Mis zapatos de película

Pocos objetos de memorabilia cinematográfica han alcanzado el estatus de los zapatos rojos de El mago de Oz. En el libro de L. Frank Baum, los famosos “chapines de rubíes” de la película no eran rojos, sino plateados. Fueron los directores de arte de la prodigiosa fantasía musical de Victor Fleming, estrenada en 1939 con Judy Garland en el papel de Dorothy, los que decidieron que para resaltar el camino de baldosas amarillas debían cambiar de color.

Hace unos días un amigo me envió la noticia de que Jerry Hal Saliterman había muerto. Saliterman era uno de los dos hombres acusados de robar en 2005 el par de zapatos que estaban en la casa museo de Judy Garland en Grand Rapids, Minnesota. Fue un caso extraño. Los implicados, Saliterman y Terry Martin, creían que los zapatos eran de rubíes auténticos pero ninguno de los pares que se fabricaron para la película llevaba piedras preciosas ni nada parecido, solo lentejuelas rojas cosidas. Pese a ese detalle, Saliterman y Martin siguieron con su plan. El FBI tardó 13 años en recuperar los zapatos y su dueño (que los había cedido a la casa-museo junto a otros objetos de Garland) los acabó subastando por 28 millones de dólares. Fue la transacción de un objeto de memorabilia cinematográfica más cara de la historia, por encima del vestido blanco de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba.

Aunque la actriz Debbie Reynolds poseía un par (fue una de las grandes coleccionistas de objetos del Hollywood clásico), el mejor conservado se encuentra en el Museo de Historia Americana de Washington, donde estas Navidades se exponía en una muestra sobre cómo la cultura del entretenimiento forjó la identidad del país.

La vitrina recordaba las circunstancias históricas en las que se estrenó la película, en medio de una recesión económica global y dos semanas antes del estallido de la II Guerra Mundial. El mago de Oz fue un fracaso de taquilla y solo cuando se estrenó años después en la televisión surgió el mito.

Uno de sus mitómanos fue el recientemente fallecido David Lynch, que, como todos los que hemos caído en el sueño tecnicolor de este clásico, recordaba de forma nítida su primer viaje más allá del arcoíris. Lynch sembró su filmografía de referencias a Oz, pero en Corazón salvaje el homenaje es literal. Cuando Lula (Laura Dern) es acosada por el repulsivo y desdentado Bobby Peru (Willem Dafoe), hay un plano en el que ella choca sus zapatos rojos como Dorothy, señal inequívoca de que quiere huir y volver a casa.

El mismo día que murió Saliterman mi hija me escribió para hablarme de Shoes, la película de 1916 de la pionera Lois Weber sobre una pobre chica (Mary MacLaren) que se prostituye por unos zapatos nuevos. Weber conocía de primera mano historias terribles de mujeres jóvenes intentando incorporarse al mundo del trabajo en la naciente sociedad de consumo. Shoes fue su respuesta. Se podría trazar una historia del cine saltando de zapato en zapato: del que se come Chaplin en La quimera del oro a Las zapatillas rojas, de Michael Powell y Emeric Pressburger; de cualquier par de la obsesión fetichista de Luis Buñuel a las All-Stars de la María Antonieta de Sofia Coppola. Aunque ninguno supera la fantasía total de El mago de Oz.

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 Pocos objetos de memorabilia cinematográfica han alcanzado el estatus de los zapatos rojos de El mago de Oz. En el libro de L. Frank Baum, los famosos “chapines de rubíes” de la película no eran rojos, sino plateados. Fueron los directores de arte de la prodigiosa fantasía musical de Victor Fleming, estrenada en 1939 con Judy Garland en el papel de Dorothy, los que decidieron que para resaltar el camino de baldosas amarillas debían cambiar de color.Hace unos días un amigo me envió la noticia de que Jerry Hal Saliterman había muerto. Saliterman era uno de los dos hombres acusados de robar en 2005 el par de zapatos que estaban en la casa museo de Judy Garland en Grand Rapids, Minnesota. Fue un caso extraño. Los implicados, Saliterman y Terry Martin, creían que los zapatos eran de rubíes auténticos pero ninguno de los pares que se fabricaron para la película llevaba piedras preciosas ni nada parecido, solo lentejuelas rojas cosidas. Pese a ese detalle, Saliterman y Martin siguieron con su plan. El FBI tardó 13 años en recuperar los zapatos y su dueño (que los había cedido a la casa-museo junto a otros objetos de Garland) los acabó subastando por 28 millones de dólares. Fue la transacción de un objeto de memorabilia cinematográfica más cara de la historia, por encima del vestido blanco de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba.Aunque la actriz Debbie Reynolds poseía un par (fue una de las grandes coleccionistas de objetos del Hollywood clásico), el mejor conservado se encuentra en el Museo de Historia Americana de Washington, donde estas Navidades se exponía en una muestra sobre cómo la cultura del entretenimiento forjó la identidad del país.La vitrina recordaba las circunstancias históricas en las que se estrenó la película, en medio de una recesión económica global y dos semanas antes del estallido de la II Guerra Mundial. El mago de Oz fue un fracaso de taquilla y solo cuando se estrenó años después en la televisión surgió el mito.Uno de sus mitómanos fue el recientemente fallecido David Lynch, que, como todos los que hemos caído en el sueño tecnicolor de este clásico, recordaba de forma nítida su primer viaje más allá del arcoíris. Lynch sembró su filmografía de referencias a Oz, pero en Corazón salvaje el homenaje es literal. Cuando Lula (Laura Dern) es acosada por el repulsivo y desdentado Bobby Peru (Willem Dafoe), hay un plano en el que ella choca sus zapatos rojos como Dorothy, señal inequívoca de que quiere huir y volver a casa.El mismo día que murió Saliterman mi hija me escribió para hablarme de Shoes, la película de 1916 de la pionera Lois Weber sobre una pobre chica (Mary MacLaren) que se prostituye por unos zapatos nuevos. Weber conocía de primera mano historias terribles de mujeres jóvenes intentando incorporarse al mundo del trabajo en la naciente sociedad de consumo. Shoes fue su respuesta. Se podría trazar una historia del cine saltando de zapato en zapato: del que se come Chaplin en La quimera del oro a Las zapatillas rojas, de Michael Powell y Emeric Pressburger; de cualquier par de la obsesión fetichista de Luis Buñuel a las All-Stars de la María Antonieta de Sofia Coppola. Aunque ninguno supera la fantasía total de El mago de Oz. Seguir leyendo  

