El autor de esta obra es conocido como competente jurista (letrado del Consejo de Estado, abogado asesor y directivo de importantes empresas como Repsol, Campsa, CLH o defensor del cliente del BBV Argentaria). Ha sido también profesor de Derecho en distintas universidades madrileñas (CEU San Pablo, Comillas o Carlos III). Tal vez haya quienes le recuerden todavía como político de UCD (subsecretario de Justicia, secretario de Estado para el Desarrollo Constitucional, ministro adjunto a Suárez para la coordinación legislativa y ministro de Educación y Ciencia). Y no faltarán quienes le reconozcan hoy como memorialista e historiados de la UCD (Memorial de transiciones 1939-1978, Las transiciones de UCD. Triunfo y desbandada del centrismo 1978-1983 o El Grupo Tácito. Un precursor del centrismo de UCD).
Ha sido todo eso. Pero también ha sido, y sigue siendo, un intelectual. Y es así, como intelectual, como se nos presenta en esta obra que comentamos. Un intelectual, decía Santos Julia, no trabaja con ideas sino que hace cosas con ideas. Es reconocido como tal cuando alguien ha alcanzado notoriedad en el ejercicio de su profesión y, además, aprovecha esta notoriedad para contribuir con su palabra a formar la opinión pública. El jurista renombrado, el reconocido abogado o el excelente profesor asume el papel de intelectual cuando, sin abandonar los tribunales, las aulas o el desempeño de su profesión, se dirige con su ciencia no a sus pares abogados, o a sus colegas de profesión, sino al gran público cuya opinión quiere contribuir a conformar.
Esta última obra de Ortega Díaz-Ambrona pone de relieve, para quienes no le conozcan, la función intelectual que ha desempañado a lo largo de su vida. En democracia, quien pretenda influir en los asuntos públicos tiene que hacerlo con la palabra, hablada o escrita, mediante la conferencia o el artículo. El fin que se persigue determina el medio más acorde. La clase o el libro son soportes del trabajo académico profesional. Pero si se quiere llegar a los ciudadanos en general, si se quiere incidir en la opinión pública, hay que ir en busca de aquellos a través del artículo en el periódico o revista.
Esto es lo que durante 63 años ha hecho Ortega Díaz Ambrona desde 1962 con su primer artículo (’Una generación que no hizo la guerra’) hasta 2024 con un In Memoriam de Eugenio Nasarre. Y es esto lo que ofrece esta recopilación de 166 artículos publicados en los más variados medios de comunicación desde el desaparecido Ya al El País, pasando por Cuadernos para el Diálogo, Informaciones, Cambio 16, ABC, La Razón o El Mundo, entre otros.
La ocasión que ha dado pie a cada uno de los artículos aquí recopilados ha sido un suceso cuotidiano que requería luz, claridad para que los ojos del ciudadano pudieran formarse su propia imagen. Comentar un suceso suponía, a veces, intentar situarlo en la agenda pública; otras veces, cuando la cuestión estaba ya en la agenda, el comentario pretendía provocar una corriente de opinión que, en una democracia, tuviera efectos sobre las políticas gubernamentales. Seguramente no fue fácil la elección del objeto del artículo: hace falta cierta perspicacia para escoger de la multitud de hechos o fenómenos diarios aquel que merece ser comentado. En todo caso, la selección de hechos, de sucesos a comentar en la prensa escrita y aquí recogidos nos dice mucho de la personalidad y preocupaciones del autor en cuestión.
