Pedro Simón: «Ahora todos estamos a un milímetro o un botón pulsado del caos. Estamos muy cerca del abismo»

<p>En 2015, <strong>Pedro Simón</strong> (Madrid, 1971) publicó <strong>‘Peligro de derrumbe’</strong>, su primera novela, un fresco de la España que malvivía tras la gran crisis. Diez años después, muchas cosas han cambiado tanto para el país como para el periodista de EL MUNDO, pese a su empeño en seguir vistiendo sólo camisetas negras, hoy escritor consagrado con un <strong>Premio Primavera </strong>y tres novelas más, todas de éxito. Ahora, la reedición revisada y afinada de aquel primer libro sirve para reflexionar sobre lo que el tiempo ha curado… y lo que no.</p>

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 Consolidado como escritor de éxito (aunque refunfuñe) reedita su primera novela, ‘Peligro de derrumbe’, y resume su filosofía periodística: «Allí donde hay una herida, hay una historia que contar»  

En 2015, Pedro Simón (Madrid, 1971) publicó ‘Peligro de derrumbe’, su primera novela, un fresco de la España que malvivía tras la gran crisis. Diez años después, muchas cosas han cambiado tanto para el país como para el periodista de EL MUNDO, pese a su empeño en seguir vistiendo sólo camisetas negras, hoy escritor consagrado con un Premio Primavera y tres novelas más, todas de éxito. Ahora, la reedición revisada y afinada de aquel primer libro sirve para reflexionar sobre lo que el tiempo ha curado&mldr; y lo que no.

