<p>De pie frente a <strong>más de 15.000 personas en Buenos Aires</strong>, <strong>Joaquín Sabina</strong> no engaña a nadie: «Es verdad, ¡que es la última gira!». Y la respuesta, unánime, es casi un rugido: «¡Nooooooooooooooo!». Si por los argentinos fuera, Sabina cantaría cien, 500 o un millón de años más, tan propio lo sienten, tan enraizado está el andaluz en el recuerdo emotivo de tantos y tantas en Argentina. Pero <strong>Sabina está en Buenos Aires para despedirse</strong>, diez conciertos a razón de más de 15.000 personas por noche: 150.000 espectadores para rendirle homenaje en <i><strong>Hola y adiós</strong></i>, una gira bautizada sin muchas vueltas.</p>
Sabina emprende su gira ‘Hola y adiós’ con 10 conciertos en la capital argentina y una retahíla de ‘sold outs’ en España hasta noviembre
De pie frente a más de 15.000 personas en Buenos Aires, Joaquín Sabina no engaña a nadie: «Es verdad, ¡que es la última gira!». Y la respuesta, unánime, es casi un rugido: «¡Nooooooooooooooo!». Si por los argentinos fuera, Sabina cantaría cien, 500 o un millón de años más, tan propio lo sienten, tan enraizado está el andaluz en el recuerdo emotivo de tantos y tantas en Argentina. Pero Sabina está en Buenos Aires para despedirse, diez conciertos a razón de más de 15.000 personas por noche: 150.000 espectadores para rendirle homenaje en Hola y adiós, una gira bautizada sin muchas vueltas.
«Yo quería acabar esta primera parte de la gira en Buenos Aires. Es mi casa, siempre tuvimos un amor apasionado», dijo el cantautor la noche del miércoles en un Movistar Arena tan repleto como intergeneracional: abuelas con sus nietos, padres e hijos, muchas parejas, muchas mujeres. Y mucha emoción. Al argentino le cuesta quedarse sentado en un concierto, de inmediato se pone de pie y comienza a mover los brazos y cantar. Y así discurrieron las más de dos horas en las que Sabina, sin necesidad de decirlo, dejó claro que el adiós es una buena decisión: la noche fue pura nostalgia, demasiada nostalgia. Quedó claro cuando llegó el momento de 19 días y 500 noches y la imagen de un Sabina joven y pletórico en el vídeo de 1999 entraba en duro contraste con el Sabina con incipientes aires de anciano que, sentado, cantaba en Buenos Aires.
La edad, los años y la emoción estrujaban el corazón de todos en la húmeda noche del otoño porteño.
«A mí antes no me gustaba Sabina, cuando era joven no lo escuchaba», reconocía Alex, uno de los espectadores al que la noche con Sabina le llegó al corazón. «Pero ahora tengo 50 y escucho las letras, me llega su música. Yo tampoco entendía cuando mis padres o mis abuelos se emocionaban ante algo y se ponían a llorar. Ahora me pasa a mí».
Siempre sentado y con tres pausas para recuperar aire y energía, Sabina se despide apoyado por una banda sólida y eficaz: Antonio García de Diego a la guitarra, el teclado y la armónica; Jaime Asúa Abasolo a la guitarra, Josemi Sagaste al saxo y la percusión; Pedro Barceló a la batería, Laura Gómez Palma al bajo y Mara Marita Barros a la voz y los coros.
«Busqué al menos tres que cantaran mejor que yo, cosa que por otra parte es bastante fácil», bromeó Sabina, que se apoyó mucho, en toda la noche, en el carisma y la voz de Barros. Elegante, elogió también a Gómez Palma: «Encontré en Buenos Aires a la mejor bajista del mundo, Laura».
El Sabina que explica que el abril de Buenos Aires es diferente al abril andaluz, «que huele a jazmín», es un Sabina mortecino, que vibra en un tono y una frecuencia más bajos que el de aquellos años en que todos -él y buena parte de su público- eran jóvenes. Es un Sabina agradecido con aquellos que lo nutrieron como persona y que nutrieron su carrera, un Sabina que solo pretende despedirse en paz.
«La noche en Madrid que conocí a Chavela Vargas fuimos a tomar una copa y me dijo que vivía en el bulevar de los sueños rotos. Pensé que me estaba regalando el comienzo de una canción, así que saqué mi bloc y empecé a escribir. Seguí escribiendo y me di el gusto de estrenarla cantándosela a Chavela», recordó el poeta mientras en las pantallas gigantes aparecía la mexicana.
En este viaje, Sabina se convertirá además en doctor honoris causa de la Universidad de Buenos Aires (UBA), cuyo consejo directivo acordó, por unanimidad, otorgarle la distinción. «Con una trayectoria artística que lleva casi 50 años, la extensa obra musical y poética de Joaquín Sabina lo convierte a nivel internacional en una de las máximas referencias del arte y la cultura iberoamericana«, argumentó la UBA al anunciar el doctorado para Sabina.
No se quedó ahí: «Sus frecuentes colaboraciones artísticas musicales, entre ellas, su disco junto a Fito Páez, Enemigos Íntimos (1998) y una extensa serie junto a Joan Manuel Serrat, constituyendo juntos una de las duplas más trascendentales de la historia de la canción popular, (…) su enorme aporte a las artes y las letras en español y su vínculo artístico y poético con nuestro país y nuestra ciudad han dejado una destacada marca cultural iberoamericana e internacional que representa un aporte trascendental».
El doctor honoris causa Sabina es el mismo que se ríe de los informativos «frívolos» que vio estos días en la habitación de su hotel e improvisa un soneto en el que demuestra conocer en profundidad las claves del ser argentino, pero también la coyuntura política, e incluso a personajes del corazón: «Diez noches derramando sentimientos para pidos tan cómplices y atentos, como en los sueños del mejor cantante. Aunque el verso florece a cada instante, aquí el tango parece un sacramento. Aquí la lilas corren el cemento, aquí encuentra su vocal el trashumante. El horno humano no está para fiestas, 36 horas largas de protestas, qué kilombo, que bronca, que avenida. China Suarez, Yuyito, Wanda Nara. Quien abusa, quién miente, quién dispara. Borges, Gardel, Discépolo«.
La despedida, que el público quería evitar a toda costa, llegó enhebrando Con la frente marchita, Contigo y Princesa, y con la certeza de que una de sus frases de la noche es cualquier cosa menos exagerada: «Siempre les digo a mis amigo que, si me pierdo, me busquen en Buenos Aires».
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