Las mil y una noches de Aviñón, el festival donde Sherezade se encuentra con Gisèle Pelicot

Milo Rau lo tuvo claro: era imposible regresar a Aviñón sin hablar de Gisèle Pelicot. Para el director suizo, convertido en nombre imprescindible del teatro europeo, la ciudad provenzal ya no es solo conocida como la antigua sede del mundo cristiano, con su imponente Palacio de los Papas dominando el Ródano, o la capital internacional de las artes escénicas. También lo es por ser el lugar donde el otoño pasado se juzgaron los abusos que Pelicot sufrió durante años, drogada por su marido y entregada a desconocidos para que la violasen.

“Ha hecho que todo el mundo sepa situar Aviñón en el mapa. Hoy, para muchos, es sobre todo la ciudad donde ese juicio ocurrió”, decía este jueves Rau, con ojeras que delataban sus escasas dos horas de sueño mientras, a su alrededor, decenas de compañías —algunas más amateurs que otras— promocionaban sus espectáculos a pleno pulmón, con pancartas improvisadas y coreografías de emergencia.

El resultado es Le procès Pelicot, una reconstrucción escénica del juicio, basada en las actas del proceso y los artículos aparecidos en la prensa, ya que las grabaciones estuvieron prohibidas. Se estrenará el 18 de julio con la participación de un puñado de actores famosos, pero también los abogados que llevaron el caso, militantes de colectivos feministas y la propia familia de Pelicot. Para Rau, persona non grata en Rusia y censurado en varios lugares del mundo, el teatro no puede limitarse a documentar el colapso de la civilización: debe intervenir para evitar que ese derrumbe llegue a consumarse. Participa en este certamen por partida doble, con su obra sobre Pelicot y con un espectáculo itinerante, La lettre, inspirado en los clásicos teatrales y que representa en varios puntos de la periferia de la ciudad, con una informalidad asumida.

'La lettre', la obra itinerante dirigida por Milo Rau que se representa en Aviñón y varias localidades de su periferia.

Rau compara este lugar con los festivales de la antigua Grecia. “Eran reuniones políticas de ciudadanos, más que simples ocasiones para ver obras”, dice. Cree que certámenes como Aviñón o el Festwochen de Viena, que él dirige desde 2023, abren un paréntesis en la vida común: “Son espacios donde el tiempo suspendido permite pensar, crear y debatir con intensidad”. Reivindica un teatro “que no adoctrine ni excluya”, capaz de convocar tanto al crítico especializado como a los vecinos de un pueblo gobernado por el Reagrupamiento Nacional, como es frecuente en los alrededores de Aviñón. “Busco una forma teatral que incluya a todo el mundo desde el placer y con un sentimiento real de experiencia compartida, en lugar de forzar al espectador a participar en un juego que no entiende”.

Bajo un cielo sin nubes —Aviñón presume de disfrutar de más de 300 días de sol al año—, la ciudad se convierte cada julio en una maquinaria teatral a pleno rendimiento: 1.800 espectáculos, 180 teatros, tres millones de entradas a la venta en apenas tres semanas. La joya de la corona sigue siendo el llamado programa in, con sus 42 espectáculos: una cuidada selección de lo mejor de las artes escénicas internacionales, cuyas funciones son anunciadas por las míticas trompetas de Maurice Jarre, que marcan el momento ritual de cruzar el umbral de la sala. El festival, 79 ediciones después de la primera, sigue fiel al espíritu de su fundador, el actor y director Jean Vilar, que en 1947 lo imaginó como una plataforma popular para llevar el teatro a todos, en los días negros de la posguerra europea. Hoy continúa ofreciendo una programación exigente, valiente y que dialoga con el presente, que rara vez se conforma con entretener y que aspira a funcionar como una auténtica ágora contemporánea.

Este año, como ya es habitual, varios de los grandes títulos apuntan al contexto social y político. Uno de los regresos más esperados ha sido el de Thomas Ostermeier, ausente del certamen desde hace una década. El director de la prestigiosa Schaubühne de Berlín presenta una versión profundamente revisada de El pato salvaje de Ibsen, reescrita en un 80% y trasladada a la Europa contemporánea. Es su séptima relectura del autor noruego y aspiraba a ser un ataque frontal contra el autoengaño liberal y la familia como último refugio. La acogida, sin embargo, ha sido desigual: su propuesta es redundante, didáctica y algo polvorienta, sin la claridad política ni la fuerza escénica de muchos de sus trabajos previos.

