La gran América, desnuda ante el mundo

Solo la verdad puede sanar a las naciones. (Andrei Sájarov)

1. Hace unos días estuve de viaje por Renania del Norte-Westfalia, en los hermosos campos del Rin, y tuve así la oportunidad de volver a visitar la ciudad de Colonia. Pasan los años, el caudal de los ríos se altera, pero allí estaba la estación de tren, los hoteles que la rodean y un poco más allá, la silueta perpendicular de su imponente catedral gótica. Tal vez la piedra se haya oscurecido en exceso, tal vez la multitud se muestre ahora más apresurada y distraída, tal vez la furia de los selfies transmita la idea de que hay un enrarecimiento de significado en el aire, pero nada de eso importa. Lo que importa, eso sí, es que las tres naves permanecen intactas y que el órgano colgado del cielo parece estar cada vez más por encima de nuestra mirada. Deambulé por allí durante varias horas, cautivada por el milagro de la construcción humana, pero al salir por el portal, terminé respirando el mismo aire que había dejado al entrar: la cuestión de los aranceles impuestos por el presidente de los Estados Unidos de América a sus socios comerciales ocupaba las calles.

La cápsula de evasión que acompaña a la persona que viaja alentaba mis deseos de regresar a la sombra de las piedras, a la insinuación de un tiempo pasado donde nuestra imaginación supone que no hubo ni horas, ni ruidos ni batallas. Pero ya quedaba poco margen y había que escoger. Escogí muy bien. Al día siguiente entramos en el Museo Ludwig y nos dio la bienvenida la gran Black Nana de Niki de Saint-Phalle, bailando sin cabeza para quien entraba. Otra vez nos sentíamos protegidos del tifón que soplaba desde el Despacho Oval.

2. Dentro del magnífico museo de Peter e Irene Ludwig, el silencio era casi absoluto. Como disponía de poco tiempo y me hallaba en Alemania, quise ver alemanes. Allí estaban: August Macke, Otto Mueller, Ernest Ludvig Kirchner, Max Ernst, Ursula Kabinett. Entre el surrealismo y el expresionismo, abrieron las puertas del alma de un siglo que permitió al arte expresar sus dolores más profundos y las evasiones más salvíficas sin velos halagadores de belleza ideal. Pero a lo largo del recorrido, en medio de la disposición de las diferentes escuelas, uno se topa con Chagall, Klee, un Picasso abundante y un Dalí grandioso. En un inmenso espacio al fondo, La estación de Perpiñán, una crucifixión entre iconos, iluminaba la sala hasta tal punto que la luz amarilla se desbordaba por las paredes y se extendía por el mundo como un Domingo de Pascua. Con todo, más adelante, lo que hizo que me sentara en un banco durante un buen rato fue la sala dedicada al pop art y a los Estados Unidos de América. Yo pretendía evitar el mundo norteamericano que ese día lanzaba ráfagas de ametralladora contra el globo terrestre, viendo las páginas de los periódicos revolverse solas sin que nadie las moviera y por ironía del azar, había ido a parar allí, en el corazón silencioso del museo, ante la imagen profunda de ese país que en estos días hace que nos estremezcamos de miedo.

3. A decir verdad, el pop art surgió en Inglaterra en los años cincuenta, pero fue en Estados Unidos donde encontró su hábitat natural. Contrariamente a la búsqueda de expresión profunda con la que el arte europeo pretendía dar cuenta de la tragedia de la existencia, el pop se inclinaba a la comedia y aprovechaba la superficie de los objetos comercializables y de los iconos mediáticos para enfurecer al mundo artístico con esta superficialidad. Nunca hubo una propuesta más paradójica: al mismo tiempo que denunciaba riendo, aprovechaba las carcajadas para comercializarse. Andy Warhol entendió muy bien este quiasmo cuando declaró: “Nadie se hace una idea de a cuánta gente le gustaría colgar una Silla Eléctrica en la pared de su sala. Sobre todo, si el color de fondo combina con las cortinas”. De hecho, él mismo, el rey del pop art, colgó muchas y ganó millones.

