―¡Mirad aquí!
Y dos miraron. Los otros tres no lo hicieron. La fotógrafa los inmortalizó. Una escena de playa: dos giran la cabeza y fijan sus ojos en el objetivo, uno sale del agua y los otros andan distraídos observando el horizonte.
Podría ser una foto de sus vacaciones, si las ha tenido. Pero no, la imagen tiene 85 años y forma parte de la exposición Dora Maar: fotografías y dibujos, en el Museo Lázaro Galdiano. Una muestra en la que ella misma nos recibe en su estudio, primera e imponente imagen en la que perderse: en la instantánea y en el espacio, un taller infinito, el de una artista. Infinito en cuanto a objetos, botes, lienzos en proceso y otros acabados y colgados, un caballete con una obra de gran formato, una jaula para pájaros con, al menos, cinco. ¡Qué algarabía!
Este estudio parisino en la rue de Savoie forma parte de la infinidad que es Dora Maar (que se lo digan a Victoria Combalía, su biógrafa). Henriette Théodora Markovitch (1907-1997) fue retratada allí por Brassaï en 1944, su amigo y uno de los grandes fotógrafos de París de este momento. Ella, inconfundible, erguida, cabello oscuro, rostro despejado, entre sus dedos: un cigarro, siempre con boquilla. Sus elegantes manos eran alabadas. “Preciosas, con unas uñas larguísimas pintadas de rojo”, las describía Dolors Miró, la hija del pintor. Joan y Dora coincidieron entre los surrealistas.
Ella, retratada y retratista. El grueso de la muestra está dedicada a la Barcelona de Dora Maar, la que fotografió en 1933 cuando vino a España. “Ya tenía 25 años, vivía mi vida… y no estábamos en el siglo XIX”, le contestó a Combalía al preguntarle si había venido sola. La misma respuesta que cualquier mujer de 25 años podría dar hoy. Sus imágenes son reflejo de la vida cotidiana en las Ramblas, en la barriada del Somorrostro, en Tossa de Mar. Los catalanes de la calle y en la calle, inmortalizados mucho antes de que Joan Colom, Francesc Català-Roca, Colita, Eugeni Forcano, Pilar Aymerich y otros fotógrafos históricos retrataran Barcelona. Las instantáneas más realistas de una de las mejores fotógrafas surrealistas. Una joven con kimono (una prostituta con su chulo), una ramillera, músicos ciegos, niños, ropa tendida, jóvenes vendedores. La extrañeza que retrata en Barcelona no es lo extraño, lo onírico, de sus imágenes surrealistas, algunas de ellas también en la muestra, como Sin título [Main-coquillage], esa mano saliendo de una caracola que es una de las fotografías surrealistas más conocidas.
La pequeña exposición la completan una serie de dibujos muy poco conocidos de la artista en los que predominan las representaciones de mujeres. Joyas en las que se observa su trazo, líneas de su esencia. Y retratos de amigos, de artistas como Frida Kahlo y Jean Cocteau y, claro, Picasso. Él fue uno de los que atendió a su ficticio “¡mirad aquí!” del principio de este texto. Él giró la cabeza y miró a la cámara de una mujer que, por un tiempo, le capturó e inmortalizó.
Él marcó el arte del siglo XX, marcó a quienes le rodearon y, por supuesto, marcó a Dora Maar. Mantuvieron una relación entre 1936 y 1943. La alargada sombra de Picasso ha dificultado que brille el legado de Dora Maar. La figura del malagueño es incuestionable y eso conlleva una estela. Cada vez que se organiza una muestra sobre él, lo acapara todo, en positivo y en negativo. Bien, hagamos lo mismo con Dora Maar, hablemos de ella, repitamos su importancia como artista surrealista. La exposición termina el día 14. Vayan. En un principio, pensé escribir sobre ella sin nombrarlo. Pero sería artificial ignorarlo. Picasso está presente en la exposición, como retratista y como retratado. Pablo mira el objetivo de Dora. Entonces, recurrí a la maestra, la historiadora del arte Victoria Combalía, que en las primeras líneas de Dora Maar. Más allá de Picasso (Circe, 2013) cuenta que le aconsejaron que no preguntase a la fotógrafa por el artista. Más adelante, narra que Picasso surgió en la charla de manera natural, como surge en las fotografías. Es parte de su vida, pero no es toda su vida. Dora Maar posee entidad propia, ya la tenía antes de conocerlo.