Una escena de la adaptación de 'El pato salvaje' que firma Thomas Ostermeier, estrenada en Aviñón.

En Aviñón también resuena la voz de Boualem Sansal. El escritor francoargelino, condenado en su país a cinco años de prisión por “atentar contra la unidad nacional”, fue homenajeado el miércoles con una lectura pública de sus textos. Además, en el variopinto programa off —que reúne a cientos de compañías de calidad desigual—, una compañía presenta una adaptación de su novela La aldea del alemán. Es la primera vez que una obra de Sansal se representa en el festival.

“Aviñón es un escenario donde el porvenir se reinventa sin cesar”, afirma el responsable del festival, el director y dramaturgo portugués Tiago Rodrigues. “En un mundo donde los autoritarismos siembran la guerra, amenazan las democracias, niegan la urgencia climática y oscurecen toda idea de futuro, aprovechemos cada instante compartido para imaginar nuevas vías”. El propio Rodrigues contribuye a ese horizonte con la obra La distance, un diálogo interplanetario entre un padre y su hija en el año 2077. Ella se ha marchado a Marte; él permanece en una Tierra en ruinas. El futuro, en este festival escénico, se encuentra en el espacio exterior. Lo confirma también Planètes, de Jeanne Candel, otra pieza de ciencia ficción protagonizada por dos astronautas a la deriva, muy aplaudida en esta primera semana de festival.

Rodrigues admite haber concebido esta edición “en diálogo con la actualidad”. A lo largo y ancho de su programa, el festival aborda asuntos como la guerra en Oriente Próximo —una treintena de artistas participantes en el certamen, incluido su director, firmó una tribuna por Gaza en el arranque—, el ascenso de los autoritarismos o la amenaza que representa la extrema derecha para la creación artística en toda Europa. Para Rodrigues, esa vocación política no es coyuntural: forma parte del ADN del teatro. “Este verano, artistas de más de 15 países se reúnen en Aviñón con un objetivo común: construir una utopía efímera aunque real: la de estar juntos”, dice el director. “No contamos historias solo para sobrevivir, como Sherezade en Las mil y una noches. Las contamos para vivir juntos, y para aprender a hacerlo mejor”.

El símil no es casual. La pieza de apertura del festival, Nôt, de la coreógrafa caboverdiana Marlène Monteiro Freitas, una de las creadoras más singulares de la danza contemporánea. Se trata de una adaptación libérrima de Las mil y una noches que propone una inmersión carnavalesca y alucinada en la oscuridad que llega al anochecer, entendida como territorio simbólico dominado por la locura colectiva y donde cualquier cosa puede suceder. “Nôt es una zambullida en la noche, en el sentido más amplio y metafórico del término, que desdibuja nuestros referentes y donde realidad y ficción se confunden”, explica Freitas.

'Nôt', de la coreógrafa caboverdiana Marlene Monteiro Freitas, en el Palacio de los Papas de Aviñón.

Ocho intérpretes recorren el imponente patio del Palacio de los Papas entre verjas blancas, máscaras de muñeca japonesa, espasmos grotescos y gestos rituales sin lógica aparente, en un universo donde lo bacanal, lo escatológico y lo absurdo conviven con una gestualidad coreográfica poderosa, de espíritu punk, cargada de imágenes tan originales como desconcertantes. Algo nuevo, provocador y, a ratos, un tanto irritante: justo lo que se espera de un festival de vanguardia. El público, como era de esperar, se dividió. Hubo deserciones en masa, algún abucheo y muchos aplausos. Fue, en definitiva, un arranque polémico, como solo Aviñón los sabe ofrecer.

Invocar los relatos de Sherezade este año responde a algo más que una referencia literaria. Tras dedicar ediciones anteriores al inglés y al español, la lengua invitada en esta edición es el árabe, un gesto poderoso en una región convertida en bastión de la extrema derecha. El festival responde a ese avance imparable con una notable presencia de artistas de todo el mundo árabe, con un gran homenaje a la legendaria cantante egipcia Oum Kalthoum y propuestas tan prometedoras como las del director palestino Bashar Murkus o el coreógrafo libanés Ali Chahrour, dos creadores ya habituales en Aviñón.

