La tensión narrativa de la tele es puñetera. La imagen de Sam, Quique e Iván mirando al resto de sus compañeros entrar a la academia es desoladora. Su rostro representa el quejido silencioso de quedarse a las puertas de meses de expectativa.
Solo uno más podía entrar. E Iván fue salvado. El más guapo de manual. Sin demasiada sorpresas. Desde hace días, muchos veían al médico Sam como el descartado asegurado porque era físicamente y expresivamente menos normativo. Aquel que nunca elegían en el colegio para el deporte en equipo. El pronóstico sucedió. Aunque seguramente Sam y Quique eran de los que más evolución podían tener en la Academia.
Porque lo peor que le puede pasar a una edición de OT, y ya van trece, es que la primera gala sea demasiado perfecta por parte de los participantes. La cero de OT1 y O17 fueron caóticas y empatizamos más con el casting. Queremos ver las imperfecciones que nos hacen sentir reconocidos. Queremos descubrir las dudas que nos permiten crecer. Queremos constatar que la primera vez de todos nunca es perfecta. En el error asoma mejor la ternura a la hora de enfrenarnos a la vida.
Sin embargo, en la cosa de cantar, las nuevas generaciones vienen tan habituadas a la cámara que no les impone como antes un plató. Esta gala de OT ha sido maravillosamente profesional. Con todo lo bueno y todo lo aburrido que esconde este piropo. Lo bueno es que esta pandilla parece atesorar una actitud que es ideal para el mundo artístico. No solo son buenos, aparentan seguridad en sí mismos. Lo aburrido es que la gala ha terminado siendo plana. Había diversidad de propuestas musicales, había complementariedad de perfiles artísticos, pero no había aparente diversidad social en cómo se plantaban delante de la cámara. Eso lo descubriremos conociendo a cada uno de ellos en la convivencia de la academia. Ahí el programa se lo tiene que poner más difícil para que no sean solo crushes de la brevedad de TikTok.
De hecho, impresiona el primer travelling de cámara frente a sus rostros en los segundos de inicio de la gala. Ya fuera por dirección o por ellos mismos, la capacidad de aguantar la mirada a cámara de cada uno era nivel experto. Hipnótico plano secuencia. La timidez de antaño no existe: seducen sin vergüenza alguna al objetivo, observan al espectador, buscan el saludo con esa ilusión que les va a permitir exprimir al máximo estos meses.
Y hacerlo en un escenario que se parece más al del primer OT que a las últimas ediciones. Acierto de la productora Gestmusic incorporar al fondo escénico la liturgia de las escaleras y una especie de andamios con pantallas. Las leds han homogeneizado las escenografías televisivas, tanto que todas las traseras de todos los talents shows parecen la misma. Debilidad que salva la arquitectura artesanal. Así este set tiene elementos que mantienen una estructura reconocible en el ojo del espectador, a pesar de las proyecciones que inunden el decorado dependiendo de la temática de cada actuación.
Ahí está el quid de la cuestión: OT no se parece a otros talent shows. Nos da mucho tiempo para conocer a los concursantes. Y eso empieza en el canal 24 horas de Youtube. Ahí no les quedará más remedio de dejar de posar a la cámara como acostumbran con su móvil. Ahí la audiencia comenzará a encariñarse de lo que les hace próximos y, a la vez, dignos de admiración. Ahí arranca el Operación Triunfo de la era más hiperconectada de la historia. La era de los sobreestímulos que empujan a que hasta la fama más portentosa sea más fugaz que nunca: nuestra atención dura poco más de lo que tarda en aparecer y desaparecer el corazón que irrumpe en la pantalla de Instagram al dar doble clic.
Pros y contras de la gala cero de ‘OT 2025’
La tensión narrativa de la tele es puñetera. La imagen de Sam, Quique e Iván mirando al resto de sus compañeros entrar a la academia es desoladora. Su rostro representa el quejido silencioso de quedarse a las puertas de meses de expectativa.
Solo uno más podía entrar. E Iván fue salvado. El más guapo de manual. Sin demasiada sorpresas. Desde hace días, muchos veían al médico Sam como el descartado asegurado porque era físicamente y expresivamente menos normativo. Aquel que nunca elegían en el colegio para el deporte en equipo. El pronóstico sucedió. Aunque seguramente Sam y Quique eran de los que más evolución podían tener en la Academia.
Porque lo peor que le puede pasar a una edición de OT, y ya van trece, es que la primera gala sea demasiado perfecta por parte de los participantes. La cero de OT1 y O17 fueron caóticas y empatizamos más con el casting. Queremos ver las imperfecciones que nos hacen sentir reconocidos. Queremos descubrir las dudas que nos permiten crecer. Queremos constatar que la primera vez de todos nunca es perfecta. En el error asoma mejor la ternura a la hora de enfrenarnos a la vida.
Sin embargo, en la cosa de cantar, las nuevas generaciones vienen tan habituadas a la cámara que no les impone como antes un plató. Esta gala de OT ha sido maravillosamente profesional. Con todo lo bueno y todo lo aburrido que esconde este piropo. Lo bueno es que esta pandilla parece atesorar una actitud que es ideal para el mundo artístico. No solo son buenos, aparentan seguridad en sí mismos. Lo aburrido es que la gala ha terminado siendo plana. Había diversidad de propuestas musicales, había complementariedad de perfiles artísticos, pero no había aparente diversidad social en cómo se plantaban delante de la cámara. Eso lo descubriremos conociendo a cada uno de ellos en la convivencia de la academia. Ahí el programa se lo tiene que poner más difícil para que no sean solo crushes de la brevedad de TikTok.
De hecho, impresiona el primer travelling de cámara frente a sus rostros en los segundos de inicio de la gala. Ya fuera por dirección o por ellos mismos, la capacidad de aguantar la mirada a cámara de cada uno era nivel experto. Hipnótico plano secuencia. La timidez de antaño no existe: seducen sin vergüenza alguna al objetivo, observan al espectador, buscan el saludo con esa ilusión que les va a permitir exprimir al máximo estos meses.
Y hacerlo en un escenario que se parece más al del primer OT que a las últimas ediciones. Acierto de la productora Gestmusic incorporar al fondo escénico la liturgia de las escaleras y una especie de andamios con pantallas. Las leds han homogeneizado las escenografías televisivas, tanto que todas las traseras de todos los talents shows parecen la misma. Debilidad que salva la arquitectura artesanal. Así este set tiene elementos que mantienen una estructura reconocible en el ojo del espectador, a pesar de las proyecciones que inunden el decorado dependiendo de la temática de cada actuación.
Ahí está el quid de la cuestión: OT no se parece a otros talent shows. Nos da mucho tiempo para conocer a los concursantes. Y eso empieza en el canal 24 horas de Youtube. Ahí no les quedará más remedio de dejar de posar a la cámara como acostumbran con su móvil. Ahí la audiencia comenzará a encariñarse de lo que les hace próximos y, a la vez, dignos de admiración. Ahí arranca el Operación Triunfo de la era más hiperconectada de la historia. La era de los sobreestímulos que empujan a que hasta la fama más portentosa sea más fugaz que nunca: nuestra atención dura poco más de lo que tarda en aparecer y desaparecer el corazón que irrumpe en la pantalla de Instagram al dar doble clic.
20MINUTOS.ES – Televisión