La marquetería contemporánea también existe, y lucha por sobrevivir: “Muchas veces no ponemos el precio real porque nadie lo pagaría”

Antes de entrar en el taller de Jordi Ordóñez (Barcelona, 1967) cojo un flyer de un cajoncito que cuelga de la puerta. “La marquetería es la decoración del mueble, cuadro o cualquier superficie con chapas muy finas de diferentes maderas y otros materiales, creando diseños cálidos y naturales”, se lee. El mensaje es claro y directo. Minutos después, compruebo que Ordóñez, maestro artesano especializado en marquetería, también lo es. A principios de año se trasladó a este local de Camp de l’Arpa, lejos del taller de toda la vida en Barcelona, el que fundó su padre en 1952 y estaba en el céntrico barrio de Gràcia. ¿La culpa? El precio de los alquileres de la ciudad. Pero no hay mal que por bien no venga. Ahora tiene más espacio para él y sus alumnos.

El olor a madera recién cortada enamora, tanto como la Vespa que tiene aparcada en la entrada. “Es un proyecto propio, un cambio de registro”, asegura. No está restaurando la motocicleta, la está personalizando con un sofisticado diseño de marquetería: romboidal en los laterales y un bucólico paisaje en el frontal. Tiene su lógica, la marquetería también ha evolucionado. “Esta técnica ya la usaban en el Antiguo Egipto. A día de hoy perdura incorporando nuevos materiales y diseños innovadores”, explica Ordóñez. “Quiero mostrar que la marquetería puede aplicarse en cualquier superficie, incluso en una que puede moverse. La Vespa será funcional, podrá circular, pero lo que quiero es que se exponga y la gente pueda ver las múltiples posibilidades de esta técnica milenaria”, continúa. Su destino final también lo tiene claro: el Museo de la Madera que está acondicionando en Almunia de San Juan, un pueblecito de Huesca.

Ordóñez pasa muchas horas solo en su taller rodeado de finísimas tiras de chapa de madera, herramientas de carpintero y unas máquinas con pedal mecánico que parecen sacadas del Medievo. “¡Es que no han cambiado nada, el mecanismo es el mismo!”, exclama. En realidad, se trata de las sierras de ballesta, un invento europeo del siglo XVI que permitió desarrollar nuevas técnicas de marquetería al facilitar cortes más precisos y más complejos. Esto propició la edad de oro de la marquetería, que entró en las casas pudientes en forma mobiliaria y paneles decorativos. Pero en el siglo XXI el trabajo de marquetero se centra, sobre todo, en la restauración.

En este taller, cuando no le toca al recargado marco de un espejo, le toca a la tapa de un exquisito joyero o al sobre de una mesa de centro. “Son reliquias y a muchas familias les gusta conservarlas, aunque también restauro piezas para anticuarios y museos”, apunta. Más allá del pequeño mobiliario, Ordóñez y su padre Joan —ya fallecido— también se aplicaron en obras mastodónticas, como la réplica del intrincado suelo de la Casa Lleó i Morera —una joya modernista del Passeig de Gràcia— o la reproducción en madera del Tapiz de la Creación de la catedral de Girona, la obra que en 1982 representó a Cataluña en el Año de la Artesanía de la Unesco. Estos grandes encargos son los que salvan un oficio “poco conocido y aún menos reconocido”, se lamenta él.

Más allá de su obra personal —como su empeño en reproducir a escala real El Jardín de las Delicias del Bosco—, a Ordóñez también le reconforta enseñar lo que sabe. “Mis alumnos suelen ser profesionales de la madera que quieren aprender una nueva técnica o particulares con inquietudes artísticas. ¡Los trato como si fueran hijos!”, bromea. Y es que es eso o bajar la persiana.

A diferencia de una mañana cualquiera, Ordóñez en el día de nuestro encuentro no está solo. Le acompañan dos jóvenes artistas que han hecho de la marquetería su oficio, pero desde una mirada contemporánea. Una es Julia Fritz (Düsseldorf, 1977), con espacio propio en Badalona, y la otra es la Beatriz Zuazo (Algeciras, 1982), que, casualidades de la vida, tiene el suyo a la vuelta de la esquina.

De izquierda a derecha, Beatriz Zuazo, Julia Fritz y Jordi Ordóñez conversan en el taller de marquetería de Ordóñez en Barcelona.

