A Isabel Bueno la tomó por sorpresa un correo de las autoridades antropólogas mexicanas. Bueno (Madrid, 63 años) estaba en mayo en la India impartiendo unas charlas cuando le comunicaron que por fin tenía los permisos para estudiar el llamado Mapa de Popotla, el códice mexicano que la ha fascinado desde que supo de él hace dos décadas. La antropóloga española hizo a prisa la maleta y viajó a Ciudad de México, donde estos días analiza con un equipo interdisciplinario de expertos mexicanos el documento pictográfico cuyo enigma ha desafiado durante años a los estudiosos. “La verdad es que ha sido superemocionante. De esto que se te quedan las piernas de chicle. Es una experiencia increíble. Y además trabajo con este grupo científico, que es puntero. Vamos a tratar de fecharlo, porque es muy interesante, ya que abarca muchos procesos que se dan durante al menos 300 años”, explica Bueno, aún emocionada.
El equipo de expertos trabaja en la bóveda de la Biblioteca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (BNAH), que resguarda el documento. Este códice pictográfico, elaborado sobre piel animal, ha despertado el interés de la antropóloga mexicana desde 2010, cuando escuchó de él en un congreso de americanistas. “En realidad no lo conoce casi nadie, porque no es un códice estrella, como puede ser el Códice Maya o el borbónico. Una persona en aquel congreso dijo que los investigadores muchas veces nos obsesionamos con querer encontrar respuestas en todo, pero que a veces hay enigmas en la historia que no tienen respuesta por múltiples razones y puso la foto. En este códice hay unos guerreros, y como mi especialidad es la guerra, dije: ‘Este enigma lo resuelvo yo, vamos’. Pero era supercomplicado, porque no había, ni hay, ninguna investigación sobre este documento, nada más que una descripción muy somera de Alfonso Caso de 1947″, explica.
Comenzaron así años de investigación y también de frustración, porque no conseguía los permisos para poder estudiar a fondo el documento, hasta que recibió aquel correo en la India. La antropóloga se ha sumergido de lleno en el trabajo para arrancarle al códice todo lo que puede contar de la época en la que fue creado. Bueno y su equipo han incorporado técnicas como el uso de luces forenses, estudios microquímicos de pigmentos, análisis microscópico de estructuras fibrosas y estudios codicológicos comparativos, herramientas que, dice, permiten examinar con precisión los materiales, las técnicas de manufactura y las transformaciones del códice, preservando su integridad física. El trabajo avanza, aunque Bueno advierte que no esperan tener conclusiones antes de dos meses.
“Además de la datación, el tipo de piel de animal es fundamental, porque es una rareza que el códice sea un pergamino. Lo normal es que sea algodón o papel de amate. También conocer los pigmentos da un marco geográfico muy importante para fecharlo y para ubicarlo. Estamos hablando de lo que se llama el método codicológico, que tiene que completarse con la parte histórica y con la parte física. Y hemos conseguido muestras que pueden responder a todo eso. Son micromuestras, pero el equipo, que es fabuloso, hará magia”, comenta la experta.
Este grupo de expertos explica que el Mapa de Popotla forma parte de un corpus de cartografía de tradición indígena novohispano del centro de México. Con un valor simbólico y territorial, dicen, fue posiblemente utilizado como documento legal, narrativo o genealógico, en el contexto de las transformaciones sociales y políticas en las primeras etapas del contacto entre las culturas mexicanas y los conquistadores. “Durante mucho tiempo, se pensó que existía una sola versión del códice, conservada en pergamino”, admiten los científicos, pero las investigaciones lideradas por Bueno han permitido documentar la existencia en México de al menos tres versiones: una en piel animal, una copia en papel semitransparente elaborada en 1720 —conocida como calco de Gómez de Orozco—, y una tercera sobre papel vegetal, posiblemente por encargo del arqueólogo Alfonso Caso hacia finales de la década de 1940. Pero no ha habido investigaciones más profundas que permitieran revelar su enigma: un mapa que muestra a guerreros prehispánicos, pero en cuyo centro se alza una iglesia colonial.
