluto. La voluntad de buscar calidad y una oferta diferente junto con la necesidad de ser comercialmente viable ha conseguido que sigan siendo una de los tres canales mas vistos por los británicos y de los mas premiados. Gracias a Channel 4 se han producido series como Queer as Folk, Black Books, Misfits, Utopia o mas recientemente Shameless, Derry Girls o Black Mirror. La formula es clara: no huir de los temas políticamente arriesgados, darle espacio a la creatividad y procurar una producción solida y de calidad. Pero eso es ahora, con una personalidad afianzada. Hace 40 años todavía no sabían ni por donde empezar.

Daniel Day-Lewis y Gordon Warnecke en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Fue en aquella época cuando entraron en escena Tim Bevan y su entonces socia Sarah Radclyffe, que habían montado una promotora musical a principios de los ochenta que fichaba a jóvenes cineastas para realizar los imprescindibles videoclips de la época de la MTV. El paso a realizar películas parecía evidente y decidieron fundar una productora a la que llamaron Working Title. Inmediatamente recibieron el encargo para desarrollar un largometraje para Channel 4 que reflejara los valores de diversidad, actualidad y servicio publico de la cadena. En una entrevista incluida en los extras del DVD publicado por Criterion Collection, Radclyffe recordó aquellos años. “Channel 4 es lo mejor que ha pasado en nuestra generación. Para nosotros la BBC era el establishment y como de mayores y ITV era una combinación de empresas que hacía que no fuera fácil trabajar en ese entorno. Channel 4 era distinto, excitante. Era nuestra voz, nuestra generación. Podías arriesgarte y hacer temas políticos.”

Para el argumento Bevan pensó inmediatamente en un joven escritor paquistaní que había conocido poco antes y que escribía pequeñas pero punzantes obras de teatro para espacios independientes. Hanif Kureishi tenía 20 años, era hijo de un emigrante de Pakistán y una madre inglesa y había sufrido en sus carnes el racismo y el desclasamiento entre su entorno familiar tradicional y un país clasista marcado por las rupturas del punk, la crisis económica de los setenta y el todo vale del thatcherismo. Le pidió un guion y luego llamó a Stephen Frears, con experiencia en la BBC y con dos películas policiacas mas o menos fracasadas a sus espaldas, para que lo dirigiera.

Kureishi volcó en la historia todas sus experiencias personales: desde la estricta codificación de la estructura familiar pakistaní hasta el racismo de los skinheads en las calles, del trapicheo a la gentrificación, de las ilusiones rotas del Partido Laborista a la voracidad capitalista del thatcherismo. Incorporó incluso anécdotas biográficas y momentos de su propia vida. “Mi familia me mandó con una especie de tío, un amigo de la familia en realidad, porque estaban preocupados por mi carrera profesional, porque, aunque quería ser escritor no conseguía ganarme la vida”, contó en una entrevista para British Library. “Era propietario de varias lavanderías y me llevaba a verlas y me enseñó un mundo del que no sabía nada. El de un tipo de pequeño empresario.” Para darle una estructura clásica la concibió como una buddy movie clásica, una película de colegas, un subgénero en el que Frears podría sentirse cómodo.

Daniel Day-Lewis en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Pero si hay algo que define la película es el cinismo, envuelto en las mejores justificaciones, eso sí, como buen retrato de la sociedad de la época. “Stephen me dijo: ‘Hazlo sucio”, recordaba Kureishi en una reciente entrevista en The Guardian. “Es un gran consejo. Escribir sobre raza era algo serio y estirado. Los paquistaníes y los indios eran grupos victimizados siempre, y sin embargo existían estas figuras de emprendedores violentos, tipo El padrino. También me insistía en contarla como un western”.

Los temas están ahí: el racismo, la gentrificación, la violencia de clase, la homofobia, el machismo, el capitalismo rampante, la pedida de valores e ideales. El año de su estreno Frears declaraba a The New York Times que el filme era “un buen retrato de Gran Bretaña: comunidades aisladas sacando partido de la situación de cualquier manera: los ricos cada vez mas ricos y los pobres cada vez mas pobres y la gente luchando por mantener unos ciertos valores y dignidad. No se escuchan muchas risas hoy en día”. El tema de la gentrificación londinense ha resultado tan evidente que el British Film Institute realizó un reportaje sobre el antes y ahora de las localizaciones de la película. De los sucios y grises abandonos de los ochenta a impecables propiedades limpias, ajardinadas y dispuestas para ser fotografiadas para una revista inmobiliaria. Lo único que falta es la lavandería. En el solar ahora han construido un bloque de pisos.

