<p><strong>Negro Jari y La Cebolla </strong>proceden de la periferia del mundo. Sus vidas discurren por <strong>Las Tres Mil Viviendas</strong>, en Sevilla. Ella viene de una familia gitana por parte de padre. Él, de una de inmigrantes. A priori,<strong> mala junta </strong>en el barrio más pobre de entre los pobres de España. Pero los dos están aquí para romper moldes: primero, con su relación de amor; después, con las letras de sus canciones. O viceversa. Porque nadie sabe qué fue antes en ellos, si el huevo o la gallina, si la música o el deseo.</p>
La pareja de productor y cantante se han convertido en la voz y la música de las barriadas marginadas.
Negro Jari y La Cebolla proceden de la periferia del mundo. Sus vidas discurren por Las Tres Mil Viviendas, en Sevilla. Ella viene de una familia gitana por parte de padre. Él, de una de inmigrantes. A priori, mala junta en el barrio más pobre de entre los pobres de España. Pero los dos están aquí para romper moldes: primero, con su relación de amor; después, con las letras de sus canciones. O viceversa. Porque nadie sabe qué fue antes en ellos, si el huevo o la gallina, si la música o el deseo.
Mamadou Mbacke, Negro Jari, o Pedro, por simplificar, como lo hacen sus amigos «del gueto», nunca olvidará cuando llevó a conocer a la familia de su pareja al crío que tuvo hace siete meses con La Cebolla. Iba con cierto recelo. «Muchos de los que yo pensaba que me iban a recibir peor me han tratado con mucho respeto y como a uno más», cuenta Negro Jari, productor musical y cantante. «Creo que es como dice el refrán: más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Otro de su familia gitana me dijo: «Algunos critican mucho, pero yo digo que lo importante es que mi prima esté bien».
Precisamente, de derribar prejuicios sociales, de romper barreras mentales trata alguna de las canciones del último trabajo discográfico que ambos publican ahora, Historia de nuestro amor, disponible a partir del 24 de abril. Uno de sus temas se llama Fronteras cruzar. Habla de casarse con la persona amada, no con quienes otros decidan que han de hacerlo. «Casarse sin amar no es casamiento, es sometimiento», dice la letra.
Natalia Jiménez, La Cebolla, tiene 19 años. Mamadou Mbacke, Negro Jari, 35. Él, hijo de senegaleses que emigraron a Sevilla, se crio entre Los Caracas, la familia de La Cebolla. Sus miembros, dice, son sus primos, sus tíos. Juntos, La Cebolla y Negro Jari llevan años revolucionando con su música las calles de las barriadas más difíciles del país. Le cantan a los marginales, a los que caminan por el alambre, a los que nunca -o casi nunca- caen de pie.
«En este trabajo la gente que nos sigue encontrará ritmos diferentes a los que usamos habitualmente. Aparte de tener esencia flamenca, hemos metido rhythm and blues, soul o funky, que es música que a veces no la hacemos porque nuestro público casi siempre espera de nosotros el flamenquito urbano de siempre, pero pensamos que a la larga va a ser algo positivo», explica Negro Jari. «Encontrarán muchas cosas personales mías y que no conocían, como que empecé con ella, hace ya tres años y ocho meses, cuando estaba con mi ex».
En este último trabajo, Negro Jari vuelve a ejercer de productor. Compone las letras y se encarga de la parte musical. Tiene su propia productora, Dagrama. La Cebolla las canta, les da cuerpo, aunque dos temas son suyos. En otros trabajos han colaborado con otros artistas, como El Jhota, que aparece en la canción Flow de los suburbios.
Sus vídeos en Youtube suman millones de reproducciones. Una de las canciones de La Cebolla, quizás la que les catapultó a ella y a la productora de Negro Jari, fue Habibi, que ya ha alcanzado los 42 millones de visualizaciones. Hasta Rosalía o C. Tangana han mostrado su gusto por ellos en redes.
Esta pareja se conoció en Los Bermejales, en la zona sur de Sevilla, entre chabolas y viviendas sociales. Negro Jari conoció a Los Caracas. Comenzó a escribir canciones para varios primos de Natalia. Cuando el Ayuntamiento levantó aquel asentamiento chabolista, Los Caracas se mudaron a Las Tres Mil. Luego vino la música. Y el amor. O al revés. Sólo ellos lo saben. «El amor no entiende ni de edad ni de sexo ni de razas. El amor simplemente es amor«, sentencia.
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