Por sus páginas desfilan los grandes acontecimientos que han transcurrido en nuestro país en los últimos 62 años. No están todos los sucesos que nos han interesado, claro está; pero sí la mayoría de ellos: la transición a la democracia, el papel de UCD, el caso de la democracia cristiana, el proceso constitucional, la educación… Y algunos desastres que, como la educación, los sucesos independentistas, los ataques a la Constitución… nos siguen preocupando. También por sus páginas aparecen semblanzas de personas de impresionante talla política como Joaquín Ruiz-Giménez, García de Enterría, Javier Muguerza, Landelino Lavilla, Luis Gómez Llorente…
Pero el presente libro no es una recopilación heterogénea de artículos e intervenciones en las Cortes. En primer lugar, porque el autor ha ordenado las 166 contribuciones en 15 grandes bloques temáticos y por tanto no constreñidos por la cronología de su publicación. Pese a ser artículos que se han escrito al calor del acontecimiento puntual, que están escritos para aquí y para ahora, su ordenación sistemática lejos de ser forzada da la impresión al lector de haber sido escritos con una previa planificación, con un sistema. Pero, sobre todo, la lectura de todos estos artículos pone de manifiesto que detrás de todos ellos, como si fuera su más firme armazón, hay una idea; que se aprovecha el suceso diario para defender una causa. Tal vez la diferencia entre el profesional puro del periodismo y el intelectual que frecuenta los medios de comunicación sea que, si bien ambos tienen algo que decir, algo que contar, sólo este último tiene una causa que defender.
La causa que unifica y da sentido al texto es una determinada idea de España asentada en la voluntad de Constitución, la importancia del Derecho como instrumento de ordenación de la política y el valor del diálogo y la convivencia. Esta es la esencia del trabajo. Esta es la causa que Ortega Díaz-Ambrona defiende en este libro. He dicho anteriormente que había que situarlo en el acontecimiento diario. Decir que este es un libro de aquí y ahora no puede entenderse en absoluto como un demérito. John Ruskin (Sésamo. De los tesoros de los Reyes), diferenciaba con gran agudeza entre libros del momento y libros de todo tiempo. Pero nos advertía que la diferencia no supone una distinción de calidad. No es meramente que el mal libro no dure y el bueno sí lo haga. Es una distinción de especie: hay libros buenos para el momento y libros buenos para todo el tiempo. Lo mismo que hay malos libros del momento y malos de todo tiempo. Pues bien, con toda seguridad este trabajo entra dentro de lo que Ruskin llamaría un buen libro para este momento.
La recopilación de más de un centenar de artículos de Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona ofrece un muy pertinente repaso a la historia de los últimos 62 años y a cuestiones que hoy nos siguen preocupando
El autor de esta obra es conocido como competente jurista (letrado del Consejo de Estado, abogado asesor y directivo de importantes empresas como Repsol, Campsa, CLH o defensor del cliente del BBV Argentaria). Ha sido también profesor de Derecho en distintas universidades madrileñas (CEU San Pablo, Comillas o Carlos III). Tal vez haya quienes le recuerden todavía como político de UCD (subsecretario de Justicia, secretario de Estado para el Desarrollo Constitucional, ministro adjunto a Suárez para la coordinación legislativa y ministro de Educación y Ciencia). Y no faltarán quienes le reconozcan hoy como memorialista e historiados de la UCD (Memorial de transiciones 1939-1978, Las transiciones de UCD. Triunfo y desbandada del centrismo 1978-1983 o El Grupo Tácito. Un precursor del centrismo de UCD).
Ha sido todo eso. Pero también ha sido, y sigue siendo, un intelectual. Y es así, como intelectual, como se nos presenta en esta obra que comentamos. Un intelectual, decía Santos Julia, no trabaja con ideas sino que hace cosas con ideas. Es reconocido como tal cuando alguien ha alcanzado notoriedad en el ejercicio de su profesión y, además, aprovecha esta notoriedad para contribuir con su palabra a formar la opinión pública. El jurista renombrado, el reconocido abogado o el excelente profesor asume el papel de intelectual cuando, sin abandonar los tribunales, las aulas o el desempeño de su profesión, se dirige con su ciencia no a sus pares abogados, o a sus colegas de profesión, sino al gran público cuya opinión quiere contribuir a conformar.
Esta última obra de Ortega Díaz-Ambrona pone de relieve, para quienes no le conozcan, la función intelectual que ha desempañado a lo largo de su vida. En democracia, quien pretenda influir en los asuntos públicos tiene que hacerlo con la palabra, hablada o escrita, mediante la conferencia o el artículo. El fin que se persigue determina el medio más acorde. La clase o el libro son soportes del trabajo académico profesional. Pero si se quiere llegar a los ciudadanos en general, si se quiere incidir en la opinión pública, hay que ir en busca de aquellos a través del artículo en el periódico o revista.

