El reto de vestir una chaqueta de flecos, prenda indispensable del fondo de armario de Custer

Por fin he cumplido uno de mis grandes sueños en cuanto a vestuario: me he comprado una chaqueta de flecos. Han hecho falta muchos años para que me atreviera a dar el paso y ha tenido que ser con la excusa de una fiesta de disfraces en casa de mi cuñado, pero ahí está, con su precioso color canela y su aroma de ante y de aventura, ocupando un espacio privilegiado en mi armario entre la guerrera de teniente de la Wehrmacht que me llevé a hurtadillas del rodaje de la miniserie Operación Telemark en Rujkan (Noruega) y una pelliza de húsar cuya procedencia es aún más inconfesable (aunque a fin de cuentas robar un uniforme nazi puede considerarse un heroico acto de resistencia y es un clásico de los comandos y saboteadores, como prueban Los cañones de Navarone, El desafío de las águilas o Malditos bastardos).

La historia de la chaqueta de flecos como prenda es larga pero su tramo más interesante es su uso entre los nativos norteamericanos y los exploradores, tramperos, Mountain Men, desolladores de búfalos y otros personajes singulares del Far West, incluido Bucksikin Bill, que medraba no hace mucho junto al Salmon River de Idaho. Hay que recordar que los flecos, aparte de ser muy chulos, sirven a dos propósitos: para que el agua resbale por ellos contribuyendo a mantener la prenda seca y como elemento de camuflaje al desdibujar tu silueta. La combinación con el penacho de plumas puede ser formidable, como muestra el retrato montado del jefe Hector de los assiniboin en el que lleva flecos hasta el caballo. También la lucía el indio Tonto –bien, quizá no es el mejor ejemplo–, el fiel camarada de El llanero solitario. Ponértela con gorro de castor sin pasarte siete pueblos de asilvestrado solo está a la altura de los grandes como Davy Crockett –que no obstante hizo reír a los mexicanos con ese atuendo en El Álamo, con la que estaba cayendo– o Daniel Boone (¿es tu apellido o los latidos de mi corazón, Dani?). Un batallón entero de estadounidenses durante la Guerra de Independencia vestían todos con chaquetas de flecos, los Fusileros del general Morgan, que eran cosa de verse. Entre los que la lucieron con prestancia (antes de Roger Daltry, que también), Lewis y Clark, los chicos del Pony Express o Texas Jack, y, por supuesto esos dos iconos de la prenda que son Buffalo Bill y el general Custer.

Es sabido que Custer, “caballero en buckskin”, llevaba chaqueta de flecos sobre el uniforme en su last stand (que no es precisamente que pusiera una caseta) en Little Bighorn. Dado que los indios lo dejaron en pelotas tras matarlo en la batalla –¿un homenaje postrero a su vestuario?– es difícil determinar que habrá sido de la prenda, quizá haya ido a parar a una tienda Humana. Yo he visto, con la emoción que se puede imaginar, una chaqueta que dicen que es la suya en el Natural Museum of American History en Washington (desgraciadamente no me fue posible llevármela). Otra que se le atribuye y que le habría ganado a un cheyenne ebrio un soldado de caballería en un concurso de tiro fue subastada en 2013 sin alcanzar el precio de salida de 90.000 dólares.

Mi chaqueta, también de segunda mano (espero que no sea la del gigoló Joe Buck en Cowboy de medianoche), me costó mucho menos, pero claro, no se la he ganado a un cheyenne ni tiene manchas de sangre. Para la fiesta de carnaval decidí caracterizarme no obstante de Custer y la combiné con botas altas (si vas de de Custer, siempre con las botas puestas), sombrero de ala ancha de caballería y una peluca rubia, quizá demasiado larga y frondosa pues la primera persona en saludarme me preguntó si era Juanita Calamidad (otra famosa portadora de chaqueta de flecos, por cierto, que sirvió de scout para el general Crook). Gente más ilustrada me confundió con Buffalo Bill y más tras varias horas dándolo todo en la pista de baile abarrotada sin quitármela y comenzar a desprender la chaqueta un almizclado olor a caribú o alce mojado. De momento, tras el debut festivo solo me pongo la chaqueta de flecos en la intimidad, incluso de bata, pero estoy cogiendo soltura para pasarla al uso diario. Y la vida se abrirá a ilimitados horizontes de ante y de grandeza.