La historia de Fritz empieza en su Alemania natal, donde estudió ebanistería en un taller de órganos de iglesia. Una beca la llevó hasta un taller de restauración de Barcelona, donde trabajó 10 años. Allá descubrió la marquetería y la curiosidad la llevó hasta el taller de los Ordóñez en Gràcia, donde se formó. Luego vino un viaje en coche por Marruecos que le cambió la vida. “Me fascinaron los colores y la geometría. Fue entonces cuando pensé que algún día me gustaría tener mi propia colección de muebles de marquetería”, rememora. Dicho y hecho. Una década después, la alemana lidera fritz&wood, la marca bajo la cual crea mobiliario y objetos de diseño que vende en el espacio barcelonés Materia Terrícola. Además, también acepta encargos a medida. Con cierta timidez, Fritz deja encima de la mesa del taller uno de sus cuadros de geometría hipnótica. Ordóñez y Zuazo lo observan al detalle. No lo tocan, lo acarician. Son muy conscientes de las horas de trabajo y la pericia que implica. “Mi obra artística siempre incorpora marquetería, lo último son unos tótems de madera que conjugan lo racional con lo intuitivo”, explica Fritz, que ya está preparando su participación en la edición del próximo octubre del festival 48h Open House junto con el colectivo tallerBDN, el mismo con el que expuso en la pasada Bienal Manifesta 15 de Barcelona.

Una particularidad de Zuazo, una traductora de ruso enamorada de los mosaicos, es que residió cinco años en Moscú. En 2008, de vuelta a Barcelona, seguía trabajando de lo suyo, pero se le metió entre ceja y ceja que quería hacer muebles de autor. Hizo diversos cursos de carpintería, estuvo de prácticas en empresas y, finalmente, decidió cambiar las pantallas por el trabajo manual. En este proceso descubrió la marquetería, un término de origen francés que aparece nombrado por primera vez en un inventario del siglo XIII. “La palabra procede de marquer, que significa adornar. Luego me di cuenta de que taracea, que en español se utiliza como sinónimo de marquetería, tenía la misma raíz que intarsia, que significa incrustar, y es como se llama a la marquetería en Italia y en Alemania”, asegura.

Fascinada por este hallazgo etimológico, Zuazo se formó en marquetería de manera autodidacta. “Con muchos libros y con algunas masterclass online”, confiesa. Sobre la mesa, deposita dos cajas preciosas. “Son joyeros, cajas dentro de otras cajas”, explica mientras las va abriendo. Ordóñez las observa detenidamente. “¿Y las bisagras?”, pregunta. “Son de madera, están integradas en el conjunto”, responde ante su cara de asombro. Zuazo empezó con la marquetería geométrica, la que practica Fritz, aunque ahora su foco se ha desplazado hacia la figurativa. “Por eso las dos cajas están decoradas con imágenes del fotógrafo Guillermo Rodríguez. Las he pasado de un plano bidimensional a uno tridimensional”, explica. Ambas obras forman parte de El lenguaje de la madera. Marquetería en evolución, una exposición sobre su trabajo que puede visitarse en el Centre Artesania Catalunya de Barcelona hasta el 26 de octubre.

¿Le queda esperanza a la marquetería? Zuazo cree que sí, que hay que ser optimistas. Al menos, con su trabajo queda más que demostrado. Un recorrido por la exposición desvela la profunda belleza de esta técnica milenaria y todas las posibilidades expresivas, técnicas y materiales que esconde. Quien quiera seguir vinculándola al pasado y a la ornamentación, se equivoca. La marquetería contemporánea ha llegado para quedarse, y así se entrevió en la última edición de la Milan Design Week, con piezas espectaculares tanto en la concept store de Rossana Orlandi como en el festival alternativo 5VIE.

Fritz también se reconoce enamorada de la marquetería —“tiene hasta un punto de adicción”, bromea—, pero admite que es complicado encontrar clientes que valoren este trabajo. “Muchas veces no ponemos el precio real porque nadie lo pagaría”, se lamenta. Ordóñez, el veterano en este encuentro, se muestra mucho más radical. “Los oficios se están extinguiendo y la artesanía no está suficientemente valorada. En comparación con Francia, donde el maestro artesano Pierre Ramond tuvo una cátedra de marquetería, aquí estamos en las cavernas. Al menos con gente como vosotras el oficio aguantará unos años más”, se sincera. Pero Fritz y Zuazo ya no son unas artesanas anónimas —como los que en su día hacían los muebles que luego firmaban Jujol o Gaudí, recalca Ordóñez—, sino artistas contemporáneas que han adoptado como lenguaje propio una técnica milenaria que las desafía constantemente.

En el enriquecedor intercambio de impresiones alrededor de la mesa del taller surge una última reflexión que nadie sabe muy bien cómo responder. “Quizás la marquetería no va a desaparecer, pero ¿cómo va a sobrevivir?”.