―¡Mirad aquí!Y dos miraron. Los otros tres no lo hicieron. La fotógrafa los inmortalizó. Una escena de playa: dos giran la cabeza y fijan sus ojos en el objetivo, uno sale del agua y los otros andan distraídos observando el horizonte. Podría ser una foto de sus vacaciones, si las ha tenido. Pero no, la imagen tiene 85 años y forma parte de la exposición Dora Maar: fotografías y dibujos, en el Museo Lázaro Galdiano. Una muestra en la que ella misma nos recibe en su estudio, primera e imponente imagen en la que perderse: en la instantánea y en el espacio, un taller infinito, el de una artista. Infinito en cuanto a objetos, botes, lienzos en proceso y otros acabados y colgados, un caballete con una obra de gran formato, una jaula para pájaros con, al menos, cinco. ¡Qué algarabía! Este estudio parisino en la rue de Savoie forma parte de la infinidad que es Dora Maar (que se lo digan a Victoria Combalía, su biógrafa). Henriette Théodora Markovitch (1907-1997) fue retratada allí por Brassaï en 1944, su amigo y uno de los grandes fotógrafos de París de este momento. Ella, inconfundible, erguida, cabello oscuro, rostro despejado, entre sus dedos: un cigarro, siempre con boquilla. Sus elegantes manos eran alabadas. “Preciosas, con unas uñas larguísimas pintadas de rojo”, las describía Dolors Miró, la hija del pintor. Joan y Dora coincidieron entre los surrealistas. Ella, retratada y retratista. El grueso de la muestra está dedicada a la Barcelona de Dora Maar, la que fotografió en 1933 cuando vino a España. “Ya tenía 25 años, vivía mi vida… y no estábamos en el siglo XIX”, le contestó a Combalía al preguntarle si había venido sola. La misma respuesta que cualquier mujer de 25 años podría dar hoy. Sus imágenes son reflejo de la vida cotidiana en las Ramblas, en la barriada del Somorrostro, en Tossa de Mar. Los catalanes de la calle y en la calle, inmortalizados mucho antes de que Joan Colom, Francesc Català-Roca, Colita, Eugeni Forcano, Pilar Aymerich y otros fotógrafos históricos retrataran Barcelona. Las instantáneas más realistas de una de las mejores fotógrafas surrealistas. Una joven con kimono (una prostituta con su chulo), una ramillera, músicos ciegos, niños, ropa tendida, jóvenes vendedores. La extrañeza que retrata en Barcelona no es lo extraño, lo onírico, de sus imágenes surrealistas, algunas de ellas también en la muestra, como Sin título [Main-coquillage], esa mano saliendo de una caracola que es una de las fotografías surrealistas más conocidas.La pequeña exposición la completan una serie de dibujos muy poco conocidos de la artista en los que predominan las representaciones de mujeres. Joyas en las que se observa su trazo, líneas de su esencia. Y retratos de amigos, de artistas como Frida Kahlo y Jean Cocteau y, claro, Picasso. Él fue uno de los que atendió a su ficticio “¡mirad aquí!” del principio de este texto. Él giró la cabeza y miró a la cámara de una mujer que, por un tiempo, le capturó e inmortalizó.Él marcó el arte del siglo XX, marcó a quienes le rodearon y, por supuesto, marcó a Dora Maar. Mantuvieron una relación entre 1936 y 1943. La alargada sombra de Picasso ha dificultado que brille el legado de Dora Maar. La figura del malagueño es incuestionable y eso conlleva una estela. Cada vez que se organiza una muestra sobre él, lo acapara todo, en positivo y en negativo. Bien, hagamos lo mismo con Dora Maar, hablemos de ella, repitamos su importancia como artista surrealista. La exposición termina el día 14. Vayan. En un principio, pensé escribir sobre ella sin nombrarlo. Pero sería artificial ignorarlo. Picasso está presente en la exposición, como retratista y como retratado. Pablo mira el objetivo de Dora. Entonces, recurrí a la maestra, la historiadora del arte Victoria Combalía, que en las primeras líneas de Dora Maar. Más allá de Picasso (Circe, 2013) cuenta que le aconsejaron que no preguntase a la fotógrafa por el artista. Más adelante, narra que Picasso surgió en la charla de manera natural, como surge en las fotografías. Es parte de su vida, pero no es toda su vida. Dora Maar posee entidad propia, ya la tenía antes de conocerlo. Seguir leyendo
―¡Mirad aquí!