“Con el tiempo todo empezaba a ponerse muy complejo y dije: ‘Yo ya no puedo vivir sin saber cuál ha sido su trayectoria’, porque siempre ha suscitado sorpresa. Tenía bastante documentación, mucho contexto, pero me faltaba el permiso para las pruebas físicas”, comenta Bueno. Y el trabajo ya ha dado los primeros resultados. Uno de ellos es la orientación del mapa que, explica la especialista, se había asumido que debía leerse con el norte hacia arriba, pero el análisis de la disposición espacial de los elementos —glifos, caminos, edificaciones y personajes— sugiere que el documento pudo haber sido concebido con una orientación distinta. “Esta rotación del eje simbólico altera profundamente su lectura, con implicaciones en la comprensión de las rutas, los asentamientos y la organización del espacio hispano-indígena”, resaltan los investigadores en un documento que reúne sus primeras conclusiones. El segundo hallazgo “es aún más desconcertante”, afirman. “El calco de 1720, lejos de ser una simple copia del mapa en piel resguardado en la bóveda, parece haber sido trazado a partir de otro ejemplar. Las proporciones, la forma del soporte e incluso ciertos elementos pictográficos no coinciden. Por ejemplo, el contorno de la piel es distinto, las huellas de los pies difieren en el número de dedos y el glifo toponímico de Popotlan presenta una cantidad diferente de popotes. Todo indica que el calco se basa en un mapa en piel distinto al que actualmente conserva el INAH, lo que sugiere que existieron varias versiones sobre piel originales o derivadas desde una fuente común, hoy posiblemente perdida”, explican.
Para Bueno y su equipo, estos descubrimientos no solo amplían el conocimiento sobre el Mapa de Popotla, sino que obligan a replantear su lugar dentro del corpus de códices de tradición indígena. “Revelan una historia más compleja de circulación, copia y resignificación del documento, que parece haber sido actualizado, reproducido y reinterpretado a lo largo del tiempo. Su manufactura con materiales animales, su trazado simbólico y su permanencia en instituciones tanto mexicanas como europeas lo convierten en una pieza clave para entender los mecanismos de continuidad y adaptación cultural en los siglos posteriores a la llegada europea”, afirman los expertos.
Ahora esperan tener los resultados de las pruebas que han hecho, que permitirán descifrar el enigma. “Estoy deseando saber qué tipo de animal es. Imagínate que fuera de venado, entonces casi al 99% sería un mapa prehispánico que se ha ido utilizando a lo largo del tiempo, también durante el virreinato, aunque probablemente será algún bóvido”, dice. “Me haría mucha ilusión que fuera prehispánico”, acota.
La antropóloga Isabel Bueno y su equipo aplican por primera vez técnicas modernas para descifrar el códice mexicano que ha desconcertado a los eruditos
A Isabel Bueno la tomó por sorpresa un correo de las autoridades antropólogas mexicanas. Bueno (Madrid, 63 años) estaba en mayo en la India impartiendo unas charlas cuando le comunicaron que por fin tenía los permisos para estudiar el llamado Mapa de Popotla, el códice mexicano que la ha fascinado desde que supo de él hace dos décadas. La antropóloga española hizo a prisa la maleta y viajó a Ciudad de México, donde estos días analiza con un equipo interdisciplinario de expertos mexicanos el documento pictográfico cuyo enigma ha desafiado durante años a los estudiosos. “La verdad es que ha sido superemocionante. De esto que se te quedan las piernas de chicle. Es una experiencia increíble. Y además trabajo con este grupo científico, que es puntero. Vamos a tratar de fecharlo, porque es muy interesante, ya que abarca muchos procesos que se dan durante al menos 300 años”, explica Bueno, aún emocionada.
El equipo de expertos trabaja en la bóveda de la Biblioteca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (BNAH), que resguarda el documento. Este códice pictográfico, elaborado sobre piel animal, ha despertado el interés de la antropóloga mexicana desde 2010, cuando escuchó de él en un congreso de americanistas. “En realidad no lo conoce casi nadie, porque no es un códice estrella, como puede ser el Códice Maya o el borbónico. Una persona en aquel congreso dijo que los investigadores muchas veces nos obsesionamos con querer encontrar respuestas en todo, pero que a veces hay enigmas en la historia que no tienen respuesta por múltiples razones y puso la foto. En este códice hay unos guerreros, y como mi especialidad es la guerra, dije: ‘Este enigma lo resuelvo yo, vamos’. Pero era supercomplicado, porque no había, ni hay, ninguna investigación sobre este documento, nada más que una descripción muy somera de Alfonso Caso de 1947″, explica.