La danza cobra esta vez un protagonismo poco habitual: uno de cada cuatro espectáculos es bailado. Entre ellos destacan los dos del único representante español, el bailaor Israel Galván, muy querido por este festival: uno en torno a la figura del padre, al lado del director Mohamed El Khatib, y el otro, junto a la misma Monteiro Freitas para explorar, a través del cuerpo, los límites del lenguaje, que ya se pudo ver en Barcelona en 2024.

El único representante español es el bailaor Israel Galván, muy querido en Aviñón, que en esta edición presentará dos espectáculos

Otra de las propuestas coreográficas de esta cita es Brel, presentada en el sobrecogedor escenario mineral de unas canteras a las afueras de Aviñón. Se trata de un espectáculo con encanto, aunque de interés intermitente, sostenido por la presencia escénica de Anne Teresa De Keersmaeker, que se vuelve a subir sobre el escenario. A sus 65 años, la gran coreógrafa flamenca conserva su estilo burlesco y voluntariamente torpe, esta vez en diálogo con Solal Mariotte, joven bailarín de 23 años formado en el breakdance, que descubrió el repertorio de Brel viendo vídeos en YouTube. El cruce generacional no termina de cuajar, pero la plasticidad de la propuesta y el poso melancólico de las canciones del autor de Ne me quitte pas confieren al resultado una belleza innegable.

El telón seguirá levantado hasta el 26 de julio y aún quedan varios platos fuertes por llegar. Entre ellos, una adaptación de El zapato de raso, de Paul Claudel, pieza emblemática de ocho horas de duración, rara vez mostrada en su totalidad. La Comédie-Française, bajo la dirección de Éric Ruf, la pondrá en escena a lo largo de una noche completa, entre las diez de la noche y las seis de la mañana, cuando el primer rayo de sol asome sobre las murallas del Palacio de los Papas. Más que una función, una especie de vigilia. Un recordatorio de que, en Aviñón, el teatro aún puede ser una experiencia total.

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 El certamen teatral inaugura una de sus ediciones más políticas, con la lengua árabe como invitada, guiños a Gaza y la reconstrucción escénica del juicio por violación que se celebró en la ciudad  

Milo Rau lo tuvo claro: era imposible regresar a Aviñón sin hablar de Gisèle Pelicot. Para el director suizo, convertido en nombre imprescindible del teatro europeo, la ciudad provenzal ya no es solo conocida como la antigua sede del mundo cristiano, con su imponente Palacio de los Papas dominando el Ródano, o la capital internacional de las artes escénicas. También lo es por ser el lugar donde el otoño pasado se juzgaron los abusos que Pelicot sufrió durante años, drogada por su marido y entregada a desconocidos para que la violasen.

“Ha hecho que todo el mundo sepa situar Aviñón en el mapa. Hoy, para muchos, es sobre todo la ciudad donde ese juicio ocurrió”, decía este jueves Rau, con ojeras que delataban sus escasas dos horas de sueño mientras, a su alrededor, decenas de compañías —algunas más amateurs que otras— promocionaban sus espectáculos a pleno pulmón, con pancartas improvisadas y coreografías de emergencia.

El resultado es Le procès Pelicot, una reconstrucción escénica del juicio, basada en las actas del proceso y los artículos aparecidos en la prensa, ya que las grabaciones estuvieron prohibidas. Se estrenará el 18 de julio con la participación de un puñado de actores famosos, pero también los abogados que llevaron el caso, militantes de colectivos feministas y la propia familia de Pelicot. Para Rau, persona non grata en Rusia y censurado en varios lugares del mundo, el teatro no puede limitarse a documentar el colapso de la civilización: debe intervenir para evitar que ese derrumbe llegue a consumarse. Participa en este certamen por partida doble, con su obra sobre Pelicot y con un espectáculo itinerante, La lettre, inspirado en los clásicos teatrales y que representa en varios puntos de la periferia de la ciudad, con una informalidad asumida.

'La lettre', la obra itinerante dirigida por Milo Rau que se representa en Aviñón y varias localidades de su periferia.