Y dos miraron. Los otros tres no lo hicieron. La fotógrafa los inmortalizó. Una escena de playa: dos giran la cabeza y fijan sus ojos en el objetivo, uno sale del agua y los otros andan distraídos observando el horizonte.
Podría ser una foto de sus vacaciones, si las ha tenido. Pero no, la imagen tiene 85 años y forma parte de la exposición Dora Maar: fotografías y dibujos, en el Museo Lázaro Galdiano. Una muestra en la que ella misma nos recibe en su estudio, primera e imponente imagen en la que perderse: en la instantánea y en el espacio, un taller infinito, el de una artista. Infinito en cuanto a objetos, botes, lienzos en proceso y otros acabados y colgados, un caballete con una obra de gran formato, una jaula para pájaros con, al menos, cinco. ¡Qué algarabía!
Este estudio parisino en la rue de Savoie forma parte de la infinidad que es Dora Maar (que se lo digan a Victoria Combalía, su biógrafa). Henriette Théodora Markovitch (1907-1997) fue retratada allí por Brassaï en 1944, su amigo y uno de los grandes fotógrafos de París de este momento. Ella, inconfundible, erguida, cabello oscuro, rostro despejado, entre sus dedos: un cigarro, siempre con boquilla. Sus elegantes manos eran alabadas. “Preciosas, con unas uñas larguísimas pintadas de rojo”, las describía Dolors Miró, la hija del pintor. Joan y Dora coincidieron entre los surrealistas.
Ella, retratada y retratista. El grueso de la muestra está dedicada a la Barcelona de Dora Maar, la que fotografió en 1933 cuando vino a España. “Ya tenía 25 años, vivía mi vida… y no estábamos en el siglo XIX”, le contestó a Combalía al preguntarle si había venido sola. La misma respuesta que cualquier mujer de 25 años podría dar hoy. Sus imágenes son reflejo de la vida cotidiana en las Ramblas, en la barriada del Somorrostro, en Tossa de Mar. Los catalanes de la calle y en la calle, inmortalizados mucho antes de que Joan Colom, Francesc Català-Roca, Colita, Eugeni Forcano, Pilar Aymerich y otros fotógrafos históricos retrataran Barcelona. Las instantáneas más realistas de una de las mejores fotógrafas surrealistas. Una joven con kimono (una prostituta con su chulo), una ramillera, músicos ciegos, niños, ropa tendida, jóvenes vendedores. La extrañeza que retrata en Barcelona no es lo extraño, lo onírco, de sus imágenes surrealistas, algunas de ellas también en la muestra, como Sin título [Main-coquillage], esa mano saliendo de una caracola que es una de las fotografías surrealistas más conocidas.
La pequeña exposición la completan una serie de dibujos muy poco conocidos de la artista en los que predominan las representaciones de mujeres. Joyas en las que se observa su trazo, líneas de su esencia. Y retratos de amigos, de artistas como Frida Kahlo y Jean Cocteau y, claro, Picasso. Él fue uno de los que atendió a su ficticio “¡mirad aquí!” del principio de este texto. Él giró la cabeza y miró a la cámara de una mujer que, por un tiempo, le capturó e inmortalizó.
Él marcó el arte del siglo XX, marcó a quienes le rodearon y, por supuesto, marcó a Dora Maar. Mantuvieron una relación entre 1936 y 1943. La alargada sombra de Picasso ha dificultado que brille el legado de Dora Maar. La figura del malagueño es incuestionable y eso conlleva una estela. Cada vez que se organiza una muestra sobre él, lo acapara todo, en positivo y en negativo. Bien, hagamos lo mismo con Dora Maar, hablemos de ella, repitamos su importancia como artista surrealista. La exposición termina el día 14. Vayan. En un principio, pensé escribir sobre ella sin nombrarlo. Pero sería artificial ignorarlo. Picasso está presente en la exposición, como retratista y como retratado. Pablo mira el objetivo de Dora. Entonces, recurrí a la maestra, la historiadora del arte Victoria Combalía, que en las primeras líneas de Dora Maar. Más allá de Picasso (Circe, 2013) cuenta que le aconsejaron que no preguntase a la fotógrafa por el artista. Más adelante, narra que Picasso surgió en la charla de manera natural, como surge en las fotografías. Es parte de su vida, pero no es toda su vida. Dora Maar posee entidad propia, ya la tenía antes de conocerlo.
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