Esto es lo que durante 63 años ha hecho Ortega Díaz Ambrona desde 1962 con su primer artículo (’Una generación que no hizo la guerra’) hasta 2024 con un In Memoriam de Eugenio Nasarre. Y es esto lo que ofrece esta recopilación de 166 artículos publicados en los más variados medios de comunicación desde el desaparecido Ya al El País, pasando por Cuadernos para el Diálogo, Informaciones, Cambio 16, ABC, La Razón o El Mundo, entre otros.
La ocasión que ha dado pie a cada uno de los artículos aquí recopilados ha sido un suceso cuotidiano que requería luz, claridad para que los ojos del ciudadano pudieran formarse su propia imagen. Comentar un suceso suponía, a veces, intentar situarlo en la agenda pública; otras veces, cuando la cuestión estaba ya en la agenda, el comentario pretendía provocar una corriente de opinión que, en una democracia, tuviera efectos sobre las políticas gubernamentales. Seguramente no fue fácil la elección del objeto del artículo: hace falta cierta perspicacia para escoger de la multitud de hechos o fenómenos diarios aquel que merece ser comentado. En todo caso, la selección de hechos, de sucesos a comentar en la prensa escrita y aquí recogidos nos dice mucho de la personalidad y preocupaciones del autor en cuestión.
Por sus páginas desfilan los grandes acontecimientos que han transcurrido en nuestro país en los últimos 62 años. No están todos los sucesos que nos han interesado, claro está; pero sí la mayoría de ellos: la transición a la democracia, el papel de UCD, el caso de la democracia cristiana, el proceso constitucional, la educación… Y algunos desastres que, como la educación, los sucesos independentistas, los ataques a la Constitución… nos siguen preocupando. También por sus páginas aparecen semblanzas de personas de impresionante talla política como Joaquín Ruiz-Giménez, García de Enterría, Javier Muguerza, Landelino Lavilla, Luis Gómez Llorente…
Pero el presente libro no es una recopilación heterogénea de artículos e intervenciones en las Cortes. En primer lugar, porque el autor ha ordenado las 166 contribuciones en 15 grandes bloques temáticos y por tanto no constreñidos por la cronología de su publicación. Pese a ser artículos que se han escrito al calor del acontecimiento puntual, que están escritos para aquí y para ahora, su ordenación sistemática lejos de ser forzada da la impresión al lector de haber sido escritos con una previa planificación, con un sistema. Pero, sobre todo, la lectura de todos estos artículos pone de manifiesto que detrás de todos ellos, como si fuera su más firme armazón, hay una idea; que se aprovecha el suceso diario para defender una causa. Tal vez la diferencia entre el profesional puro del periodismo y el intelectual que frecuenta los medios de comunicación sea que, si bien ambos tienen algo que decir, algo que contar, sólo este último tiene una causa que defender.
La causa que unifica y da sentido al texto es una determinada idea de España asentada en la voluntad de Constitución, la importancia del Derecho como instrumento de ordenación de la política y el valor del diálogo y la convivencia. Esta es la esencia del trabajo. Esta es la causa que Ortega Díaz-Ambrona defiende en este libro. He dicho anteriormente que había que situarlo en el acontecimiento diario. Decir que este es un libro de aquí y ahora no puede entenderse en absoluto como un demérito. John Ruskin (Sésamo. De los tesoros de los Reyes), diferenciaba con gran agudeza entre libros del momento y libros de todo tiempo. Pero nos advertía que la diferencia no supone una distinción de calidad. No es meramente que el mal libro no dure y el bueno sí lo haga. Es una distinción de especie: hay libros buenos para el momento y libros buenos para todo el tiempo. Lo mismo que hay malos libros del momento y malos de todo tiempo. Pues bien, con toda seguridad este trabajo entra dentro de lo que Ruskin llamaría un buen libro para este momento.
EL PAÍS