¿Qué comida se sirvió en la última cena? Los creadores, de Leonardo da Vinci a Ai Weiwei, se sientan a la mesa de la discordia

“Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce. Mientras comían, dijo: ‘Os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar”. Si, en medio de una alegre comida, nuestro anfitrión soltase semejante sentencia, a buen seguro que después nadie se acordaría de si la cena estuvo a la altura o de si el lugar era agradable, pues resultaría un detalle nimio, casi de mal gusto, en comparación con el extraordinario giro de guion de la escena.

Quizás esto explica que ninguno de los evangelistas ―Marcos (14:12-25), Mateo (26:17-29), Lucas (22: 7-23) y Juan (13: 21-30)― apenas diga nada sobre el menú que se sirvió en tan trascendental encuentro. Tan solo unas breves menciones al pan ácimo, al vino y al cordero, alimentos propios de la Pascua judía. Pero algo más debía de haber en esa mesa. Como señala Julio Valles, historiador de la alimentación y estudioso de la representación de la última cena en el arte occidental, lo más probable es que los alimentos mencionados vinieran acompañados de verduras, hierbas amargas y frutos secos, similares a los del actual plato del Séder de Pésaj [cena ritual] judío.

A pesar de las escasas certezas sobre la célebre comida, pocos episodios de la Biblia han resultado tan atractivos para algunos artistas, y la ausencia de datos, lejos de desincentivarlos, ha espoleado su imaginación, utilizando ese momento cumbre para hacer guiños a espacios y gastronomías locales, pero, especialmente, para alimentar polémicas.

Así, frente a miles de versiones convencionales del pasaje, presididas por Cristo ante una mesa con escasas viandas, en un espacio sobrio y con Judas como único elemento disruptivo, agarrado siempre a la bolsa del dinero y con los cuchillos de la mesa señalándole como traidor, diversos pintores aprovecharon la ocasión para mostrar con heterodoxia los alimentos, los espacios o los personajes protagonistas. Comenzando por la imagen más conocida, la pintura mural que Leonardo da Vinci realizó entre 1495 y 1498 en Santa Maria delle Grazie de Milán, que estaba llamada a marcar no solo el esquema compositivo de la escena, desterrando, por ejemplo, la mesa redonda o semicircular habitual en las representaciones medievales, sino también una tendencia a la recontextualización y a la controversia.

Detalle de 'La última cena', de Leonardo Da Vinci.

Con la versión de Da Vinci se abandona cualquier intento de recrear comidas y espacios de la Jerusalén del siglo I y se nos introduce, sin complejos, en ambientes que a sus coetáneos les debieron de resultar extrañamente familiares. Los platos de peltre, las vinagreras, las copas de vino o los saleros, así como los manteles, con sus característicos patrones y formas de planchado, remitían a los que se apilaban en los aparadores de las casas acomodadas del centro de Italia. Pero, además de este aggiornamento en el atrezo, lo que más debió de impactar a sus primeros espectadores fue ver que el cordero tradicional había sido sustituido por trozos de anguila, para más inri, un alimento prohibido para los judíos practicantes. Algunos historiadores justifican este insólito cambio por las costumbres alimenticias del artista, al parecer próximas al vegetarianismo, y otros lo entienden como una provocación ante la insistencia para que terminara una obra en la que se demoró más de tres años.

La rebeldía a través de la comida que se observa en la representación de Leonardo no es única en el arte y reaparece en épocas y contextos diversos. Así pueden interpretarse algunos cuadros de la escuela cuzqueña, por ejemplo, el sorprendente menú de la última cena de la Catedral de Cuzco, realizada por el pintor amerindio Marcos Zapata alrededor de 1753, donde el cordero aparece sustituido por un cuy o conejillo de Indias, plato especial de la gastronomía andina desde tiempos prehispánicos, junto a tortillas de maíz, choclo o papayas, en lo que historiadores como Teresa Gisbert han visto un símbolo de resistencia ideológica del colonizado.

Escenarios improbables

Si el contenido de la cena ha dado pie a cierta disensión, el contexto y los participantes también han servido a creadores de todas las épocas para poner sobre la mesa asuntos espinosos. Setenta y cinco años después de la imagen de Leonardo, Paolo Veronese volvía a la carga en su versión para el refectorio del convento dominico de San Juan y San Pablo en Venecia (1573).

'Cena en casa de Leví' (1573), de Paolo Veronese (1528-1588).

El humilde cenáculo de los textos se transforma para la ocasión en un suntuoso palacio veneciano y la escena aparece presidida por un Jesucristo al que todo el mundo ignora, rodeado de invitados vestidos a la última moda, algunos con costumbres distinguidas, como el uso del tenedor, y con algún que otro asistente indeseado, como el grupo de borrachos, el que se saca algo de entre los dientes o el bufón impertinente que está a punto de ser golpeado. Toda una osadía que le valió a su autor una citación ante el tribunal del Santo Oficio en julio de 1573 para conminarle a eliminar varios personajes, incluido el perro del primer término, pese a que, como afirma Valles, estos animales solían estar en los banquetes por su capacidad para hacer desaparecer las sobras. Pero lo único que cambió El Veronés fue el título del cuadro, que pasó entonces a llamarse Cena en casa de Leví. Y asunto resuelto.