La película no soluciona ni condena los problemas que refleja, ni siquiera los juzga. Al final acaba bien, un lieto fine como el de las operas, en el que todos los personajes se reconcilian y arreglan sus diferencias pero a costa de mirar hacia otro lado y de sacar beneficio de la situación. Como dice la historiadora del cine Pam Cook: “La fuerza de Mi hermosa lavandería está en hacer preguntas difíciles de una manera entretenida y provocativa a la vez, consiguiendo ser crítica y comprensiva al mismo tiempo”.

Daniel Day-Lewis y Gordon Warnecke en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

El rodaje fue rápido y sencillo, barato, con una mezcla de interpretes consagrados, ingleses y paquistaníes, y de caras nuevas. El papel mas llamativo, el de Johnny, el atormentado skinhead homosexual, fue rechazado sucesivamente por dos actores que empezaban a llamar la atención, Gary Olman y Tim Roth, para acabar en manos de un desconocido absoluto, un tal Daniel Day-Lewis. Ese mismo año rodaría también otra pequeña producción en la que interpretaba el personaje mas opuesto que se pueda imaginar: el estirado y pijo prometido de Helena Bonham Carter en Una habitación con vistas. Ambas películas se estrenarían casi a la vez.

Porque Mi hermosa lavandería tardaría en llegar a la televisión para la que fue concebida. En su presentación en el festival de Edimburgo fue tan alabada que la productora, Working Title, decidió inflarla de 16 a 35 mm y estrenarla en el circuito de cines. El éxito fue inmediato. Ganó 3 millones de dólares en taquilla frente a un presupuesto de apenas 600 mil libras. Estuvo nominada en varias categorías de premios, incluyendo a Kureishi como mejor guionista en los Bafta ingleses y los Oscar de Hollywood. El aplauso fue casi unánime. Y, además, supuso un impulso fundamental para la carrera de casi todos los que participaron en ella. Kureishi publicó en 1990 el influyente El buda de los suburbios, al que seguirían varios éxitos que lo consagraron como autor provocador y muy leído. Su opinión sobre el cine no ha cambiado, como dejó claro en unas recientes declaraciones a la revista Sight and Sound: “El cine independiente actual debería tratar sobre cómo es la vida en Gran Bretaña hoy en dia. Gran parte de lo que se hace en televisión es terrible: sentimental y nostálgico. Yo quería hacer algo duro”

Daniel Day-Lewis y Gordon Warnecke en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Frears, a su vez, no tardaría en lanzarse a proyectos de gran presupuesto, como Ábrete de orejas, un biopic del dramaturgo homosexual Joe Orton, y, sobre todo, Las amistades peligrosas. Sin embargo Frears chocaría con Hollywood en los últimos años del siglo XX con películas demasiado sofisticadas para la industria americana. Al fracaso de Héroe por accidente, con Dustin Hoffman y Geena Davies, le seguiría el de Mary Reilly, el primer intento de Julia Roberts de hacer un papel serio. Posteriormente encadenaría una serie de pequeñas producciones, algunas mas personales que otras, hasta que llegó The Queen, esa extraña justificación del comportamiento de Isabel II ante la muerte de Lady Di que le proporcionaría otro éxito mundial y le llevaría a resignarse a hacer películas comerciales eminentemente británicas como Philomena, Florence Foster Jenkins o Victoria & Abdul. Un curioso final ensalzando el establishment inglés para alguien que comenzó su carrera criticándolo.