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 Los diseños geométricos de Julia Fritz y los figurativos de Beatriz Zuazo marcan un nuevo camino para una técnica milenaria que conserva pocos maestros artesanos. Uno de ellos es Jordi Ordóñez, que aprendió el oficio en el taller de su padre  

Antes de entrar en el taller de Jordi Ordóñez (Barcelona, 1967) cojo un flyer de un cajoncito que cuelga de la puerta. “La marquetería es la decoración del mueble, cuadro o cualquier superficie con chapas muy finas de diferentes maderas y otros materiales, creando diseños cálidos y naturales”, se lee. El mensaje es claro y directo. Minutos después, compruebo que Ordóñez, maestro artesano especializado en marquetería, también lo es. A principios de año se trasladó a este local de Camp de l’Arpa, lejos del taller de toda la vida en Barcelona, el que fundó su padre en 1952 y estaba en el céntrico barrio de Gràcia. ¿La culpa? El precio de los alquileres de la ciudad. Pero no hay mal que por bien no venga. Ahora tiene más espacio para él y sus alumnos.

El olor a madera recién cortada enamora, tanto como la Vespa que tiene aparcada en la entrada. “Es un proyecto propio, un cambio de registro”, asegura. No está restaurando la motocicleta, la está personalizando con un sofisticado diseño de marquetería: romboidal en los laterales y un bucólico paisaje en el frontal. Tiene su lógica, la marquetería también ha evolucionado. “Esta técnica ya la usaban en el Antiguo Egipto. A día de hoy perdura incorporando nuevos materiales y diseños innovadores”, explica Ordóñez. “Quiero mostrar que la marquetería puede aplicarse en cualquier superficie, incluso en una que puede moverse. La Vespa será funcional, podrá circular, pero lo que quiero es que se exponga y la gente pueda ver las múltiples posibilidades de esta técnica milenaria”, continúa. Su destino final también lo tiene claro: el Museo de la Madera que está acondicionando en Almunia de San Juan, un pueblecito de Huesca.

Ordóñez pasa muchas horas solo en su taller rodeado de finísimas tiras de chapa de madera, herramientas de carpintero y unas máquinas con pedal mecánico que parecen sacadas del Medievo. “¡Es que no han cambiado nada, el mecanismo es el mismo!”, exclama. En realidad, se trata de las sierras de ballesta, un invento europeo del siglo XVI que permitió desarrollar nuevas técnicas de marquetería al facilitar cortes más precisos y más complejos. Esto propició la edad de oro de la marquetería, que entró en las casas pudientes en forma mobiliaria y paneles decorativos. Pero en el siglo XXI el trabajo de marquetero se centra, sobre todo, en la restauración.

En este taller, cuando no le toca al recargado marco de un espejo, le toca a la tapa de un exquisito joyero o al sobre de una mesa de centro. “Son reliquias y a muchas familias les gusta conservarlas, aunque también restauro piezas para anticuarios y museos”, apunta. Más allá del pequeño mobiliario, Ordóñez y su padre Joan —ya fallecido— también se aplicaron en obras mastodónticas, como la réplica del intrincado suelo de la Casa Lleó i Morera —una joya modernista del Passeig de Gràcia— o la reproducción en madera del Tapiz de la Creación de la catedral de Girona, la obra que en 1982 representó a Cataluña en el Año de la Artesanía de la Unesco. Estos grandes encargos son los que salvan un oficio “poco conocido y aún menos reconocido”, se lamenta él.

Más allá de su obra personal —como su empeño en reproducir a escala real El Jardín de las Delicias del Bosco—, a Ordóñez también le reconforta enseñar lo que sabe. “Mis alumnos suelen ser profesionales de la madera que quieren aprender una nueva técnica o particulares con inquietudes artísticas. ¡Los trato como si fueran hijos!”, bromea. Y es que es eso o bajar la persiana.

A diferencia de una mañana cualquiera, Ordóñez en el día de nuestro encuentro no está solo. Le acompañan dos jóvenes artistas que han hecho de la marquetería su oficio, pero desde una mirada contemporánea. Una es Julia Fritz (Düsseldorf, 1977), con espacio propio en Badalona, y la otra es la Beatriz Zuazo (Algeciras, 1982), que, casualidades de la vida, tiene el suyo a la vuelta de la esquina.

De izquierda a derecha, Beatriz Zuazo, Julia Fritz y Jordi Ordóñez conversan en el taller de marquetería de Ordóñez en Barcelona.

