Harold Pinter: tres meritorios actores para sostener el silencio

El gran desafío del teatro de Harold Pinter es el silencio. La mayoría de sus acotaciones son: pausa, pausa ligera, pausa larga, silencio, silencio largo. No se trata solo de indicaciones para puntuar o marcar subtextos. Son más bien grietas en medio de los diálogos a través de las cuales se vislumbra una especie de envés del mundo. Una dimensión llena de monstruos y precipicios —podríamos imaginarla como el universo alternativo de la serie televisiva Stranger Things que se cuela por esos desgarrones. El reto sobre el escenario está en llenarlos de significados. Buenos actores capaces de sostener el silencio.

Beatriz Argüello demuestra tenerlo claro en su escenificación de Viejos tiempos. Tal vez porque ella misma es una espléndida actriz que empieza a echar raíces como directora, tras el loable rescate que hizo hace dos años de la gran olvidada del Siglo de Oro español, Ana Caro de Mallén, con el montaje de Valor, agravio y mujer para la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Con mirada certera, en este nuevo trabajo lo ha apostado todo a la interpretación y ha guiado a sus actores con ojo clínico por el universo tenebroso y enigmático que palpita bajo sus diálogos. Ha creado entre ellos una corriente eléctrica por la que circula un flujo cargado de palabras y silencios de alta tensión. De esta manera, Ernesto Alterio, Marta Belenguer y Mélida Molina dicen tanto o más cuando callan que cuando hablan.

Deeley (Ernesto Alterio) y Kate (Mélida Molina) forman un matrimonio que lleva una vida aparentemente apacible en una elegante casa en el campo. La obra transcurre durante un día que reciben la visita de Anna (Marta Belenguer), una antigua amiga de Kate con la que compartió piso y correrías de juventud en Londres. Su reaparición dispara una bruma de recuerdos cada vez más densa. El pasado se va apoderando del presente hasta que llega un momento en que parece modificarlo. Y viceversa. En el programa de mano, la directora destaca una frase de la obra: “Hay cosas que recuerdo que a lo mejor nunca pasaron, pero, como las recuerdo, ocurren de verdad”. Pinter juega a la confusión porque el pasado es un galimatías y no pretende que lo entendamos, sino desarmarlo para poner en cuestión las certezas de nuestro propio pasado.

El dramaturgo Pablo Remón, autor de esta versión, subraya en otro texto del programa de mano que a partir de esta obra de 1971 la escritura de Pinter se hizo más misteriosa y poética. También más difícil. Tanto para quienes la escenifican como para el público. A ratos es complicado mantener la atención porque agota e incluso irrita al jugar con la verdad y la mentira. Lo meritorio de este montaje es que no intenta descifrar nada, sino que se deja llevar por el juego. Los actores se recrean en él y transmiten su disfrute a los espectadores. Tal vez esa contención hace que el final resulte abrupto: la desolación que marca Pinter sorprende al ejecutarse en escena, porque no se detecta con claridad su evolución durante la función.

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 Beatriz Argüello dirige ‘Viejos tiempos’ con ojo clínico en un montaje que se sumerge con disfrute en el universo enigmático del autor británico  

CRÍTICA TEATRAL | VIEJOS TIEMPOS
Crítica

Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Beatriz Argüello dirige ‘Viejos tiempos’ con ojo clínico, en un montaje que se sumerge con disfrute en el universo enigmático del premio Nobel británico

Ernesto Alterio, Mélida Molina y Marta Belenguer, en una escena de 'Viejos tiempos', de Harold Pinter, dirigida por Beatriz Argüello.
Raquel Vidales

El gran desafío del teatro de Harold Pinter es el silencio. La mayoría de sus acotaciones son: pausa, pausa ligera, pausa larga, silencio, silencio largo. No se trata solo de indicaciones para puntuar o marcar subtextos. Son más bien grietas en medio de los diálogos a través de las cuales se vislumbra una especie de envés del mundo. Una dimensión llena de monstruos y precipicios —podríamos imaginarla como el universo alternativo de la serie televisiva Stranger Things que se cuela por esos desgarrones. El reto sobre el escenario está en llenarlos de significados. Buenos actores capaces de sostener el silencio.

Beatriz Argüello demuestra tenerlo claro en su escenificación de Viejos tiempos. Tal vez porque ella misma es una espléndida actriz que empieza a echar raíces como directora, tras el loable rescate que hizo hace dos años de la gran olvidada del Siglo de Oro español, Ana Caro de Mallén, con el montaje de Valor, agravio y mujer para la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Con mirada certera, en este nuevo trabajo lo ha apostado todo a la interpretación y ha guiado a sus actores con ojo clínico por el universo tenebroso y enigmático que palpita bajo sus diálogos. Ha creado entre ellos una corriente eléctrica por la que circula un flujo cargado de palabras y silencios de alta tensión. De esta manera, Ernesto Alterio, Marta Belenguer y Mélida Molina dicen tanto o más cuando callan que cuando hablan.

Deeley (Ernesto Alterio) y Kate (Mélida Molina) forman un matrimonio que lleva una vida aparentemente apacible en una elegante casa en el campo. La obra transcurre durante un día que reciben la visita de Anna (Marta Belenguer), una antigua amiga de Kate con la que compartió piso y correrías de juventud en Londres. Su reaparición dispara una bruma de recuerdos cada vez más densa. El pasado se va apoderando del presente hasta que llega un momento en que parece modificarlo. Y viceversa. En el programa de mano, la directora destaca una frase de la obra: “Hay cosas que recuerdo que a lo mejor nunca pasaron, pero, como las recuerdo, ocurren de verdad”. Pinter juega a la confusión porque el pasado es un galimatías y no pretende que lo entendamos, sino desarmarlo para poner en cuestión las certezas de nuestro propio pasado.

El dramaturgo Pablo Remón, autor de esta versión, subraya en otro texto del programa de mano que a partir de esta obra de 1971 la escritura de Pinter se hizo más misteriosa y poética. También más difícil. Tanto para quienes la escenifican como para el público. A ratos es complicado mantener la atención porque agota e incluso irrita al jugar con la verdad y la mentira. Lo meritorio de este montaje es que no intenta descifrar nada, sino que se deja llevar por el juego. Los actores se recrean en él y transmiten su disfrute a los espectadores. Tal vez esa contención hace que el final resulte abrupto: la desolación que marca Pinter sorprende al ejecutarse en escena, porque no se detecta con claridad su evolución durante la función.

Viejos tiempos

Texto: Harold Pinter. Dirección: Beatriz Argüello. Reparto: Ernesto Alterio, Marta Belenguer, Mélida Molina. Teatro de la Abadía. Madrid. Hasta el 13 de abril.

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Sobre la firma

Raquel Vidales

Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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