<p class=»ue-c-article__paragraph»>Hace dos años estuvo a punto de morir en el más azaroso de los lugares. Un país lejano sumido en una guerra ajena. Un escritor colombiano de paso por una pizzería de <strong>Kramatorsk, en el Donetsk ucraniano, </strong>sobre la que planeaba un misil ruso. Cuenta Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) que se salvó por «la sordera», uno de los síntomas del galope del tiempo sobre el cuerpo sobre los que andaba reflexionando por aquel entonces. Su oído frágil le llevó a intercambiar el asiento con su colega <strong>Victoria Amelina</strong>. </p>
El escritor colombiano indaga en la extrañeza y la culpa de sobrevivir por azar a la tragedia de la guerra, al tiempo que rinde tributo a la resistencia ucraniana en la figura de la escritora Victoria Amelina, muerta en un ataque ruso del que él fue también víctima
Hace dos años estuvo a punto de morir en el más azaroso de los lugares. Un país lejano sumido en una guerra ajena. Un escritor colombiano de paso por una pizzería de Kramatorsk, en el Donetsk ucraniano, sobre la que planeaba un misil ruso. Cuenta Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) que se salvó por «la sordera», uno de los síntomas del galope del tiempo sobre el cuerpo sobre los que andaba reflexionando por aquel entonces. Su oído frágil le llevó a intercambiar el asiento con su colega Victoria Amelina. Aquel detalle minúsculo supuso la muerte para la escritora ucraniana -una de las 13 que dejó la explosión- y la vida para Faciolince, que pese a todo no cree en el azar, sino en las decisiones. «No pienso que estemos sometidos a un destino escrito. Yo no estaba predestinado a ir inevitablemente a Ucrania, sino que tomé la decisión de acudir a un país en guerra. No elegí exponerme, sino que me dejé arrastrar por la voluntad más valiente de unos amigos».
Esos amigos eran Sergio Jaramillo, ex Alto Comisionado de la ONU para la Paz que impulsaba la campaña Aguanta Ucrania, y Catalina Gómez, reportera desplazada desde Irán que cubría el conflicto, ambos protagonistas también de Ahora y en la hora (Alfaguara), la crónica de un viaje que pretendía unir literatura y paz y acabó en tragedia. «Los seres humanos tratamos de entender la vida: algunos piensan como Jack el fatalista, el gran personaje de Diderot que achaca todo lo que nos pasa a un libro escrito en el cielo; otros creen en la providencia, un poder sobrenatural que nos hunde o nos salva. Mi manera de ver las cosas combina un poco la voluntad con el azar: tenemos cierto grado de libertad en las decisiones que tomamos».
- Los supervivientes de una tragedia cómo la que usted vivió en Ucrania se preguntan a menudo por qué otros murieron y ellos no. ¿Cómo se procesa el trauma?
- Uno nunca piensa que tu vida dependa de algo tan aleatorio como cambiar de sitio en una mesa. Y es muy raro que ese mismo azar lleve a la muerte de la persona más joven de las que están sentadas, que entonces tenía la edad de mi hija. Uno tiene un orden mental que establece que los más viejos se mueren antes que los más jóvenes. Aunque la Celestina decía que no hay nadie tan viejo que no pueda vivir un año, ni nadie tan joven que no se pueda morir mañana. Y también tenía razón. La pregunta que te queda después de algo así es ¿por qué sobrevives? Hay una sensación de extrañeza y de injusticia cósmica, aunque la culpa no sea tuya, sino de un hombre llamado Vladimir Putin que toma la decisión criminal de invadir un país y ordenar o permitir bombardeos masivos en zonas civiles. Algo que estamos viendo ahora también en Gaza: hospitales, escuelas, restaurantes, edificios, estaciones de ferrocarril… Existe una voluntad criminal fundada en el deseo de hacer daño al mayor número de personas posible.
- ¿Entronca de alguna manera este libro con el que escribió sobre la muerte de su padre, El olvido que seremos?
- Tienen que ver en el sentido de que en los dos hay una persona valiente que ha sido silenciada. Victoria Amelina había renunciado a su hijo, a su familia, a su propia seguridad y a la literatura para documentar los crímenes de guerra que estaban teniendo lugar Ucrania. En un momento en el que las mujeres podían salir del país y refugiarse en la seguridad de Europa occidental, ella hizo el camino inverso. Su marido vivía en Estados Unidos, así que envió a su hijo a Polonia y se lanzó a investigar las matanzas de Putin. Creo que si hubiera sido yo quien hubiera muerto, ella, como escritora, también hubiera sentido la responsabilidad de hablar por mí y dar voz a la injusticia. En el libro hablo por ella del mismo modo en que traté de resucitar la voz de mi padre en El olvido que seremos.
- Un intento de hacer justicia con la palabra. ¿Hasta qué punto es posible?
- Las palabras son importantes, pueden crear cierta conciencia de la injusticia. Un escritor no tiene poder político, pero tiene palabras que quizá alguien lea y lleven a reflexionar y actuar.
- El título, Ahora y en la hora, es una oración. Usted comienza el libro con un acto de fe, a pesar de todo.
- Uno piensa que la muerte es una cosa solitaria, pero en esa oración siempre me pareció extraño que se la mencionara como un proceso colectivo. En Kramatorsk, 12 personas perdieron la vida de manera instantánea, entre ellas dos gemelas de 14 años. El título del libro habla de una hora en que todos debimos morir, y de cómo nos acabamos salvando por milagro.
- El relato huye de la heroicidad y la épica. ¿Cree que hay demasiada en la sociedad contemporánea, donde cualquier cosa tiende a tratarse inmediatamente desde un punto de vista subjetivo?