Sin embargo, su audacia debió de dar alas a la imaginación de algunos pintores que, hasta la actualidad, han situado este capítulo en ambientes improbables, más cercanos a los de sus recuerdos o imaginaciones, como un dodecaedro surrealista con vistas a la bahía de Port Lligat dentro del particular universo de Salvador Dalí (1955), o una orgiástica casa de campo en la Toscana en la visión de Terry Rodgers, presentada recientemente en Artefiera de Bolonia.

Los artistas entran en la escena

Junto a la comida y el contexto, los artistas, especialmente en el arte contemporáneo, han encontrado en los protagonistas del pasaje auténticos trasuntos de ellos mismos, de su personalidad y sus obsesiones. Así puede entenderse la monumental serie de más de cien pinturas dedicada a la escena de Leonardo que Andy Warhol realizó entre 1984 y 1986.

Una mujer contempla la obra 'Sixty Last Supper', de Andy Warhol.

Como si de una estrella de cine se tratase, Warhol sometió a Jesucristo al mismo proceso de serialización que sufrieron Marilyn Monroe o Elvis Presley. Mediante repeticiones serigrafiadas, o combinándolo con logotipos y titulares de periódicos, Cristo quedaba también banalizado y fagocitado por el sistema. Detrás de esta serie, presentada en Milán pocos meses antes de su muerte, emergen, en palabras de la especialista Jessica Beck, temas que atormentaban a Warhol, como los estragos de la fama, la muerte prematura o el conflicto que sentía entre su fe y su sexualidad.

Si Warhol proyecta sus obsesiones en la figura del Mesías, Ai Weiwei se identifica con la del gran antagonista de la historia, Judas Iscariote, en su reciente obra realizada con piezas de Lego, La última cena en rosa (2023), donde el rostro del traidor es sustituido por el del propio Ai Weiwei. De esta forma, el artista chino parece reírse a carcajadas del incómodo papel político y artístico que le ha tocado interpretar y, de paso, coloca la penúltima pieza usada por el arte para llenar el vacío de los textos sobre la célebre cena con alimentos, espacios y rostros que no varían en nada el destino fatal del anfitrión, pero que, sin duda, lo hacen mucho más terrenal y humano.

'La última cena en rosa' (2023), de Ai Weiwei.

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 Las representaciones de uno de los momentos clave de los evangelios presentan variaciones y hasta provocaciones a lo largo de la historia del arte  

“Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce. Mientras comían, dijo: ‘Os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar”. Si, en medio de una alegre comida, nuestro anfitrión soltase semejante sentencia, a buen seguro que después nadie se acordaría de si la cena estuvo a la altura o de si el lugar era agradable, pues resultaría un detalle nimio, casi de mal gusto, en comparación con el extraordinario giro de guion de la escena.

Quizás esto explica que ninguno de los evangelistas ―Marcos (14:12-25), Mateo (26:17-29), Lucas (22: 7-23) y Juan (13: 21-30)― apenas diga nada sobre el menú que se sirvió en tan trascendental encuentro. Tan solo unas breves menciones al pan ácimo, al vino y al cordero, alimentos propios de la Pascua judía. Pero algo más debía de haber en esa mesa. Como señala Julio Valles, historiador de la alimentación y estudioso de la representación de la última cena en el arte occidental, lo más probable es que los alimentos mencionados vinieran acompañados de verduras, hierbas amargas y frutos secos, similares a los del actual plato del Séder de Pésaj [cena ritual] judío.

A pesar de las escasas certezas sobre la célebre comida, pocos episodios de la Biblia han resultado tan atractivos para algunos artistas, y la ausencia de datos, lejos de desincentivarlos, ha espoleado su imaginación, utilizando ese momento cumbre para hacer guiños a espacios y gastronomías locales, pero, especialmente, para alimentar polémicas.

Así, frente a miles de versiones convencionales del pasaje, presididas por Cristo ante una mesa con escasas viandas, en un espacio sobrio y con Judas como único elemento disruptivo, agarrado siempre a la bolsa del dinero y con los cuchillos de la mesa señalándole como traidor, diversos pintores aprovecharon la ocasión para mostrar con heterodoxia los alimentos, los espacios o los personajes protagonistas. Comenzando por la imagen más conocida, la pintura mural que Leonardo da Vinci realizó entre 1495 y 1498 en Santa Maria delle Grazie de Milán, que estaba llamada a marcar no solo el esquema compositivo de la escena, desterrando, por ejemplo, la mesa redonda o semicircular habitual en las representaciones medievales, sino también una tendencia a la recontextualización y a la controversia.

Detalle de 'La última cena', de Leonardo Da Vinci.

