José María Aznar lo dijo sin tapujos: es necesaria una derecha sin complejos. Y ahí estamos ahora. No toda la derecha se ha apuntado a esta corriente, pero esta tendencia tiene grandes voceros y gran influencia. El “liberalismo radical” de Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso es su traducción actual, que tan bien engarza con el “anarcocapitalismo” de Javier Milei y con las “verdades alternativas” de Donald Trump.
Para la derecha sin complejos, el pasado es un terreno fructífero de nostalgia y, como tal, constructor de verdades en las “guerras culturales” del presente. Su método es sencillo: construye “historias alternativas” donde lo importante es que su relato reciba en el espacio público algún tipo de validación social. Luego, los medios convencionales y “alternativos” afines se encargan de convertirlos en relatos históricos.
En España, la dictadura de Franco es uno de los epicentros de esa batalla cultural. No es algo nuevo. Las obras de Pío Moa fueron el primer fermento de la “historia alternativa” que con entusiasmo comenzaron a ser aplaudidas por figuras relevantes de la derecha española como Marcelino Mayor Oreja, José María Aznar o Esperanza Aguirre.
Sin embargo, el auge de la derecha sin complejos a nivel internacional ha dado nuevos aires a estas interpretaciones. Esperanza Aguirre unos meses atrás, ante el desastre de la DANA, reivindicó a modo folklórico los pantanos de Franco. En esa misma línea, Aguirre banaliza la dictadura en su nuevo libro, Una liberal en política, como demuestra en su reciente entrevista en El País. En ella, las interpretaciones de la dictadura son sencillas y atienden a un orden moral: no fue tan autoritaria y represiva como se dice y tuvo muchas cosas positivas.
El método seguido por Aguirre es reconocible. Presenta sus interpretaciones como un relato histórico, una “historia alternativa” frente a los relatos “oficiales” de la academia, que estaría dominada por los “social-comunistas”. De este modo, presenta su relato como si fuera algo rebelde y, al mismo tiempo, oculta que descansa en interpretaciones forjadas por la dictadura y difundidas posteriormente por altavoces neofranquistas.
De hecho, su ataque visceral al “social-comunismo” es una de las trazas franquistas más reconocibles. Los partidos y actores progresistas o de izquierdas no son adversarios políticos, sino un enemigo interno al que hay que combatir. Pero esta retórica del amigo-enemigo de Carl Schmitt no es particularmente española, sino que forma parte de las tendencias actuales en la derecha sin complejos internacional.
Un buen ejemplo de ello es el libro neofascista estadounidense prologado por Steve Bannon y alabado por Donald Trump o J. D. Vance, titulado Unhumans: The Secret History of Communist Revolutions (and How to Crush Them) [Inhumanos: la historia secreta de las revoluciones comunistas (y cómo aplastarlos)], y escrito por Jack Posobiec y Joshua Lisec. Se trata del relato delirante de una conspiración de dos siglos en el que se amalgama cualquier forma de progresismo, por tímida que sea, dentro del calificativo de “comunistas” e “inhumanos”. Estos seres perversos son los enemigos de la civilización, de los valores cristianos y la familia; por eso hay que aplastarlos. Entre sus páginas, se halaga a Franco y se describe la guerra civil española como una “guerra justa, guerra del derecho por la Cruz, por el honor y la gloria de Jesucristo”. El franquismo no sólo parece un lugar de nostalgia, sino que se representa como un ejemplo de futuro.
Los historiadores sabemos que el pasado nunca pasa. Los usos y abusos de la historia forman parte de nuestra investigación. Por eso mismo, nos preocupa esa falta de distinción entre el estudio del pasado y las apropiaciones del mismo por razones ideológicas. Afortunadamente, los estudios sobre la dictadura franquista han avanzado de forma espectacular en las últimas décadas. Un ejemplo de ello fue el congreso celebrado el año pasado en Toulouse donde más de treinta historiadoras e historiadores compartieron los conocimientos sobre la dictadura producidos por la investigación histórica. Como resultado, este año se ha publicado el libro El franquismo: anatomía de una dictadura (1936-1977) donde, con afán divulgativo, se reúnen los conocimientos más consolidados por la ciencia española sobre esta dictadura del siglo pasado.