Francamente, querido
Opinión

Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Se podría trazar una historia del cine saltando de zapato en zapato. Aunque ninguno supera la fantasía de ‘El mago de Oz’

En realidad, los famosos “chapines de rubíes” de la película de Víctor Fleming no llevaban piedras preciosas, solo lentejuelas rojas cosidas.
Elsa Fernández-Santos

Pocos objetos de memorabilia cinematográfica han alcanzado el estatus de los zapatos rojos de El mago de Oz. En el libro de L. Frank Baum, los famosos “chapines de rubíes” de la película no eran rojos, sino plateados. Fueron los directores de arte de la prodigiosa fantasía musical de Victor Fleming, estrenada en 1939 con Judy Garland en el papel de Dorothy, los que decidieron que para resaltar el camino de baldosas amarillas debían cambiar de color.

Hace unos días un amigo me envió la noticia de que Jerry Hal Saliterman había muerto. Saliterman era uno de los dos hombres acusados de robar en 2005 el par de zapatos que estaban en la casa museo de Judy Garland en Grand Rapids, Minnesota. Fue un caso extraño. Los implicados, Saliterman y Terry Martin, creían que los zapatos eran de rubíes auténticos pero ninguno de los pares que se fabricaron para la película llevaba piedras preciosas ni nada parecido, solo lentejuelas rojas cosidas. Pese a ese detalle, Saliterman y Martin siguieron con su plan. El FBI tardó 13 años en recuperar los zapatos y su dueño (que los había cedido a la casa-museo junto a otros objetos de Garland) los acabó subastando por 28 millones de dólares. Fue la transacción de un objeto de memorabilia cinematográfica más cara de la historia, por encima del vestido blanco de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba.

Aunque la actriz Debbie Reynolds poseía un par (fue una de las grandes coleccionistas de objetos del Hollywood clásico), el mejor conservado se encuentra en el Museo de Historia Americana de Washington, donde estas Navidades se exponía en una muestra sobre cómo la cultura del entretenimiento forjó la identidad del país.

La vitrina recordaba las circunstancias históricas en las que se estrenó la película, en medio de una recesión económica global y dos semanas antes del estallido de la II Guerra Mundial. El mago de Oz fue un fracaso de taquilla y solo cuando se estrenó años después en la televisión surgió el mito.

Uno de sus mitómanos fue el recientemente fallecido David Lynch, que, como todos los que hemos caído en el sueño tecnicolor de este clásico, recordaba de forma nítida su primer viaje más allá del arcoíris. Lynch sembró su filmografía de referencias a Oz, pero en Corazón salvaje el homenaje es literal. Cuando Lula (Laura Dern) es acosada por el repulsivo y desdentado Bobby Peru (Willem Dafoe), hay un plano en el que ella choca sus zapatos rojos como Dorothy, señal inequívoca de que quiere huir y volver a casa.

El mismo día que murió Saliterman mi hija me escribió para hablarme de Shoes, la película de 1916 de la pionera Lois Weber sobre una pobre chica (Mary MacLaren) que se prostituye por unos zapatos nuevos. Weber conocía de primera mano historias terribles de mujeres jóvenes intentando incorporarse al mundo del trabajo en la naciente sociedad de consumo. Shoes fue su respuesta. Se podría trazar una historia del cine saltando de zapato en zapato: del que se come Chaplin en La quimera del oro a Las zapatillas rojas, de Michael Powell y Emeric Pressburger; de cualquier par de la obsesión fetichista de Luis Buñuel a las All-Stars de la María Antonieta de Sofia Coppola. Aunque ninguno supera la fantasía total de El mago de Oz.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos

Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 ‘Historia de Nuestro Cine’. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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