Algo parecido pero a escala mucho mayor, sería el destino de la productora de Mi hermosa lavandería, Working Title, responsable de algunos de los títulos mas comerciales de los últimos 40 años, especializándose en el subgénero de comedia romántica inglesa y haciéndose de oro por el camino. Para la revista Variety es “sin duda la mejor productora inglesa y la de mayor éxito”. En 1994 estrenarían Cuatro bodas y un funeral, el exitazo que crearía la marca de la casa y daría inicio a su colaboración con el director Richard Curtis. Esa unión dará frutos como Notting Hill, las sucesivas entregas de los diarios de Bridget Jones o Love Actually. Aunque han producido películas de los hermanos Coen, de Derek Jarman o de Ken Loach —y, recientemente La sustancia o The Brutalist—, su catálogo a partir del año 2000 se centró en un tipo de cine reconociblemente inglés, entre adaptaciones literarias como Orgullo y perjuicio, películas amables como Billy Elliot o cine de época de Maria Reina de Escocia. Working Title se creó para producir películas que reflejaran la realidad política y social de Inglaterra y ha terminado por convertirse en una fabrica de tópicos edulcorados sobre lo inglés.

Póster original español de 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Pero sin duda la carrera mas importante de las que despegaron en 1984 con Mi hermosa lavandería fue la de Daniel Day-Lewis. Considerado “el mejor actor del mundo” tras ganar su tercer Oscar, con los años encarnaría papeles tan célebres como el protagonista de Mi pie izquierdo que sufre de parálisis cerebral, el injustamente condenado por terrorista del IRA en En el nombre del padre, pasando por el nativo americano de El ultimo mohicano o el pusilánime representante de la gilded age de Nueva York en La edad de la inocencia. Day-Lewis dominó la pantalla en los años noventa. Desde entonces, entre retiro y retiro en su zapatería del Oltrarno florentino, reaparece periódicamente. Y cuando lo hace le llueven los premios: tres Oscar, otros tantos globos de oro y cuatro Baftas son prueba de ello. Tiene pendiente de estreno Anemone, coescrita con su hijo, que también dirige la película.

Es curioso el destino de Mi hermosa lavanderia, una película de critica social, comprometida políticamente, que toca todos y cada uno de los puntos dolorosos de la sociedad inglesa con una precisión absoluta y que nunca estuvo destinada a llegar a los cines y que, sin embargo, se convirtió en el semillero del cine comercial de mayor éxito de las décadas siguientes. Pero mas sorprendente es comprobar su actualidad 40 años después. Convertida en un hito del cine queer, sigue tan fresca y punzante como el día de su estreno. Ahora que España se ha convertido en un país multirracial, con varias generaciones de hijos de emigrantes nacidos aquí y divididos entre dos modelos culturales, con ciudades gentrificadas y con la extrema derecha alimentándose de la desilusión de la clase trabajadora y eligiendo a homosexuales y emigrantes como chivo expiatorio, es el momento de volver a verla y comprobar su vigencia.

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 Daniel Day-Lewis, Hanif Kureishi y Stephen Frears eran casi desconocidos cuando saltaron a la palestra con esta película inglesa de bajo presupuesto que ahora cumple 40 años  

Hay superproducciones que se estrellan antes de llegar a las pantallas, y joyas independientes que se hacen gigantes gracias al boca oreja. Mi hermosa lavandería (1985), que ahora cumple 40 años, es un ejemplo extremo de esta segunda categoría: al principio ni siquiera aspiraba a llegar a los cines y, sin embargo, se convirtió en un éxito internacional y en presencia ineludible de las listas de mejores películas del cine británico, además de catapultar las trayectorias de buena parte de sus artífices. Todo ello, con una historia aparentemente conflictiva, llena de crítica social, de dardos al clasismo inglés y con píldoras queer.

Mi hermosa lavandería cuenta la historia de Omar, hijo de emigrantes paquistaníes en el sur de Londres que no quiere acabar como su padre, un periodista de izquierdas fracasado, decepcionado por la sociedad inglesa. Omar prefiere acercarse a su tío Nasser, un hombre de negocios de éxito y con una doble vida: en casa, ejerce de patriarca clásico; fuera, mantiene una amante inglesa y frecuenta los salones de baile. Una noche, Omar se reencuentra con Johnny, un amigo inglés de infancia, reconvertido en skinhead. Ambos se dan cuenta de que se han convertido en lo opuesto a lo que fueron por culpa de las contradicciones de la sociedad inglesa: uno, racializado, se ha vuelto un cínico que solo cree en el dinero y el otro, de clase trabajadora, culpa de todo a los emigrantes. Admitir todo esto les acerca de nuevo y retoman la relación amorosa que mantuvieron de adolescentes. De paso aceptan modernizar y regentar una lavandería que Nasser usa, nunca mejor dicho, para blanquear el dinero que gana con la venta de droga. Obviamente todo termina por estallar, escaparate de la lavandería incluido, en un final tan feliz como cínico.