Rau compara este lugar con los festivales de la antigua Grecia. “Eran reuniones políticas de ciudadanos, más que simples ocasiones para ver obras”, dice. Cree que certámenes como Aviñón o el Festwochen de Viena, que él dirige desde 2023, abren un paréntesis en la vida común: “Son espacios donde el tiempo suspendido permite pensar, crear y debatir con intensidad”. Reivindica un teatro “que no adoctrine ni excluya”, capaz de convocar tanto al crítico especializado como a los vecinos de un pueblo gobernado por el Reagrupamiento Nacional, como es frecuente en los alrededores de Aviñón. “Busco una forma teatral que incluya a todo el mundo desde el placer y con un sentimiento real de experiencia compartida, en lugar de forzar al espectador a participar en un juego que no entiende”.

Bajo un cielo sin nubes —Aviñón presume de disfrutar de más de 300 días de sol al año—, la ciudad se convierte cada julio en una maquinaria teatral a pleno rendimiento: 1.800 espectáculos, 180 teatros, tres millones de entradas a la venta en apenas tres semanas. La joya de la corona sigue siendo el llamado programa in, con sus 42 espectáculos: una cuidada selección de lo mejor de las artes escénicas internacionales, cuyas funciones son anunciadas por las míticas trompetas de Maurice Jarre, que marcan el momento ritual de cruzar el umbral de la sala. El festival, 79 ediciones después de la primera, sigue fiel al espíritu de su fundador, el actor y director Jean Vilar, que en 1947 lo imaginó como una plataforma popular para llevar el teatro a todos, en los días negros de la posguerra europea. Hoy continúa ofreciendo una programación exigente, valiente y que dialoga con el presente, que rara vez se conforma con entretener y que aspira a funcionar como una auténtica ágora contemporánea.

Este año, como ya es habitual, varios de los grandes títulos apuntan al contexto social y político. Uno de los regresos más esperados ha sido el de Thomas Ostermeier, ausente del certamen desde hace una década. El director de la prestigiosa Schaubühne de Berlín presenta una versión profundamente revisada de El pato salvaje de Ibsen, reescrita en un 80% y trasladada a la Europa contemporánea. Es su séptima relectura del autor noruego y aspiraba a ser un ataque frontal contra el autoengaño liberal y la familia como último refugio. La acogida, sin embargo, ha sido desigual: su propuesta es redundante, didáctica y algo polvorienta, sin la claridad política ni la fuerza escénica de muchos de sus trabajos previos.

Una escena de la adaptación de 'El pato salvaje' que firma Thomas Ostermeier, estrenada en Aviñón.

En Aviñón también resuena la voz de Boualem Sansal. El escritor francoargelino, condenado en su país a cinco años de prisión por “atentar contra la unidad nacional”, fue homenajeado el miércoles con una lectura pública de sus textos. Además, en el variopinto programa off —que reúne a cientos de compañías de calidad desigual—, una compañía presenta una adaptación de su novela La aldea del alemán. Es la primera vez que una obra de Sansal se representa en el festival.

“Aviñón es un escenario donde el porvenir se reinventa sin cesar”, afirma el responsable del festival, el director y dramaturgo portugués Tiago Rodrigues. “En un mundo donde los autoritarismos siembran la guerra, amenazan las democracias, niegan la urgencia climática y oscurecen toda idea de futuro, aprovechemos cada instante compartido para imaginar nuevas vías”. El propio Rodrigues contribuye a ese horizonte con la obra La distance, un diálogo interplanetario entre un padre y su hija en el año 2077. Ella se ha marchado a Marte; él permanece en una Tierra en ruinas. El futuro, en este festival escénico, se encuentra en el espacio exterior. Lo confirma también Planètes, de Jeanne Candel, otra pieza de ciencia ficción protagonizada por dos astronautas a la deriva, muy aplaudida en esta primera semana de festival.

Rodrigues admite haber concebido esta edición “en diálogo con la actualidad”. A lo largo y ancho de su programa, el festival aborda asuntos como la guerra en Oriente Próximo —una treintena de artistas participantes en el certamen, incluido su director, firmó una tribuna por Gaza en el arranque—, el ascenso de los autoritarismos o la amenaza que representa la extrema derecha para la creación artística en toda Europa. Para Rodrigues, esa vocación política no es coyuntural: forma parte del ADN del teatro. “Este verano, artistas de más de 15 países se reúnen en Aviñón con un objetivo común: construir una utopía efímera aunque real: la de estar juntos”, dice el director. “No contamos historias solo para sobrevivir, como Sherezade en Las mil y una noches. Las contamos para vivir juntos, y para aprender a hacerlo mejor”.