Pero la gran ventaja del mundo estadounidense es que tan pronto como muestra una de sus caras obscenas, la opuesta también se hace visible y se apresura a desmentirla. Allí, en la misma sala, Tom Wesselmann, creador de docenas de imágenes de desnudez americana, colgó uno de sus mejores ejemplos, el Great American Nude de 1977: una joven con hechuras de Marilyn que muestra su cuerpo erecto, mientras fuma, iluminada por un sol naranja. El color no tiene profundidad ni trascendencia, es un cromo de consumo. El caso es que, en la misma sala estadounidense del Museo Ludwig, como alegoría de los Estados Unidos, a los que por ineludible metonimia llamamos América, estaba también la imagen de su sueño profundo.

4. Se trata de un gigantesco panel de 14 por 5 metros, y contiene la representación de la imaginación humana absorbida por la atracción hacia las estrellas. Su autor fue el artista plástico James Rosenquist quien la creó en 1980 con el título de Star Thief. Lo maravilloso de esta obra estriba en la perforación de la cabeza de la mujer por lanzas que provienen del cosmos donde danzan las estrellas, y en los caminos que la empujan hechos de lonchas de beicon. El astronauta Frank Borman, que había encargado el panel para el aeropuerto de Miami, rechazó de plano la pieza, afirmando que él mismo había estado en el espacio y nunca había encontrado allí esas lonchas de carne. Cuánto me alegro de que su cabeza de gran cosmonauta y cándida inocencia artística lo rechazara. Ahora podemos verlo en el esplendor del espacio sagrado que es un museo, por donde pasan multitudes en silencio.

Basta permanecer en esa sala durante unos minutos para deducir, con sencillez, que los pueblos no son una masa compacta. El pasado mes de febrero, Musk exhibió en la conferencia de Maryland un gigantesco cuadro en el que aparecía representado como el Mesías del Espacio, rodeado de naves espaciales en acción. Prevalece el temor de que Musk quiera ser el Amo del Cosmos y consolidarse junto a su jefe, quien ha decidido ser el Amo de la Tierra. En sentido contrario, sin embargo, hay millones de estadounidenses, en las calles y en los campus universitarios, que sueñan con sociedades pacíficas, altruistas y esperanzadoras repartidas por todos los continentes. El arte, el cine y la literatura de los Estados Unidos muestran el corazón de esta gente. Ningún pueblo es una masa uniforme. Ningún pueblo puede ser odiado por lo que hacen sus gobernantes, incluso cuando los ha elegido una mayoría.

5. El 8 de diciembre de 1937, Klaus Mann dio una conferencia en una ciudad del Estado de Nueva York titulada Alemania y el mundo. En ella pedía ayuda a los países democráticos para evitar la catástrofe que se avecinaba. En nuestros días, basta con cambiar los nombres de los países y el mapa de los hechos presenta similitudes extraordinarias. Sin embargo, Klaus Mann empezaba reconociendo que había dos Alemanias, en contraste con otros países, que él imaginaba como cohesionados y unidos. No se equivocó en ningún aspecto del diagnóstico que formuló, excepto con esa observación. Y es que todos los países son por lo menos duales. Hay dos Francias, dos Brasiles, dos Españas, dos Portugales, así como hay dos Indias y dos Chinas, y dos Rusias, y dos Israeles y dos Estados Unidos. La diferencia es que algunas sociedades se encierran en sí mismas y no se dejan ver. Mientras tanto, los Estados Unidos actúan como si estuvieran produciendo permanentemente una película pública sobre sí mismo y hacen de eso un estilo de vida. Por mucho que me duela el indigno fluir verbal de sus actuales dirigentes, y su declarada asociación con los asesinos de las guerras, pertenezco al grupo de quienes alimentan la esperanza en el poder creador de una parte de su pueblo, la que mantiene una máquina de autorreflexión como ningún otro en el mundo. Muchas gracias, Museo Ludwig.