Daniel Day-Lewis y Gordon Warnecke en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Para el British Film Institute es una de las 100 mejores filmes británicos del siglo XX y se encuentra también en la lista de las 30 mejores de temática LGTBI que elabora la institución inglesa. Pero la historia de cómo llegó a rodarse y, sobre todo, a las pantallas de los cines de medio mundo, es tan fascinante como el destino de sus creadores y protagonista.

En 1982 el Parlamento británico había aprobado la creación de un nuevo canal de televisión en abierto para romper el duopolio entre la BBC del estado y el canal comercial ITV. Como buen ejemplo de las políticas neoliberales de Margaret Thatcher, la cadena estaría obligada a cumplir ciertos objetivos de servicio publico —representación de la diversidad nacional, valores innovadores y educativos y tener una personalidad diferenciada—, pero con dos condiciones económicas fundamentales: debía financiarse por sus propios medios, mediante la publicidad, y no podía producir sus contenidos de forma interna, sino encargarlos a productoras externas pero nacionales.

La mezcla, bautizada como Channel 4, resultó ser un éxito absoluto. La voluntad de buscar calidad y una oferta diferente junto con la necesidad de ser comercialmente viable ha conseguido que sigan siendo una de los tres canales mas vistos por los británicos y de los mas premiados. Gracias a Channel 4 se han producido series como Queer as Folk, Black Books, Misfits, Utopia o mas recientemente Shameless, Derry Girls oBlack Mirror. La formula es clara: no huir de los temas políticamente arriesgados, darle espacio a la creatividad y procurar una producción solida y de calidad. Pero eso es ahora, con una personalidad afianzada. Hace 40 años todavía no sabían ni por donde empezar.

Daniel Day-Lewis y Gordon Warnecke en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Fue en aquella época cuando entraron en escena Tim Bevan y su entonces socia Sarah Radclyffe, que habían montado una promotora musical a principios de los ochenta que fichaba a jóvenes cineastas para realizar los imprescindibles videoclips de la época de la MTV. El paso a realizar películas parecía evidente y decidieron fundar una productora a la que llamaron Working Title. Inmediatamente recibieron el encargo para desarrollar un largometraje para Channel 4 que reflejara los valores de diversidad, actualidad y servicio publico de la cadena. En una entrevista incluida en los extras del DVD publicado por Criterion Collection, Radclyffe recordó aquellos años. “Channel 4 es lo mejor que ha pasado en nuestra generación. Para nosotros la BBC era el establishment y como de mayores y ITV era una combinación de empresas que hacía que no fuera fácil trabajar en ese entorno. Channel 4 era distinto, excitante. Era nuestra voz, nuestra generación. Podías arriesgarte y hacer temas políticos.”

Para el argumento Bevan pensó inmediatamente en un joven escritor paquistaní que había conocido poco antes y que escribía pequeñas pero punzantes obras de teatro para espacios independientes. Hanif Kureishi tenía 20 años, era hijo de un emigrante de Pakistán y una madre inglesa y había sufrido en sus carnes el racismo y el desclasamiento entre su entorno familiar tradicional y un país clasista marcado por las rupturas del punk, la crisis económica de los setenta y el todo vale del thatcherismo. Le pidió un guion y luego llamó a Stephen Frears, con experiencia en la BBC y con dos películas policiacas mas o menos fracasadas a sus espaldas, para que lo dirigiera.