Has escrito ‘Peligro de derrumbe’, ‘Los ingratos’, ‘Los incomprendidos’… Todo comedias.
La alegría de la huerta, ya sabes [risas]. A ver, la materia prima averiada es con lo que yo trabajo siempre. Tengo una querencia como periodista hacia la gente que está jodida que luego, de algún modo, traslado a la literatura. Creo que ahí donde hay una herida siempre hay una historia que contar, que ahí donde hay gente que está jodida hay material para un reportaje y que el dolor nos cose y nos anuda. Tú podrías ser protagonista de una novela si me contases la parte de tu vida que seguramente no me quieres contar.
Tal vez, pero no sería una novela intensa, más bien cómica.
No sé. Estoy convencido de que tiene que haber algo jodido porque a todos hay algo que nos quita el sueño.
Cuando hablas de materia prima averiada, ¿hablas de los demás o de ti?
Hablo de todos. Creo que todos tenemos piececitas que ajustar. A mí el tema que me obsesiona es el de la muerte porque tuve un trauma de pequeño con este asunto que no he conseguido quitarme de en medio.
¿Qué trauma?
Tenía un tío que era testigo de Jehová y esquizofrénico, las dos cosas a la vez, y cuando tenía siete u ocho años me dijo que el mundo se iba a acabar el lunes. Entonces, hostias, ese fin de semana lo pasé fatal, llorando y de todo, pero amanecí el lunes, vi que el mundo seguía y dije: «Bueno, será por la tarde». Obviamente, tampoco fue por la tarde, pero de aquellos dos días que un crío de ocho años creyó que el mundo se acababa, me quedó una ralladura muy seria con este tema y, haciendo psicología barata, a veces creo que viene de ahí escribir de gente que está jodida.
¿Qué sigue vigente, 10 años después, de la España que mostraba ‘Peligro de derrumbe’?
Es como una novela histórica en el sentido de que han pasado 10 años, pero España es otro país, esa es la verdad. Por ejemplo, en el primer trimestre de 2009 hubo casi 800.000 parados más y en 2013 llegamos casi al 28% de desempleo. Había 500 desahucios al día. Yo he visto cosas muy marcianas haciendo reportajes: familias de once miembros comiendo de la pensión del abuelo, gente buscando bombonas de butano para ducharse caliente, pueblos donde se sorteaban los empleos, otros donde más del 50% de la población estaba en el paro&mldr; Una barbaridad. Esa crisis fue devastadora como un tsunami, yo veía España como ‘Mad Max’, totalmente arrasada.
Eso ha cambiado.
Sí. De algún modo, en aquella época había un ambiente pandémico porque todo el mundo estaba tocado. El que no había tenido un problema en la familia con el desempleo, había perdido una empresa o había estado inmerso en un ERE. Era todo absolutamente desolador. Ahora la situación económica es diferente. Es buena, muy buena incluso, le pese a quien le pese y aunque haya ciertos sectores conservadores que nieguen la evidencia. Afortunadamente es así, pero lo que sí detecto, como sucedía entonces, son muchas incertidumbres replicadas.
¿Cuáles?
Veo incertidumbres en el tema climático, que son las que más me preocupan, y veo incertidumbres que se adosan a estas y tienen que ver con la geopolítica. A estas dos se suman también las incertidumbres energéticas y las incertidumbres relacionales y tecnológicas. Vemos formas de relacionarse muy chungas y maneras de acercarse al sexo muy extrañas. Gente que ya no se pone si no es porno con inteligencia artificial, coger la foto de una compañera y desnudarla y cosas de estas. Y también sigue habiendo incertidumbres laborales, sólo que ahora llegan de otro modo. La IA está golpeando y es una amenaza para muchos empleos. Al final, todos estamos a un milímetro o a un botón pulsado del caos. Hoy más que nunca. Lo hemos visto hace poco con el apagón y con la actual situación geopolítica, estamos muy cerca del abismo.
Lo que apenas ha cambiado desde 2015 es la situación de los jóvenes: empleos precarios, sueldos bajos, vivienda inalcanzable…
Yo creo que hay dos termómetros de país. Uno es el de la dignidad, que se mide en cómo tratamos a la gente que está peor que nosotros, por ejemplo los mayores. Ahí damos buena temperatura como país: hay pensiones, hay residencias, hay una sanidad pública, nadie en la pandemia puso en tela de juicio que los primeros a atender eran los ancianos, el transporte es prácticamente gratuito, la medicación tirada de precio, entradas al teatro y al cine&mldr; Mejorable todo, claro que sí, pero veo al país bien abrochado por ahí. El otro termómetro es el de la esperanza y es cómo tratamos a la gente joven. Ahí damos una nota de mierda.
Desde hace mucho.
Sí. Han pasado diez años y en el libro hay una protagonista, Yolanda, que está acabando Arquitectura, ha sido muy buena chica porque le dijeron que si lo era iba a tener un curro magnífico y se está comiendo los mocos. Eso pasaba entonces y pasa igual hoy. Lo mejor que tenemos ahora mismo es la juventud, gente con tres o cuatro idiomas, proactiva, que quiere viajar, que tiene ganas de relacionarse, de explorar y que es menos ingenua que nosotros en muchas cosas. Bueno, pues esa gente está condenada a irse de España o a tener que soportar viviendas impagables, salarios basura y situaciones laborales absolutamente precarizadas y cronificadas. Y todo eso bajo la sospecha del adulto que te dice que eres un nini, un vago, estás empanado y no te enteras de nada, como si todos los que tenemos más de 40 fuésemos premios Nobel. Un paternalismo total. Admiro mucho a la gente joven. Cuando doy alguna charla en un instituto o una universidad, me gusta empezar diciéndoselo porque todo el mundo les insulta.
Se les hace sentir culpables de una situación heredada.
La culpa nos cose a muchos, es una cosa muy judeocristiana y muy nuestra, muy española, y lo que sucede cuando no tienes empleo es que encima te sientes culpable porque la gente piensa que eres tonto o que eres un vago, que no haces nada o que no has hecho lo suficiente. Por supuesto, eso te deja la autoestima absolutamente destrozada porque la mirada del otro te dice que si no estás ganando mucha pasta es que no te lo habrás montado muy bien, que no serás tan listo como te crees. Eso sienten también los protagonistas del libro, esa vergüenza, esa culpa insidiosa que procede de la mirada del otro, es inevitable.