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 Todos los países son, por lo menos, duales; pero los Estados Unidos no se esconden y actúan como si estuvieran en una película sobre sí mismos  

Solo la verdad puede sanar a las naciones. (Andrei Sájarov)

1. Hace unos días estuve de viaje por Renania del Norte-Westfalia, en los hermosos campos del Rin, y tuve así la oportunidad de volver a visitar la ciudad de Colonia. Pasan los años, el caudal de los ríos se altera, pero allí estaba la estación de tren, los hoteles que la rodean y un poco más allá, la silueta perpendicular de su imponente catedral gótica. Tal vez la piedra se haya oscurecido en exceso, tal vez la multitud se muestre ahora más apresurada y distraída, tal vez la furia de los selfies transmita la idea de que hay un enrarecimiento de significado en el aire, pero nada de eso importa. Lo que importa, eso sí, es que las tres naves permanecen intactas y que el órgano colgado del cielo parece estar cada vez más por encima de nuestra mirada. Deambulé por allí durante varias horas, cautivada por el milagro de la construcción humana, pero al salir por el portal, terminé respirando el mismo aire que había dejado al entrar: la cuestión de los aranceles impuestos por el presidente de los Estados Unidos de América a sus socios comerciales ocupaba las calles.

La cápsula de evasión que acompaña a la persona que viaja alentaba mis deseos de regresar a la sombra de las piedras, a la insinuación de un tiempo pasado donde nuestra imaginación supone que no hubo ni horas, ni ruidos ni batallas. Pero ya quedaba poco margen y había que escoger. Escogí muy bien. Al día siguiente entramos en el Museo Ludwig y nos dio la bienvenida la gran Black Nana de Niki de Saint-Phalle, bailando sin cabeza para quien entraba. Otra vez nos sentíamos protegidos del tifón que soplaba desde el Despacho Oval.

2. Dentro del magnífico museo de Peter e Irene Ludwig, el silencio era casi absoluto. Como disponía de poco tiempo y me hallaba en Alemania, quise ver alemanes. Allí estaban: August Macke, Otto Mueller, Ernest Ludvig Kirchner, Max Ernst, Ursula Kabinett. Entre el surrealismo y el expresionismo, abrieron las puertas del alma de un siglo que permitió al arte expresar sus dolores más profundos y las evasiones más salvíficas sin velos halagadores de belleza ideal. Pero a lo largo del recorrido, en medio de la disposición de las diferentes escuelas, uno se topa con Chagall, Klee, un Picasso abundante y un Dalí grandioso. En un inmenso espacio al fondo, La estación de Perpiñán, una crucifixión entre iconos, iluminaba la sala hasta tal punto que la luz amarilla se desbordaba por las paredes y se extendía por el mundo como un Domingo de Pascua. Con todo, más adelante, lo que hizo que me sentara en un banco durante un buen rato fue la sala dedicada al pop art y a los Estados Unidos de América. Yo pretendía evitar el mundo norteamericano que ese día lanzaba ráfagas de ametralladora contra el globo terrestre, viendo las páginas de los periódicos revolverse solas sin que nadie las moviera y por ironía del azar, había ido a parar allí, en el corazón silencioso del museo, ante la imagen profunda de ese país que en estos días hace que nos estremezcamos de miedo.

3. A decir verdad, el pop art surgió en Inglaterra en los años cincuenta, pero fue en Estados Unidos donde encontró su hábitat natural. Contrariamente a la búsqueda de expresión profunda con la que el arte europeo pretendía dar cuenta de la tragedia de la existencia, el pop se inclinaba a la comedia y aprovechaba la superficie de los objetos comercializables y de los iconos mediáticos para enfurecer al mundo artístico con esta superficialidad. Nunca hubo una propuesta más paradójica: al mismo tiempo que denunciaba riendo, aprovechaba las carcajadas para comercializarse. Andy Warhol entendió muy bien este quiasmo cuando declaró: “Nadie se hace una idea de a cuánta gente le gustaría colgar una Silla Eléctrica en la pared de su sala. Sobre todo, si el color de fondo combina con las cortinas”. De hecho, él mismo, el rey del pop art, colgó muchas y ganó millones.