A diferencia de las “historias alternativas” de la derecha sin complejos, las cuales radican su legitimidad en una vacua validación social en el presente, la historia tiene metodología de trabajo. Como en todas las disciplinas, una comunidad científica se estructura mediante debates académicos, intercambios intensos y permanentes, críticas metodológicas y consensos. Aunque muchos libros tengan una firma individual, las investigaciones se construyen sobre una base de elaboración colectiva, fundada en preguntas e interpretaciones fraguadas a través de un sistema de intercambios y validaciones. Esto es lo que distingue la ciencia del cuento y de la mitografía.
La historia como ciencia elabora cautelosamente sus cuestionarios para comprender cómo funcionaron determinadas situaciones, procesos, instituciones; busca alejarse del sentido común y trabajar a partir de categorías forjadas como herramientas de investigación. Desde Durkheim, estas son las reglas básicas de las ciencias humanas y sociales.
Sin embargo, a la derecha sin complejos todo esto no le interesa. Demasiado trabajo y complejidades, para luego no poder sacarle rédito. Lo suyo es la “historia alternativa”, una historia que parte del “sentido común”, de los mitos y los motes políticos, de la voluntad de confirmar preconcepciones y juicios políticos y, sobre todo, de construir un enemigo. De hecho, los historiadores y la ciencia en general somos parte de ese enemigo “social-comunista”, como bien demuestran los ataques de Donald Trump o Isabel Díaz Ayuso a las universidades.
François Godicheau es profesor de la Universidad de Toulouse y Jorge Marco es profesor de la Universidad de Bath. Han editado el volumen colectivo El Franquismo. Anatomía de una dictadura.
José María Aznar lo dijo sin tapujos: es necesaria una derecha sin complejos. Y ahí estamos ahora. No toda la derecha se ha apuntado a esta corriente, pero esta tendencia tiene grandes voceros y gran influencia. El “liberalismo radical” de Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso es su traducción actual, que tan bien engarza con el “anarcocapitalismo” de Javier Milei y con las “verdades alternativas” de Donald Trump. Para la derecha sin complejos, el pasado es un terreno fructífero de nostalgia y, como tal, constructor de verdades en las “guerras culturales” del presente. Su método es sencillo: construye “historias alternativas” donde lo importante es que su relato reciba en el espacio público algún tipo de validación social. Luego, los medios convencionales y “alternativos” afines se encargan de convertirlos en relatos históricos. En España, la dictadura de Franco es uno de los epicentros de esa batalla cultural. No es algo nuevo. Las obras de Pío Moa fueron el primer fermento de la “historia alternativa” que con entusiasmo comenzaron a ser aplaudidas por figuras relevantes de la derecha española como Marcelino Mayor Oreja, José María Aznar o Esperanza Aguirre.Sin embargo, el auge de la derecha sin complejos a nivel internacional ha dado nuevos aires a estas interpretaciones. Esperanza Aguirre unos meses atrás, ante el desastre de la DANA, reivindicó a modo folklórico los pantanos de Franco. En esa misma línea, Aguirre banaliza la dictadura en su nuevo libro, Una liberal en política, como demuestra en su reciente entrevista en El País. En ella, las interpretaciones de la dictadura son sencillas y atienden a un orden moral: no fue tan autoritaria y represiva como se dice y tuvo muchas cosas positivas. El método seguido por Aguirre es reconocible. Presenta sus interpretaciones como un relato histórico, una “historia alternativa” frente a los relatos “oficiales” de la academia, que estaría dominada por los “social-comunistas”. De este modo, presenta su relato como si fuera algo rebelde y, al mismo tiempo, oculta que descansa en interpretaciones forjadas por la dictadura y difundidas posteriormente por altavoces neofranquistas. De hecho, su ataque visceral al “social-comunismo” es una de las trazas franquistas más reconocibles. Los partidos y actores progresistas o de izquierdas no son adversarios políticos, sino un enemigo interno al que hay que combatir. Pero esta retórica del amigo-enemigo de Carl Schmitt no es particularmente española, sino que forma parte de las tendencias actuales en la derecha sin complejos internacional. Un buen ejemplo de ello es el libro neofascista estadounidense prologado por Steve Bannon y alabado por Donald Trump o J. D. Vance, titulado Unhumans: The Secret History of Communist Revolutions (and How to Crush Them) [Inhumanos: la historia secreta de las revoluciones comunistas (y cómo aplastarlos)], y escrito por Jack Posobiec y Joshua Lisec. Se trata del relato delirante de una conspiración de dos siglos en el que se amalgama cualquier forma de progresismo, por tímida