Kureishi volcó en la historia todas sus experiencias personales: desde la estricta codificación de la estructura familiar pakistaní hasta el racismo de los skinheads en las calles, del trapicheo a la gentrificación, de las ilusiones rotas del Partido Laborista a la voracidad capitalista del thatcherismo. Incorporó incluso anécdotas biográficas y momentos de su propia vida. “Mi familia me mandó con una especie de tío, un amigo de la familia en realidad, porque estaban preocupados por mi carrera profesional, porque, aunque quería ser escritor no conseguía ganarme la vida”, contó en una entrevista para British Library. “Era propietario de varias lavanderías y me llevaba a verlas y me enseñó un mundo del que no sabía nada. El de un tipo de pequeño empresario.” Para darle una estructura clásica la concibió como una buddy movie clásica, una película de colegas, un subgénero en el que Frears podría sentirse cómodo.

Daniel Day-Lewis en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Pero si hay algo que define la película es el cinismo, envuelto en las mejores justificaciones, eso sí, como buen retrato de la sociedad de la época. “Stephen me dijo: ‘Hazlo sucio”, recordaba Kureishi en una reciente entrevista en The Guardian. “Es un gran consejo. Escribir sobre raza era algo serio y estirado. Los paquistaníes y los indios eran grupos victimizados siempre, y sin embargo existían estas figuras de emprendedores violentos, tipo El padrino. También me insistía en contarla como un western”.

Los temas están ahí: el racismo, la gentrificación, la violencia de clase, la homofobia, el machismo, el capitalismo rampante, la pedida de valores e ideales. El año de su estreno Frears declaraba a The New York Times que el filme era “un buen retrato de Gran Bretaña: comunidades aisladas sacando partido de la situación de cualquier manera: los ricos cada vez mas ricos y los pobres cada vez mas pobres y la gente luchando por mantener unos ciertos valores y dignidad. No se escuchan muchas risas hoy en día”. El tema de la gentrificación londinense ha resultado tan evidente que el British Film Institute realizó un reportaje sobre el antes y ahora de las localizaciones de la película. De los sucios y grises abandonos de los ochenta a impecables propiedades limpias, ajardinadas y dispuestas para ser fotografiadas para una revista inmobiliaria. Lo único que falta es la lavandería. En el solar ahora han construido un bloque de pisos.

La película no soluciona ni condena los problemas que refleja, ni siquiera los juzga. Al final acaba bien, un lieto fine como el de las operas, en el que todos los personajes se reconcilian y arreglan sus diferencias pero a costa de mirar hacia otro lado y de sacar beneficio de la situación. Como dice la historiadora del cine Pam Cook: “La fuerza de Mi hermosa lavandería está en hacer preguntas difíciles de una manera entretenida y provocativa a la vez, consiguiendo ser crítica y comprensiva al mismo tiempo”.

Daniel Day-Lewis y Gordon Warnecke en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

El rodaje fue rápido y sencillo, barato, con una mezcla de interpretes consagrados, ingleses y paquistaníes, y de caras nuevas. El papel mas llamativo, el de Johnny, el atormentado skinhead homosexual, fue rechazado sucesivamente por dos actores que empezaban a llamar la atención, Gary Olman y Tim Roth, para acabar en manos de un desconocido absoluto, un tal Daniel Day-Lewis. Ese mismo año rodaría también otra pequeña producción en la que interpretaba el personaje mas opuesto que se pueda imaginar: el estirado y pijo prometido de Helena Bonham Carter en Una habitación con vistas. Ambas películas se estrenarían casi a la vez.

Porque Mi hermosa lavandería tardaría en llegar a la televisión para la que fue concebida. En su presentación en el festival de Edimburgo fue tan alabada que la productora, Working Title, decidió inflarla de 16 a 35 mm y estrenarla en el circuito de cines. El éxito fue inmediato. Ganó 3 millones de dólares en taquilla frente a un presupuesto de apenas 600 mil libras. Estuvo nominada en varias categorías de premios, incluyendo a Kureishi como mejor guionista en los Bafta ingleses y los Oscar de Hollywood. El aplauso fue casi unánime. Y, además, supuso un impulso fundamental para la carrera de casi todos los que participaron en ella. Kureishi publicó en 1990 el influyente El buda de los suburbios, al que seguirían varios éxitos que lo consagraron como autor provocador y muy leído. Su opinión sobre el cine no ha cambiado, como dejó claro en unas recientes declaraciones a la revista Sight and Sound: “El cine independiente actual debería tratar sobre cómo es la vida en Gran Bretaña hoy en dia. Gran parte de lo que se hace en televisión es terrible: sentimental y nostálgico. Yo quería hacer algo duro”