- Digamos que eso es lo que me hizo dudar a la hora de escribir este libro, el hecho de hacerlo en primera persona. Pero lo cierto es que sólo lo podía escribir desde mi perspectiva y mi experiencia. Cuando Primo Levi escribe sobre Auschwitz no habla solo objetivamente de lo que ocurrió allí, sino también de lo que él, como víctima, vivió y sintió. De hasta qué punto uno se deshumaniza en una situación de violencia extrema. No eres tú el importante. Lo único importante es que tu voz, por azar o por casualidad, no fue eliminada. ¿Qué puedo hacer sino escribir de este crimen desde el punto de vista de alguien que lo presenció? No fue un hecho heroico, porque fue casual. Y yo no fui a Ucrania por ser un héroe, sino por falta de carácter.
- Parece que en un momento de convulsión histórica como el que vivimos se necesitan si no héroes, sí figuras de referencia.
- Lo que se necesita es gente que hable sin miedo. En EEUU, por ejemplo, la universidad de Harvard está siendo atacada por el Gobierno de una manera brutal y desvergonzada. En un caso así se necesitan héroes, si queremos usar esa palabra, que defiendan una vieja institución importantísima de Occidente. Y que se expresen con toda la fuerza posible contra cualquier amenaza económica o de cualquier índole de esa misma Administración. En casos más graves aún, como los de Gaza o Ucrania, son aún más necesarios. Porque en esas circunstancias ya no está amenazado el puesto trabajo o la comodidad, sino la propia vida. Yo no soy capaz de ser héroe, como lo fue mi padre y como lo fue Victoria Amelina. Pero sí creo que, desgraciadamente, en este mundo sí se necesitan.
- Ahora que se ha referido a Donald Trump, ¿qué le parece el cambio de relato que se está imponiendo desde la Casa Blanca para culpar a Zelenski de la invasión que lanzó su enemigo? El nuevo revisionismo invierte los papeles de víctima y victimario.
- Es monstruoso y ridículo que de repente el agredido sea el culpable de la agresión. Que el que se defiende sea el culpable de defenderse. El argumento está dentro de la lógica trumpiana de que quien tiene la fuerza tiene siempre la razón. Si no la tienes, simplemente debes someterte para que no te maten. Si aceptamos esa premisa estaremos cancelando siglos de civilización fundados sobre razones ajenas a la fuerza: la justicia, la ética, la libertad. Si se puede invadir Canadá o Groenlandia simplemente porque se es más fuerte, ignorando por completo el derecho internacional, caeremos en un mundo atroz.
- El mundo del ‘America First’.
- Cuando se pone a un pueblo por encima de los demás y se apropia uno de la palabra «América», como si no hubiera más países americanos, se trata de imponer una jerarquía que establece tu primacía y la subordinación de los demás. Resulta increíble que esto lo defienda un católico como J.D. Vance, teniendo en cuenta que el catolicismo reivindica lo universal.
- ¿Qué esperanza hay para los ucranianos en medio de este cambio de reglas internacionales?
- Ucrania no se va a rendir así como así porque ha probado su resistencia durante tres años. Y, aunque sea un país más débil que Rusia, está peleando por valores fundamentales para cualquiera que crea en la democracia y la libertad de Occidente. Por eso Europa no puede abandonar Ucrania: se abandonaría a sí misma.
- ¿Qué consecuencias globales puede tener que pierda la guerra?
- Si Putin toma Ucrania por completo, en su plan de restaurar la influencia de la vieja Unión Soviética, los países europeos del antiguo Pacto de Varsovia como Polonia correrían un gravísimo riesgo.
- Usted ha sido crítico con la postura contemporizadora de su propio país o del Brasil de Lula respecto a Putin. ¿A qué la achaca?
- En América Latina hay una historia de dolor, invasiones y abusos por parte de Estados Unidos, que en el pasado interrumpió algunos procesos democráticos de izquierda. Por tanto hay un antiamericanismo tan fuerte que cualquier cosa que Estados Unidos apoye es denostada. Como Putin es descendiente de la URSS, hay líderes de izquierda, o que se dicen de izquierda como Nicolás Maduro o Daniel Ortega -y en otro nivel Gustavo Petro y Lula-, que le contemplan como una especie de heredero afín de la izquierda soviética, como si no fuera claramente un líder de extrema derecha.
- ¿Hay alguna referencia literaria rusa para describir esta etapa de neozarismo en Rusia?
- Lo que pasa hoy en Rusia me recuerda sobre todo al las denuncias de Vasili Grossman contra Stalin. Putin no ha llegado al nivel estalinista de perpetrar masacres deliberadas por hambre o destierro, pero sí guarda semejanza con el dictador soviético, a quien ahora reivindican los textos oficiales de historia que se enseñan obligatoriamente en los colegios. En ellos se le ensalza mientras se ocultan sus crímenes. Para Putin es una fuente de inspiración: la imagen de un hombre fuerte al que emular, un gobernante con mano dura para lanzar purgas en la Administración y perseguir a los intelectuales que se oponían a él. Digamos que a quien más se parece el zar Putin es al zar Stalin. Rusia nunca ha conocido un solo decenio de libertad en los últimos siglos. Es como si los rusos hubieran optado por la comodidad de tener un padre autoritario que lo decida todo por ellos, que diga siempre lo que hay que hacer de tal modo que uno no tenga ni la voluntad ni la libertad de pensar. La servidumbre voluntaria de la que hablaba La Boétie.
- ¿Cree que es un rasgo de carácter nacional?
- Es como si la falta de libertad fuera el agua en el que nada la población rusa. Hay gente valiente que ha intentado resistir, pero que ha terminado siendo eliminada o empujada al exilio. De algún modo se han acostumbrado a vivir así, con un padre supremo que decide por ellos. Es lamentable.
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