He seguido con fascinación el eco de los fallecimientos consecutivos de Jorge Martínez y Robe Iniesta. Por esta vez, no podemos quejarnos de que “nuestros muertos” hayan pasado desapercibidos: los medios se han volcado, aunque en algunos casos puede que no hayan entendido demasiado sobre su evolución artística (o la falta de evolución, algo especialmente trágico en el caso de Jorge, formidable artista encerrado por su propio mito de Bárbaro del Norte con Guitarra Fender).
La necesidad de dinero tras el hundimiento del negocio discográfico y las demandas del ego explican la creciente longevidad de la vida laboral de los artistas
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado
La necesidad de dinero tras el hundimiento del negocio discográfico y las demandas del ego explican la creciente longevidad de la vida laboral de los artistas

He seguido con fascinación el eco de los fallecimientos consecutivos de Jorge Martínez y Robe Iniesta. Por esta vez, no podemos quejarnos de que “nuestros muertos” hayan pasado desapercibidos: los medios se han volcado, aunque en algunos casos puede que no hayan entendido demasiado sobre su evolución artística (o la falta de evolución, algo especialmente trágico en el caso de Jorge, formidable artista encerrado por su propio mito de Bárbaro del Norte con Guitarra Fender).
En las redes, sin embargo, se han colado otras valoraciones. Algunos malajes sugieren que ellos se lo han buscado, que aceleraron su final por seguir la ruta del rock: reducen esa vía profesional a la caricatura de bacanales ininterrumpidas de alcohol, drogas ilegales y sexo sin protección. Resiste el poder de las leyendas, la inmovilidad de los tópicos, el rencor hacia los audaces. De fondo, susurran que dedicarse al rock y músicas adyacentes es una opción peligrosa.
Enseguida te sacan el comodín del Club de los 27: las desapariciones de Janis Joplin, Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Jim Morrison, Brian Jones o Amy Winehouse a esa edad. Una teoría que intentan reforzar con la incorporación al elenco del bluesman Robert Johnson, de cuya muerte no se sabe nada y que ciertamente tenía una ruta laboral muy diferente. Son coincidencias muy llamativas pero estadísticamente banales, que se explican por una concatenación de circunstancias: ascenso rápido a la fama, fácil acceso a sustancias recreativas, relativa ausencia de redes de protección.

Actualmente, los músicos son muy conscientes de los riesgos gremiales. Sus managers, quiero pensar, también cuidan más de los artistas. Y el negocio toma precauciones. A ciertos niveles, por insistencia de las aseguradoras, se exigen chequeos médicos antes de una gira extensa. Keith Richards, no ciertamente el testigo más fiable, presumía que incluso llegó a recorrer Estados Unidos acompañado por unos agentes del FBI, que se aseguraban de que el material que consumía fuera de calidad. Difícil de creer pero sabemos que las tournées de The Rolling Stones movilizan cantidades millonarias.
Un estudio australiano de 2015 aseguraba que dedicarse a la música rock podía suponer una merma de 25 años, en comparación con la duración media de vidas más sedentarias y reguladas. Para algunos, puede resultar un consuelo saber que hay mayor riesgo de suicidios, muertes accidentales y homicidios en el hip-hop, tan marcado por las pandillas y las armas de fuego: recuerden los paralelismos entre las desapariciones de Notorious B.I.G. y Tupac Shakur.
Tengo mis dudas. La metodología del estudio parte de una base de datos extensa pero limitada a decesos llamativos, recogidos en los medios. Tampoco toma en cuenta los contrastes de estilos de vida entre tribus, que explicaría que la modesta ratio desuicidas en el blues se multiplique por ocho en la del universo del infinitamente más nutrido heavy metal.
La duración de las carreras de los artistas responde a las peculiaridades de cada género: el jazz, el folk, el blues toleran mejor la prolongación de la actividad, mientras que aún no tenemos clara la trayectoria de los practicantes de expresiones más recientes, como la música electrónica. ¿Y dónde encontrar los equivalentes de un Willie Nelson? Con 92 años, el tejano sigue grabando y actuando. Hasta Bob Dylan, mero octogenario, le mira con envidia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Añadir usuarioContinuar leyendo aquí
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
Flecha
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma

Periodista musical en radio, televisión y prensa escrita, ocupaciones evocadas en el libro ‘El mejor oficio del mundo’. Lo que no impide su dedicación ocasional a la novela negra, el cine, los comics, las series o la Historia.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos
Más información
Archivado En
Feed MRSS-S Noticias

