‘Los yugoslavos’: el origen de la tristeza según Juan Mayorga

Yugoslavia es una palabra de resonancias inesperadas. Sobre todo para quienes aprendimos el mapa de Europa cuando todavía había un país con ese nombre. A veces hasta se te olvida que ya no existe, pero de pronto oyes “Yugoslavia” y te invade un extrañamiento tremendo. Una tristeza rara.

De esa pena rara está hecha Los yugoslavos. Juan Mayorga escribió este texto en 2010, pero solo se había estrenado fuera de España hasta que ahora él mismo ha decidido dirigirla en el Teatro de la Abadía de Madrid. Siempre a la busca de polisemias, el autor juega con ellas desde el título. Los yugoslavos no existen, sino que son una especie de palabra mágica que desata una tristeza inefable. Es la médula de la pieza, pero no es fácil llegar hasta ella por los muchos enigmas y elipsis que la envuelven, lo que acaba neutralizando su fuerza dramática. Es una obra nutritiva, estimulante y cargada de chispazos, pero deja un regusto de frustración y su puesta en escena, escasa de ritmo, resulta un tanto artificiosa.

La tristeza está encarnada en una mujer que ha dejado de hablar sin motivo aparente. La obra empieza cuando su marido, propietario de un bar con querencia a fisgonear las conversaciones de sus clientes, pide a uno de ellos ayuda para sacar de la apatía a su esposa tras ver cómo le levanta el ánimo con sus palabras a otro hombre. Ambos acuerdan un plan para espiarla en sus paseos por la ciudad. En un plano paralelo se intercalan escenas de ella. Descubrimos así que va en busca de otro bar que llaman “el de los yugoslavos, donde se juega de verdad mientras las mujeres bailan”.

Mayorga convierte el típico bar español de toda la vida en un universo donde vuelca sus temas fetiche. El poder de las palabras no solo en sentido literario o político, sino sobre todo en el plano emocional. Lo que expresan y esconden las conversaciones cotidianas. Los mapas como soporte estable de la realidad. El autor introduce también referencias y personajes de obras pasadas, como la protagonista de María Luisa o aquel tipo que iba por la calle con gafas de natación graduadas en Intensamente azules. Son piruetas que le ayudan a enriquecer la trama principal y refuerzan el punto de suspense de la obra, pero a la vez despistan y dejan demasiados cabos sueltos. De ahí la frustración. También conducen a diálogos algo forzados que ni siquiera dos actores tan solventes como Javier Gutiérrez y Luis Bermejo logran resolver con naturalidad.

Natalia Hernández, en el papel de la esposa, resulta magnética en su silencio. Su cuerpo contiene la peor tristeza del mundo: la que brota al no encontrar tu lugar en el mundo o descubrir que estás en el sitio equivocado. De ahí su divagar con un mapa en la mano. Alba Planas interpreta a la hija del hombre que la espía, un personaje que no solo aporta poco, sino que desconcierta porque parece ser más relevante de lo que luego resulta ser.

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 La nueva obra del laureado autor teatral es nutritiva y estimulante, pero deja un regusto de frustración por los numerosos enigmas que quedan sin desarrollo  

crítica teatral | los yugoslavos
Crítica

Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La nueva obra del laureado autor teatral es nutritiva y estimulante, pero deja un regusto de frustración por los numerosos enigmas que quedan sin desarrollo

Javier Gutiérrez y Natalia Hernández, en una escena de 'Los yugoslavos', de Juan Mayorga.
Raquel Vidales

Yugoslavia es una palabra de resonancias inesperadas. Sobre todo para quienes aprendimos el mapa de Europa cuando todavía había un país con ese nombre. A veces hasta se te olvida que ya no existe, pero de pronto oyes “Yugoslavia” y te invade un extrañamiento tremendo. Una tristeza rara.

De esa pena rara está hecha Los yugoslavos. Juan Mayorga escribió este texto en 2010, pero solo se había estrenado fuera de España hasta que ahora él mismo ha decidido dirigirla en el Teatro de la Abadía de Madrid. Siempre a la busca de polisemias, el autor juega con ellas desde el título. Los yugoslavos no existen, sino que son una especie de palabra mágica que desata una tristeza inefable. Es la médula de la pieza, pero no es fácil llegar hasta ella por los muchos enigmas y elipsis que la envuelven, lo que acaba neutralizando su fuerza dramática. Es una obra nutritiva, estimulante y cargada de chispazos, pero deja un regusto de frustración y su puesta en escena, escasa de ritmo, resulta un tanto artificiosa.

La tristeza está encarnada en una mujer que ha dejado de hablar sin motivo aparente. La obra empieza cuando su marido, propietario de un bar con querencia a fisgonear las conversaciones de sus clientes, pide a uno de ellos ayuda para sacar de la apatía a su esposa tras ver cómo le levanta el ánimo con sus palabras a otro hombre. Ambos acuerdan un plan para espiarla en sus paseos por la ciudad. En un plano paralelo se intercalan escenas de ella. Descubrimos así que va en busca de otro bar que llaman “el de los yugoslavos, donde se juega de verdad mientras las mujeres bailan”.

Mayorga convierte el típico bar español de toda la vida en un universo donde vuelca sus temas fetiche. El poder de las palabras no solo en sentido literario o político, sino sobre todo en el plano emocional. Lo que expresan y esconden las conversaciones cotidianas. Los mapas como soporte estable de la realidad. El autor introduce también referencias y personajes de obras pasadas, como la protagonista de María Luisa o aquel tipo que iba por la calle con gafas de natación graduadas en Intensamente azules. Son piruetas que le ayudan a enriquecer la trama principal y refuerzan el punto de suspense de la obra, pero a la vez despistan y dejan demasiados cabos sueltos. De ahí la frustración. También conducen a diálogos algo forzados que ni siquiera dos actores tan solventes como Javier Gutiérrez y Luis Bermejo logran resolver con naturalidad.

Natalia Hernández, en el papel de la esposa, resulta magnética en su silencio. Su cuerpo contiene la peor tristeza del mundo: la que brota al no encontrar tu lugar en el mundo o descubrir que estás en el sitio equivocado. De ahí su divagar con un mapa en la mano. Alba Planas interpreta a la hija del hombre que la espía, un personaje que no solo aporta poco, sino que desconcierta porque parece ser más relevante de lo que luego resulta ser.

Los yugoslavos

Texto y dirección: Juan Mayorga.

Reparto: Luis Bermejo, Javier Gutiérrez, Natalia Hernández y Alba Planas.

Teatro de la Abadía. Madrid. Hasta el 6 de junio.

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Sobre la firma

Raquel Vidales

Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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