que sea, dentro del calificativo de “comunistas” e “inhumanos”. Estos seres perversos son los enemigos de la civilización, de los valores cristianos y la familia; por eso hay que aplastarlos. Entre sus páginas, se halaga a Franco y se describe la guerra civil española como una “guerra justa, guerra del derecho por la Cruz, por el honor y la gloria de Jesucristo”. El franquismo no sólo parece un lugar de nostalgia, sino que se representa como un ejemplo de futuro.Los historiadores sabemos que el pasado nunca pasa. Los usos y abusos de la historia forman parte de nuestra investigación. Por eso mismo, nos preocupa esa falta de distinción entre el estudio del pasado y las apropiaciones del mismo por razones ideológicas. Afortunadamente, los estudios sobre la dictadura franquista han avanzado de forma espectacular en las últimas décadas. Un ejemplo de ello fue el congreso celebrado el año pasado en Toulouse donde más de treinta historiadoras e historiadores compartieron los conocimientos sobre la dictadura producidos por la investigación histórica. Como resultado, este año se ha publicado el libro El franquismo: anatomía de una dictadura (1936-1977) donde, con afán divulgativo, se reúnen los conocimientos más consolidados por la ciencia española sobre esta dictadura del siglo pasado. A diferencia de las “historias alternativas” de la derecha sin complejos, las cuales radican su legitimidad en una vacua validación social en el presente, la historia tiene metodología de trabajo. Como en todas las disciplinas, una comunidad científica se estructura mediante debates académicos, intercambios intensos y permanentes, críticas metodológicas y consensos. Aunque muchos libros tengan una firma individual, las investigaciones se construyen sobre una base de elaboración colectiva, fundada en preguntas e interpretaciones fraguadas a través de un sistema de intercambios y validaciones. Esto es lo que distingue la ciencia del cuento y de la mitografía. La historia como ciencia elabora cautelosamente sus cuestionarios para comprender cómo funcionaron determinadas situaciones, procesos, instituciones; busca alejarse del sentido común y trabajar a partir de categorías forjadas como herramientas de investigación. Desde Durkheim, estas son las reglas básicas de las ciencias humanas y sociales. Sin embargo, a la derecha sin complejos todo esto no le interesa. Demasiado trabajo y complejidades, para luego no poder sacarle rédito. Lo suyo es la “historia alternativa”, una historia que parte del “sentido común”, de los mitos y los motes políticos, de la voluntad de confirmar preconcepciones y juicios políticos y, sobre todo, de construir un enemigo. De hecho, los historiadores y la ciencia en general somos parte de ese enemigo “social-comunista”, como bien demuestran los ataques de Donald Trump o Isabel Díaz Ayuso a las universidades. François Godicheau es profesor de la Universidad de Toulouse y Jorge Marco es profesor de la Universidad de Bath. Han editado el volumen colectivo El Franquismo. Anatomía de una dictadura. Seguir leyendo
José María Aznar lo dijo sin tapujos: es necesaria una derecha sin complejos. Y ahí estamos ahora. No toda la derecha se ha apuntado a esta corriente, pero esta tendencia tiene grandes voceros y gran influencia. El “liberalismo radical” de Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso es su traducción actual, que tan bien engarza con el “anarcocapitalismo” de Javier Milei y con las “verdades alternativas” de Donald Trump.
Para la derecha sin complejos, el pasado es un terreno fructífero de nostalgia y, como tal, constructor de verdades en las “guerras culturales” del presente. Su método es sencillo: construye “historias alternativas” donde lo importante es que su relato reciba en el espacio público algún tipo de validación social. Luego, los medios convencionales y “alternativos” afines se encargan de convertirlos en relatos históricos.
En España, la dictadura de Franco es uno de los epicentros de esa batalla cultural. No es algo nuevo. Las obras de Pío Moa fueron el primer fermento de la “historia alternativa” que con entusiasmo comenzaron a ser aplaudidas por figuras relevantes de la derecha española como Marcelino Mayor Oreja, José María Aznar o Esperanza Aguirre.
Sin embargo, el auge de la derecha sin complejos a nivel internacional ha dado nuevos aires a estas interpretaciones. Esperanza Aguirre unos meses atrás, ante el desastre de la DANA, reivindicó a modo folklórico los pantanos de Franco. En esa misma línea, Aguirre banaliza la dictadura en su nuevo libro, Una liberal en política, como demuestra en su reciente entrevista en El País. En ella, las interpretaciones de la dictadura son sencillas y atienden a un orden moral: no fue tan autoritaria y represiva como se dice y tuvo muchas cosas positivas.