La historia de Fritz empieza en su Alemania natal, donde estudió ebanistería en un taller de órganos de iglesia. Una beca la llevó hasta un taller de restauración de Barcelona, donde trabajó 10 años. Allá descubrió la marquetería y la curiosidad la llevó hasta el taller de los Ordóñez en Gràcia, donde se formó. Luego vino un viaje en coche por Marruecos que le cambió la vida. “Me fascinaron los colores y la geometría. Fue entonces cuando pensé que algún día me gustaría tener mi propia colección de muebles de marquetería”, rememora. Dicho y hecho. Una década después, la alemana lidera fritz&wood, la marca bajo la cual crea mobiliario y objetos de diseño que vende en el espacio barcelonés Materia Terrícola. Además, también acepta encargos a medida. Con cierta timidez, Fritz deja encima de la mesa del taller uno de sus cuadros de geometría hipnótica. Ordóñez y Zuazo lo observan al detalle. No lo tocan, lo acarician. Son muy conscientes de las horas de trabajo y la pericia que implica. “Mi obra artística siempre incorpora marquetería, lo último son unos tótems de madera que conjugan lo racional con lo intuitivo”, explica Fritz, que ya está preparando su participación en la edición del próximo octubre del festival 48h Open House junto con el colectivo tallerBDN, el mismo con el que expuso en la pasada Bienal Manifesta 15 de Barcelona.

Una particularidad de Zuazo, una traductora de ruso enamorada de los mosaicos, es que residió cinco años en Moscú. En 2008, de vuelta a Barcelona, seguía trabajando de lo suyo, pero se le metió entre ceja y ceja que quería hacer muebles de autor. Hizo diversos cursos de carpintería, estuvo de prácticas en empresas y, finalmente, decidió cambiar las pantallas por el trabajo manual. En este proceso descubrió la marquetería, un término de origen francés que aparece nombrado por primera vez en un inventario del siglo XIII. “La palabra procede de marquer, que significa adornar. Luego me di cuenta de que taracea, que en español se utiliza como sinónimo de marquetería, tenía la misma raíz que intarsia, que significa incrustar, y es como se llama a la marquetería en Italia y en Alemania”, asegura.

Fascinada por este hallazgo etimológico, Zuazo se formó en marquetería de manera autodidacta. “Con muchos libros y con algunas masterclass online”, confiesa. Sobre la mesa, deposita dos cajas preciosas. “Son joyeros, cajas dentro de otras cajas”, explica mientras las va abriendo. Ordóñez las observa detenidamente. “¿Y las bisagras?”, pregunta. “Son de madera, están integradas en el conjunto”, responde ante su cara de asombro. Zuazo empezó con la marquetería geométrica, la que practica Fritz, aunque ahora su foco se ha desplazado hacia la figurativa. “Por eso las dos cajas están decoradas con imágenes del fotógrafo Guillermo Rodríguez. Las he pasado de un plano bidimensional a uno tridimensional”, explica. Ambas obras forman parte de El lenguaje de la madera. Marquetería en evolución, una exposición sobre su trabajo que puede visitarse en el Centre Artesania Catalunya de Barcelona hasta el 26 de octubre.

¿Le queda esperanza a la marquetería? Zuazo cree que sí, que hay que ser optimistas. Al menos, con su trabajo queda más que demostrado. Un recorrido por la exposición desvela la profunda belleza de esta técnica milenaria y todas las posibilidades expresivas, técnicas y materiales que esconde. Quien quiera seguir vinculándola al pasado y a la ornamentación, se equivoca. La marquetería contemporánea ha llegado para quedarse, y así se entrevió en la última edición de la Milan Design Week, con piezas espectaculares tanto en la concept store de Rossana Orlandi como en el festival alternativo 5VIE.

Fritz también se reconoce enamorada de la marquetería —“tiene hasta un punto de adicción”, bromea—, pero admite que es complicado encontrar clientes que valoren este trabajo. “Muchas veces no ponemos el precio real porque nadie lo pagaría”, se lamenta. Ordóñez, el veterano en este encuentro, se muestra mucho más radical. “Los oficios se están extinguiendo y la artesanía no está suficientemente valorada. En comparación con Francia, donde el maestro artesano Pierre Ramond tuvo una cátedra de marquetería, aquí estamos en las cavernas. Al menos con gente como vosotras el oficio aguantará unos años más”, se sincera. Pero Fritz y Zuazo ya no son unas artesanas anónimas —como los que en su día hacían los muebles que luego firmaban Jujol o Gaudí, recalca Ordóñez—, sino artistas contemporáneas que han adoptado como lenguaje propio una técnica milenaria que las desafía constantemente.

En el enriquecedor intercambio de impresiones alrededor de la mesa del taller surge una última reflexión que nadie sabe muy bien cómo responder. “Quizás la marquetería no va a desaparecer, pero ¿cómo va a sobrevivir?”.

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