El símil no es casual. La pieza de apertura del festival, Nôt, de la coreógrafa caboverdiana Marlène Monteiro Freitas, una de las creadoras más singulares de la danza contemporánea. Se trata de una adaptación libérrima de Las mil y una noches que propone una inmersión carnavalesca y alucinada en la oscuridad que llega al anochecer, entendida como territorio simbólico dominado por la locura colectiva y donde cualquier cosa puede suceder. “Nôt es una zambullida en la noche, en el sentido más amplio y metafórico del término, que desdibuja nuestros referentes y donde realidad y ficción se confunden”, explica Freitas.

'Nôt', de la coreógrafa caboverdiana Marlene Monteiro Freitas, en el Palacio de los Papas de Aviñón.

Ocho intérpretes recorren el imponente patio del Palacio de los Papas entre verjas blancas, máscaras de muñeca japonesa, espasmos grotescos y gestos rituales sin lógica aparente, en un universo donde lo bacanal, lo escatológico y lo absurdo conviven con una gestualidad coreográfica poderosa, de espíritu punk, cargada de imágenes tan originales como desconcertantes. Algo nuevo, provocador y, a ratos, un tanto irritante: justo lo que se espera de un festival de vanguardia. El público, como era de esperar, se dividió. Hubo deserciones en masa, algún abucheo y muchos aplausos. Fue, en definitiva, un arranque polémico, como solo Aviñón los sabe ofrecer.

Invocar los relatos de Sherezade este año responde a algo más que una referencia literaria. Tras dedicar ediciones anteriores al inglés y al español, la lengua invitada en esta edición es el árabe, un gesto poderoso en una región convertida en bastión de la extrema derecha. El festival responde a ese avance imparable con una notable presencia de artistas de todo el mundo árabe, con un gran homenaje a la legendaria cantante egipcia Oum Kalthoum y propuestas tan prometedoras como las del director palestino Bashar Murkus o el coreógrafo libanés Ali Chahrour, dos creadores ya habituales en Aviñón.

La danza cobra esta vez un protagonismo poco habitual: uno de cada cuatro espectáculos es bailado. Entre ellos destacan los dos del único representante español, el bailaor Israel Galván, muy querido por este festival: uno en torno a la figura del padre, al lado del director Mohamed El Khatib, y el otro, junto a la misma Monteiro Freitas para explorar, a través del cuerpo, los límites del lenguaje, que ya se pudo ver en Barcelona en 2024.

El único representante español es el bailaor Israel Galván, muy querido en Aviñón, que en esta edición presentará dos espectáculos

Otra de las propuestas coreográficas de esta cita es Brel, presentada en el sobrecogedor escenario mineral de unas canteras a las afueras de Aviñón. Se trata de un espectáculo con encanto, aunque de interés intermitente, sostenido por la presencia escénica de Anne Teresa De Keersmaeker, que se vuelve a subir sobre el escenario. A sus 65 años, la gran coreógrafa flamenca conserva su estilo burlesco y voluntariamente torpe, esta vez en diálogo con Solal Mariotte, joven bailarín de 23 años formado en el breakdance, que descubrió el repertorio de Brel viendo vídeos en YouTube. El cruce generacional no termina de cuajar, pero la plasticidad de la propuesta y el poso melancólico de las canciones del autor de Ne me quitte pas confieren al resultado una belleza innegable.

El telón seguirá levantado hasta el 26 de julio y aún quedan varios platos fuertes por llegar. Entre ellos, una adaptación de El zapato de raso, de Paul Claudel, pieza emblemática de ocho horas de duración, rara vez mostrada en su totalidad. La Comédie-Française, bajo la dirección de Éric Ruf, la pondrá en escena a lo largo de una noche completa, entre las diez de la noche y las seis de la mañana, cuando el primer rayo de sol asome sobre las murallas del Palacio de los Papas. Más que una función, una especie de vigilia. Un recordatorio de que, en Aviñón, el teatro aún puede ser una experiencia total.

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