Comenzaron así años de investigación y también de frustración, porque no conseguía los permisos para poder estudiar a fondo el documento, hasta que recibió aquel correo en la India. La antropóloga se ha sumergido de lleno en el trabajo para arrancarle al códice todo lo que puede contar de la época en la que fue creado. Bueno y su equipo han incorporado técnicas como el uso de luces forenses, estudios microquímicos de pigmentos, análisis microscópico de estructuras fibrosas y estudios codicológicos comparativos, herramientas que, dice, permiten examinar con precisión los materiales, las técnicas de manufactura y las transformaciones del códice, preservando su integridad física. El trabajo avanza, aunque Bueno advierte que no esperan tener conclusiones antes de dos meses.
“Además de la datación, el tipo de piel de animal es fundamental, porque es una rareza que el códice sea un pergamino. Lo normal es que sea algodón o papel de amate. También conocer los pigmentos da un marco geográfico muy importante para fecharlo y para ubicarlo. Estamos hablando de lo que se llama el método codicológico, que tiene que completarse con la parte histórica y con la parte física. Y hemos conseguido muestras que pueden responder a todo eso. Son micromuestras, pero el equipo, que es fabuloso, hará magia”, comenta la experta.
Este grupo de expertos explica que el Mapa de Popotla forma parte de un corpus de cartografía de tradición indígena novohispano del centro de México. Con un valor simbólico y territorial, dicen, fue posiblemente utilizado como documento legal, narrativo o genealógico, en el contexto de las transformaciones sociales y políticas en las primeras etapas del contacto entre las culturas mexicanas y los conquistadores. “Durante mucho tiempo, se pensó que existía una sola versión del códice, conservada en pergamino”, admiten los científicos, pero las investigaciones lideradas por Bueno han permitido documentar la existencia en México de al menos tres versiones: una en piel animal, una copia en papel semitransparente elaborada en 1720 —conocida como calco de Gómez de Orozco—, y una tercera sobre papel vegetal, posiblemente por encargo del arqueólogo Alfonso Caso hacia finales de la década de 1940. Pero no ha habido investigaciones más profundas que permitieran revelar su enigma: un mapa que muestra a guerreros prehispánicos, pero en cuyo centro se alza una iglesia colonial.
“Con el tiempo todo empezaba a ponerse muy complejo y dije: ‘Yo ya no puedo vivir sin saber cuál ha sido su trayectoria’, porque siempre ha suscitado sorpresa. Tenía bastante documentación, mucho contexto, pero me faltaba el permiso para las pruebas físicas”, comenta Bueno. Y el trabajo ya ha dado los primeros resultados. Uno de ellos es la orientación del mapa que, explica la especialista, se había asumido que debía leerse con el norte hacia arriba, pero el análisis de la disposición espacial de los elementos —glifos, caminos, edificaciones y personajes— sugiere que el documento pudo haber sido concebido con una orientación distinta. “Esta rotación del eje simbólico altera profundamente su lectura, con implicaciones en la comprensión de las rutas, los asentamientos y la organización del espacio hispano-indígena”, resaltan los investigadores en un documento que reúne sus primeras conclusiones. El segundo hallazgo “es aún más desconcertante”, afirman. “El calco de 1720, lejos de ser una simple copia del mapa en piel resguardado en la bóveda, parece haber sido trazado a partir de otro ejemplar. Las proporciones, la forma del soporte e incluso ciertos elementos pictográficos no coinciden. Por ejemplo, el contorno de la piel es distinto, las huellas de los pies difieren en el número de dedos y el glifo toponímico de Popotlan presenta una cantidad diferente de popotes. Todo indica que el calco se basa en un mapa en piel distinto al que actualmente conserva el INAH, lo que sugiere que existieron varias versiones sobre piel originales o derivadas desde una fuente común, hoy posiblemente perdida”, explican.
Para Bueno y su equipo, estos descubrimientos no solo amplían el conocimiento sobre el Mapa de Popotla, sino que obligan a replantear su lugar dentro del corpus de códices de tradición indígena. “Revelan una historia más compleja de circulación, copia y resignificación del documento, que parece haber sido actualizado, reproducido y reinterpretado a lo largo del tiempo. Su manufactura con materiales animales, su trazado simbólico y su permanencia en instituciones tanto mexicanas como europeas lo convierten en una pieza clave para entender los mecanismos de continuidad y adaptación cultural en los siglos posteriores a la llegada europea”, afirman los expertos.
Ahora esperan tener los resultados de las pruebas que han hecho, que permitirán descifrar el enigma. “Estoy deseando saber qué tipo de animal es. Imagínate que fuera de venado, entonces casi al 99% sería un mapa prehispánico que se ha ido utilizando a lo largo del tiempo, también durante el virreinato, aunque probablemente será algún bóvido”, dice. “Me haría mucha ilusión que fuera prehispánico”, acota.
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