El método seguido por Aguirre es reconocible. Presenta sus interpretaciones como un relato histórico, una “historia alternativa” frente a los relatos “oficiales” de la academia, que estaría dominada por los “social-comunistas”. De este modo, presenta su relato como si fuera algo rebelde y, al mismo tiempo, oculta que descansa en interpretaciones forjadas por la dictadura y difundidas posteriormente por altavoces neofranquistas.
De hecho, su ataque visceral al “social-comunismo” es una de las trazas franquistas más reconocibles. Los partidos y actores progresistas o de izquierdas no son adversarios políticos, sino un enemigo interno al que hay que combatir. Pero esta retórica del amigo-enemigo de Carl Schmitt no es particularmente española, sino que forma parte de las tendencias actuales en la derecha sin complejos internacional.
Un buen ejemplo de ello es el libro neofascista estadounidense prologado por Steve Bannon y alabado por Donald Trump o J. D. Vance, titulado Unhumans: The Secret History of Communist Revolutions (and How to Crush Them) [Inhumanos: la historia secreta de las revoluciones comunistas (y cómo aplastarlos)], y escrito por Jack Posobiec y Joshua Lisec. Se trata del relato delirante de una conspiración de dos siglos en el que se amalgama cualquier forma de progresismo, por tímida que sea, dentro del calificativo de “comunistas” e “inhumanos”. Estos seres perversos son los enemigos de la civilización, de los valores cristianos y la familia; por eso hay que aplastarlos. Entre sus páginas, se halaga a Franco y se describe la guerra civil española como una “guerra justa, guerra del derecho por la Cruz, por el honor y la gloria de Jesucristo”. El franquismo no sólo parece un lugar de nostalgia, sino que se representa como un ejemplo de futuro.
Los historiadores sabemos que el pasado nunca pasa. Los usos y abusos de la historia forman parte de nuestra investigación. Por eso mismo, nos preocupa esa falta de distinción entre el estudio del pasado y las apropiaciones del mismo por razones ideológicas. Afortunadamente, los estudios sobre la dictadura franquista han avanzado de forma espectacular en las últimas décadas. Un ejemplo de ello fue el congreso celebrado el año pasado en Toulouse donde más de treinta historiadoras e historiadores compartieron los conocimientos sobre la dictadura producidos por la investigación histórica. Como resultado, este año se ha publicado el libro El franquismo: anatomía de una dictadura (1936-1977) donde, con afán divulgativo, se reúnen los conocimientos más consolidados por la ciencia española sobre esta dictadura del siglo pasado.
A diferencia de las “historias alternativas” de la derecha sin complejos, las cuales radican su legitimidad en una vacua validación social en el presente, la historia tiene metodología de trabajo. Como en todas las disciplinas, una comunidad científica se estructura mediante debates académicos, intercambios intensos y permanentes, críticas metodológicas y consensos. Aunque muchos libros tengan una firma individual, las investigaciones se construyen sobre una base de elaboración colectiva, fundada en preguntas e interpretaciones fraguadas a través de un sistema de intercambios y validaciones. Esto es lo que distingue la ciencia del cuento y de la mitografía.
La historia como ciencia elabora cautelosamente sus cuestionarios para comprender cómo funcionaron determinadas situaciones, procesos, instituciones; busca alejarse del sentido común y trabajar a partir de categorías forjadas como herramientas de investigación. Desde Durkheim, estas son las reglas básicas de las ciencias humanas y sociales.
Sin embargo, a la derecha sin complejos todo esto no le interesa. Demasiado trabajo y complejidades, para luego no poder sacarle rédito. Lo suyo es la “historia alternativa”, una historia que parte del “sentido común”, de los mitos y los motes políticos, de la voluntad de confirmar preconcepciones y juicios políticos y, sobre todo, de construir un enemigo. De hecho, los historiadores y la ciencia en general somos parte de ese enemigo “social-comunista”, como bien demuestran los ataques de Donald Trump o Isabel Díaz Ayuso a las universidades.
François Godicheau es profesor de la Universidad de Toulouse y Jorge Marco es profesor de la Universidad de Bath. Han editado el volumen colectivo El Franquismo. Anatomía de una dictadura.
EL PAÍS