Con la versión de Da Vinci se abandona cualquier intento de recrear comidas y espacios de la Jerusalén del siglo I y se nos introduce, sin complejos, en ambientes que a sus coetáneos les debieron de resultar extrañamente familiares. Los platos de peltre, las vinagreras, las copas de vino o los saleros, así como los manteles, con sus característicos patrones y formas de planchado, remitían a los que se apilaban en los aparadores de las casas acomodadas del centro de Italia. Pero, además de este aggiornamento en el atrezo, lo que más debió de impactar a sus primeros espectadores fue ver que el cordero tradicional había sido sustituido por trozos de anguila, para más inri, un alimento prohibido para los judíos practicantes. Algunos historiadores justifican este insólito cambio por las costumbres alimenticias del artista, al parecer próximas al vegetarianismo, y otros lo entienden como una provocación ante la insistencia para que terminara una obra en la que se demoró más de tres años.

La rebeldía a través de la comida que se observa en la representación de Leonardo no es única en el arte y reaparece en épocas y contextos diversos. Así pueden interpretarse algunos cuadros de la escuela cuzqueña, por ejemplo, el sorprendente menú de la última cena de la Catedral de Cuzco, realizada por el pintor amerindio Marcos Zapata alrededor de 1753, donde el cordero aparece sustituido por un cuy o conejillo de Indias, plato especial de la gastronomía andina desde tiempos prehispánicos, junto a tortillas de maíz, choclo o papayas, en lo que historiadores como Teresa Gisbert han visto un símbolo de resistencia ideológica del colonizado.

Escenarios improbables

Si el contenido de la cena ha dado pie a cierta disensión, el contexto y los participantes también han servido a creadores de todas las épocas para poner sobre la mesa asuntos espinosos. Setenta y cinco años después de la imagen de Leonardo, Paolo Veronese volvía a la carga en su versión para el refectorio del convento dominico de San Juan y San Pablo en Venecia (1573).

'Cena en casa de Leví' (1573), de Paolo Veronese (1528-1588).

El humilde cenáculo de los textos se transforma para la ocasión en un suntuoso palacio veneciano y la escena aparece presidida por un Jesucristo al que todo el mundo ignora, rodeado de invitados vestidos a la última moda, algunos con costumbres distinguidas, como el uso del tenedor, y con algún que otro asistente indeseado, como el grupo de borrachos, el que se saca algo de entre los dientes o el bufón impertinente que está a punto de ser golpeado. Toda una osadía que le valió a su autor una citación ante el tribunal del Santo Oficio en julio de 1573 para conminarle a eliminar varios personajes, incluido el perro del primer término, pese a que, como afirma Valles, estos animales solían estar en los banquetes por su capacidad para hacer desaparecer las sobras. Pero lo único que cambió El Veronés fue el título del cuadro, que pasó entonces a llamarse Cena en casa de Leví. Y asunto resuelto.

Sin embargo, su audacia debió de dar alas a la imaginación de algunos pintores que, hasta la actualidad, han situado este capítulo en ambientes improbables, más cercanos a los de sus recuerdos o imaginaciones, como un dodecaedro surrealista con vistas a la bahía de Port Lligat dentro del particular universo de Salvador Dalí (1955), o una orgiástica casa de campo en la Toscana en la visión de Terry Rodgers, presentada recientemente en Artefiera de Bolonia.

Los artistas entran en la escena

Junto a la comida y el contexto, los artistas, especialmente en el arte contemporáneo, han encontrado en los protagonistas del pasaje auténticos trasuntos de ellos mismos, de su personalidad y sus obsesiones. Así puede entenderse la monumental serie de más de cien pinturas dedicada a la escena de Leonardo que Andy Warhol realizó entre 1984 y 1986.

Una mujer contempla la obra 'Sixty Last Supper', de Andy Warhol.

Como si de una estrella de cine se tratase, Warhol sometió a Jesucristo al mismo proceso de serialización que sufrieron Marilyn Monroe o Elvis Presley. Mediante repeticiones serigrafiadas, o combinándolo con logotipos y titulares de periódicos, Cristo quedaba también banalizado y fagocitado por el sistema. Detrás de esta serie, presentada en Milán pocos meses antes de su muerte, emergen, en palabras de la especialista Jessica Beck, temas que atormentaban a Warhol, como los estragos de la fama, la muerte prematura o el conflicto que sentía entre su fe y su sexualidad.

Si Warhol proyecta sus obsesiones en la figura del Mesías, Ai Weiwei se identifica con la del gran antagonista de la historia, Judas Iscariote, en su reciente obra realizada con piezas de Lego, La última cena en rosa (2023), donde el rostro del traidor es sustituido por el del propio Ai Weiwei. De esta forma, el artista chino parece reírse a carcajadas del incómodo papel político y artístico que le ha tocado interpretar y, de paso, coloca la penúltima pieza usada por el arte para llenar el vacío de los textos sobre la célebre cena con alimentos, espacios y rostros que no varían en nada el destino fatal del anfitrión, pero que, sin duda, lo hacen mucho más terrenal y humano.

'La última cena en rosa' (2023), de Ai Weiwei.

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