Daniel Day-Lewis y Gordon Warnecke en 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Frears, a su vez, no tardaría en lanzarse a proyectos de gran presupuesto, como Ábrete de orejas, un biopic del dramaturgo homosexual Joe Orton, y, sobre todo, Las amistades peligrosas. Sin embargo Frears chocaría con Hollywood en los últimos años del siglo XX con películas demasiado sofisticadas para la industria americana. Al fracaso de Héroe por accidente, con Dustin Hoffman y Geena Davies, le seguiría el de Mary Reilly, el primer intento de Julia Roberts de hacer un papel serio. Posteriormente encadenaría una serie de pequeñas producciones, algunas mas personales que otras, hasta que llegó The Queen, esa extraña justificación del comportamiento de Isabel II ante la muerte de Lady Di que le proporcionaría otro éxito mundial y le llevaría a resignarse a hacer películas comerciales eminentemente británicas como Philomena, Florence Foster Jenkins o Victoria & Abdul. Un curioso final ensalzando el establishment inglés para alguien que comenzó su carrera criticándolo.

Algo parecido pero a escala mucho mayor, sería el destino de la productora de Mi hermosa lavandería, Working Title, responsable de algunos de los títulos mas comerciales de los últimos 40 años, especializándose en el subgénero de comedia romántica inglesa y haciéndose de oro por el camino. Para la revista Variety es “sin duda la mejor productora inglesa y la de mayor éxito”. En 1994 estrenarían Cuatro bodas y un funeral, el exitazo que crearía la marca de la casa y daría inicio a su colaboración con el director Richard Curtis. Esa unión dará frutos como Notting Hill, las sucesivas entregas de los diarios de Bridget Jones o Love Actually. Aunque han producido películas de los hermanos Coen, de Derek Jarman o de Ken Loach —y, recientemente La sustancia o The Brutalist—, su catálogo a partir del año 2000 se centró en un tipo de cine reconociblemente inglés, entre adaptaciones literarias como Orgullo y perjuicio, películas amables como Billy Elliot o cine de época de Maria Reina de Escocia. Working Title se creó para producir películas que reflejaran la realidad política y social de Inglaterra y ha terminado por convertirse en una fabrica de tópicos edulcorados sobre lo inglés.

Póster original español de 'Mi hermosa lavandería' (1985).

Pero sin duda la carrera mas importante de las que despegaron en 1984 con Mi hermosa lavandería fue la de Daniel Day-Lewis. Considerado “el mejor actor del mundo” tras ganar su tercer Oscar, con los años encarnaría papeles tan célebres como el protagonista de Mi pie izquierdo que sufre de parálisis cerebral, el injustamente condenado por terrorista del IRA en En el nombre del padre, pasando por el nativo americano de El ultimo mohicano o el pusilánime representante de la gilded age de Nueva York en La edad de la inocencia. Day-Lewis dominó la pantalla en los años noventa. Desde entonces, entre retiro y retiro en su zapatería del Oltrarno florentino, reaparece periódicamente. Y cuando lo hace le llueven los premios: tres Oscar, otros tantos globos de oro y cuatro Baftas son prueba de ello. Tiene pendiente de estreno Anemone, coescrita con su hijo, que también dirige la película.

Es curioso el destino de Mi hermosa lavanderia, una película de critica social, comprometida políticamente, que toca todos y cada uno de los puntos dolorosos de la sociedad inglesa con una precisión absoluta y que nunca estuvo destinada a llegar a los cines y que, sin embargo, se convirtió en el semillero del cine comercial de mayor éxito de las décadas siguientes. Pero mas sorprendente es comprobar su actualidad 40 años después. Convertida en un hito del cine queer, sigue tan fresca y punzante como el día de su estreno. Ahora que España se ha convertido en un país multirracial, con varias generaciones de hijos de emigrantes nacidos aquí y divididos entre dos modelos culturales, con ciudades gentrificadas y con la extrema derecha alimentándose de la desilusión de la clase trabajadora y eligiendo a homosexuales y emigrantes como chivo expiatorio, es el momento de volver a verla y comprobar su vigencia.

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