No eres un tío intenso hasta que te pones a hablar de trabajo. ¿Se te han quedado dentro las cosas que has visto y contado? ¿Han marcado tu personalidad?
Posiblemente, aunque descreo mucho de este rollo de «oh, cómo sufre el periodista que cuenta dramas». Al final, nosotros vivimos en zonas cojonudas, vas a un sitio, lo cuentas y vuelves a tu casa o estás tres horas con alguien que ha sido violado por su padre y luego vuelves a una vida donde esto no ha sucedido. Solemnizar el yo siempre supone mala salud mental; sin embargo, solemnizar la vida de los otros creo que nos hace bien. Al menos a mí me hace bien.
Pero, a poco empático que seas, algo te queda.
Claro, claro. Si llevas 30 años contando vidas jodidas de los otros, indemne no sales. Algo se te queda dentro seguro.
¿Volverías a dedicarte al periodismo social si empezaras de cero?
He disfrutado mucho cuando hacía entrevistas menos duras y disfruto mucho escribiendo columnas de deportes o en las que estoy hablando de montar en bici, de libros o de una cosa que me ha hecho gracia de mis hijos, pero la cabra siempre tira al monte y lo que más me interesa de este tinglado llamado vida es destilar el dolor de la gente porque eso también tiene que ver con mi dolor, creo.
Bueno, ahora eres un escritor de éxito.
Bueno, no sé si éxito…
Premios, ventas, contrato con una gran editorial&mldr; Diría que casi todos los escritores lo considerarían tener éxito.
Yo creo que uno no se convierte en escritor por el hecho de escribir un libro. Además, ahora hay mucha gente dando la turra con sus libros. Javier Gomá dijo una cosa muy divertida: «En España se leen pocos libros porque todo el mundo está escribiendo el suyo» [risas]. Entonces, igual que ponerte una bata blanca no te convierte en médico, tú te conviertes en escritor cuando la gente decide que lo eres y que tus facturas y tus impuestos los pagan tus novelas.
A ver, ¿te consideras escritor o no?
Sabes lo que pasa, que cuando escucho la palabra escritor pienso en John Steinbeck, en Ignacio Aldecoa o en Concha Alós y eso se me queda muy grande. No es falsa vanidad es simplemente que no creo que uno esté en ese pabellón. ¿Que escribo novelas que se venden más o menos bien? Sí. ¿Que son novelas que gustan? Sí. ¿Que estoy muy agradecido? Desde luego. ¿Que eso me posibilitaría dedicarme sólo a escribir novelas? Sí, pero a mí lo que más me gusta es escribir reportajes y compartir historias. Me sigo considerando un periodista y creo que me moriré siendo eso. Además, escribir novelas te enclaustra demasiado, te mete en una cueva y las cuevas son un poco nocivas. Necesito socializar.
Está sobrevaloradísimo escribir.
Sobre todo, lo que está es mal pagado. Lo que es una mentira tremenda es lo de las musas. Cuando he escrito las novelas muchos días, agárrate, me levantaba a las cuatro y media de la mañana a escribir. A ti te da algo [risas].
Implanteable
Pues yo me ponía a escribir a las cuatro y media el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, una semana y otra y otra y otra. Escribiendo la última novela, ‘Los siguientes’, adelgacé ocho kilos en medio año. Lo mejor de escribir un libro es cuando lo terminas.
¿Y el prestigio? Porque el periodismo da más ego que prestigio.
Tengo 53 años ya y en el periodismo me ha pasado lo mejor y lo peor, entonces el ego se va domesticando un poco. Igual que logras en la vida no venirte abajo cuando pasa algo malo, cuando te viene algo bueno también desconfías porque sabes que estás a una llamada de teléfono con una mala noticia de que todo salte por los aires. Agradezco inmensamente cuando llego a una Feria del Libro de Salamanca y hay una cola de 50 personas que no conozco o voy a cualquier pueblo remoto de Albacete y hay autobuses que han venido de los pueblos de alrededor con 300 o 400 personas. Eso me emociona y me conmueve, pero sé que soy un tío de Carabanchel… Te lo digo como lo pienso, no me pongas cara, cabrón [risas]. Sé que soy un tío de Carabanchel y sé quién es mi gente. El éxito y el fracaso son cuestiones muy volubles.
¿No has cambiado con el reconocimiento?
No sé, eso te lo tendría que preguntar a ti. ¿Tú me ves muy cambiado?
Te veo más conservador.
Eso es probable, pero creo que tiene que ver con la edad. Políticamente en algunas cosas he modulado y no pienso igual que antes. No digo que sea de derechas, porque no lo soy y creo que sigo siendo una persona progresista, pero hay cosas de un discurso hegemónico que transmite el partido en el Gobierno que no me interesan y de las que descreo bastante. Creo que esa izquierda hegemónica ahora tiene más que ver con un neopuritanismo que antes estaba anclado en la derecha. Esta exigencia de pureza, que yo la vivía desde la derecha, ahora veo que me viene desde la izquierda y eso me genera desafección con los míos, que es la peor de las desafecciones.
¿Piensas en ello al escribir? En no pisar callos, en no molestar&mldr;
Te diría que no, pero seguramente sí porque eso está en el subconsciente. Lo que yo cerraría son los comentarios de los lectores en los periódicos. Los prohibiría porque lo que hacen es arañar la marca. Si yo fuera el director de marketing de una firma estupenda y muy prestigiosa, lo primero que miraría como referencia de un medio es lo que dicen sus lectores y ahí siempre te encuentras a gorilas desalmados. Si alguien quiere orinar en las cortinas que orine en las cortinas de su casa, pero que no arañe la tapicería de la nuestra. No sé por qué los medios consentimos esto, pero es un viejo debate. Hay muchos medios europeos que han quitado los comentarios de los lectores porque es la puerta abierta a una especie de gremlins desalmados.
Del Atleti sí sigues siendo, ¿no?
Eso sí. Soy del Atleti, ateo y de Carabanchel. Aunque creo que todo paso del tiempo desgasta y el Atlético de Madrid necesita un cambio también al timón.

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