Pero la gran ventaja del mundo estadounidense es que tan pronto como muestra una de sus caras obscenas, la opuesta también se hace visible y se apresura a desmentirla. Allí, en la misma sala, Tom Wesselmann, creador de docenas de imágenes de desnudez americana, colgó uno de sus mejores ejemplos, el Great American Nude de 1977: una joven con hechuras de Marilyn que muestra su cuerpo erecto, mientras fuma, iluminada por un sol naranja. El color no tiene profundidad ni trascendencia, es un cromo de consumo. El caso es que, en la misma sala estadounidense del Museo Ludwig, como alegoría de los Estados Unidos, a los que por ineludible metonimia llamamos América, estaba también la imagen de su sueño profundo.

4. Se trata de un gigantesco panel de 14 por 5 metros, y contiene la representación de la imaginación humana absorbida por la atracción hacia las estrellas. Su autor fue el artista plástico James Rosenquist quien la creó en 1980 con el título de Star Thief. Lo maravilloso de esta obra estriba en la perforación de la cabeza de la mujer por lanzas que provienen del cosmos donde danzan las estrellas, y en los caminos que la empujan hechos de lonchas de beicon. El astronauta Frank Borman, que había encargado el panel para el aeropuerto de Miami, rechazó de plano la pieza, afirmando que él mismo había estado en el espacio y nunca había encontrado allí esas lonchas de carne. Cuánto me alegro de que su cabeza de gran cosmonauta y cándida inocencia artística lo rechazara. Ahora podemos verlo en el esplendor del espacio sagrado que es un museo, por donde pasan multitudes en silencio.

Basta permanecer en esa sala durante unos minutos para deducir, con sencillez, que los pueblos no son una masa compacta. El pasado mes de febrero, Musk exhibió en la conferencia de Maryland un gigantesco cuadro en el que aparecía representado como el Mesías del Espacio, rodeado de naves espaciales en acción. Prevalece el temor de que Musk quiera ser el Amo del Cosmos y consolidarse junto a su jefe, quien ha decidido ser el Amo de la Tierra. En sentido contrario, sin embargo, hay millones de estadounidenses, en las calles y en los campus universitarios, que sueñan con sociedades pacíficas, altruistas y esperanzadoras repartidas por todos los continentes. El arte, el cine y la literatura de los Estados Unidos muestran el corazón de esta gente. Ningún pueblo es una masa uniforme. Ningún pueblo puede ser odiado por lo que hacen sus gobernantes, incluso cuando los ha elegido una mayoría.

5. El 8 de diciembre de 1937, Klaus Mann dio una conferencia en una ciudad del Estado de Nueva York titulada Alemania y el mundo. En ella pedía ayuda a los países democráticos para evitar la catástrofe que se avecinaba. En nuestros días, basta con cambiar los nombres de los países y el mapa de los hechos presenta similitudes extraordinarias. Sin embargo, Klaus Mann empezaba reconociendo que había dos Alemanias, en contraste con otros países, que él imaginaba como cohesionados y unidos. No se equivocó en ningún aspecto del diagnóstico que formuló, excepto con esa observación. Y es que todos los países son por lo menos duales. Hay dos Francias, dos Brasiles, dos Españas, dos Portugales, así como hay dos Indias y dos Chinas, y dos Rusias, y dos Israeles y dos Estados Unidos. La diferencia es que algunas sociedades se encierran en sí mismas y no se dejan ver. Mientras tanto, los Estados Unidos actúan como si estuvieran produciendo permanentemente una película pública sobre sí mismo y hacen de eso un estilo de vida. Por mucho que me duela el indigno fluir verbal de sus actuales dirigentes, y su declarada asociación con los asesinos de las guerras, pertenezco al grupo de quienes alimentan la esperanza en el poder creador de una parte de su pueblo, la que mantiene una máquina de autorreflexión como ningún otro en el mundo. Muchas gracias, Museo Ludwig.

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