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 Por fin he cumplido uno de mis grandes sueños en cuanto a vestuario: me he comprado una chaqueta de flecos. Han hecho falta muchos años para que me atreviera a dar el paso y ha tenido que ser con la excusa de una fiesta de disfraces en casa de mi cuñado, pero ahí está, con su precioso color canela y su aroma de ante y de aventura, ocupando un espacio privilegiado en mi armario entre la guerrera de teniente de la Wehrmacht que me llevé a hurtadillas del rodaje de la miniserie Operación Telemark en Rujkan (Noruega) y una pelliza de húsar cuya procedencia es aún más inconfesable (aunque a fin de cuentas robar un uniforme nazi puede considerarse un heroico acto de resistencia y es un clásico de los comandos y saboteadores, como prueban Los cañones de Navarone, El desafío de las águilas o Malditos bastardos).La historia de la chaqueta de flecos como prenda es larga pero su tramo más interesante es su uso entre los nativos norteamericanos y los exploradores, tramperos, Mountain Men, desolladores de búfalos y otros personajes singulares del Far West, incluido Bucksikin Bill, que medraba no hace mucho junto al Salmon River de Idaho. Hay que recordar que los flecos, aparte de ser muy chulos, sirven a dos propósitos: para que el agua resbale por ellos contribuyendo a mantener la prenda seca y como elemento de camuflaje al desdibujar tu silueta. La combinación con el penacho de plumas puede ser formidable, como muestra el retrato montado del jefe Hector de los assiniboin en el que lleva flecos hasta el caballo. También la lucía el indio Tonto –bien, quizá no es el mejor ejemplo–, el fiel camarada de El llanero solitario. Ponértela con gorro de castor sin pasarte siete pueblos de asilvestrado solo está a la altura de los grandes como Davy Crockett –que no obstante hizo reír a los mexicanos con ese atuendo en El Álamo, con la que estaba cayendo– o Daniel Boone (¿es tu apellido o los latidos de mi corazón, Dani?). Un batallón entero de estadounidenses durante la Guerra de Independencia vestían todos con chaquetas de flecos, los Fusileros del general Morgan, que eran cosa de verse. Entre los que la lucieron con prestancia (antes de Roger Daltry, que también), Lewis y Clark, los chicos del Pony Express o Texas Jack, y, por supuesto esos dos iconos de la prenda que son Buffalo Bill y el general Custer.Es sabido que Custer, “caballero en buckskin”, llevaba chaqueta de flecos sobre el uniforme en su last stand (que no es precisamente que pusiera una caseta) en Little Bighorn. Dado que los indios lo dejaron en pelotas tras matarlo en la batalla –¿un homenaje postrero a su vestuario?– es difícil determinar que habrá sido de la prenda, quizá haya ido a parar a una tienda Humana. Yo he visto, con la emoción que se puede imaginar, una chaqueta que dicen que es la suya en el Natural Museum of American History en Washington (desgraciadamente no me fue posible llevármela). Otra que se le atribuye y que le habría ganado a un cheyenne ebrio un soldado de caballería en un concurso de tiro fue subastada en 2013 sin alcanzar el precio de salida de 90.000 dólares.Mi chaqueta, también de segunda mano (espero que no sea la del gigoló Joe Buck en Cowboy de medianoche), me costó mucho menos, pero claro, no se la he ganado a un cheyenne ni tiene manchas de sangre. Para la fiesta de carnaval decidí caracterizarme no obstante de Custer y la combiné con botas altas (si vas de de Custer, siempre con las botas puestas), sombrero de ala ancha de caballería y una peluca rubia, quizá demasiado larga y frondosa pues la primera persona en saludarme me preguntó si era Juanita Calamidad (otra famosa portadora de chaqueta de flecos, por cierto, que sirvió de scout para el general Crook). Gente más ilustrada me confundió con Buffalo Bill y más tras varias horas dándolo todo en la pista de baile abarrotada sin quitármela y comenzar a desprender la chaqueta un almizclado olor a caribú o alce mojado. De momento, tras el debut festivo solo me pongo la chaqueta de flecos en la intimidad, incluso de bata, pero estoy cogiendo soltura para pasarla al uso diario. Y la vida se abrirá a ilimitados horizontes de ante y de grandeza. Seguir leyendo  

VESTIDOS PARA LA AVENTURA
Opinión

Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Imprime carácter, pero hay que tener redaños para ponérsela si no es en Little Bighorn

No es raro que Buffalo Bill acuda a nuestra mente cuando pensamos en chaquetas de flecos.
Jacinto Antón

Por fin he cumplido uno de mis grandes sueños en cuanto a vestuario: me he comprado una chaqueta de flecos. Han hecho falta muchos años para que me atreviera a dar el paso y ha tenido que ser con la excusa de una fiesta de disfraces en casa de mi cuñado, pero ahí está, con su precioso color canela y su aroma de ante y de aventura, ocupando un espacio privilegiado en mi armario entre la guerrera de teniente de la Wehrmacht que me llevé a hurtadillas del rodaje de la miniserie Operación Telemark en Rujkan (Noruega) y una pelliza de húsar cuya procedencia es aún más inconfesable (aunque a fin de cuentas robar un uniforme nazi puede considerarse un heroico acto de resistencia y es un clásico de los comandos y saboteadores, como prueban Los cañones de Navarone, El desafío de las águilas o Malditos bastardos).

La historia de la chaqueta de flecos como prenda es larga pero su tramo más interesante es su uso entre los nativos norteamericanos y los exploradores, tramperos, Mountain Men, desolladores de búfalos y otros personajes singulares del Far West, incluido Bucksikin Bill, que medraba no hace mucho junto al Salmon River de Idaho. Hay que recordar que los flecos, aparte de ser muy chulos, sirven a dos propósitos: para que el agua resbale por ellos contribuyendo a mantener la prenda seca y como elemento de camuflaje al desdibujar tu silueta. La combinación con el penacho de plumas puede ser formidable, como muestra el retrato montado del jefe Hector de los assiniboin en el que lleva flecos hasta el caballo. También la lucía el indio Tonto –bien, quizá no es el mejor ejemplo–, el fiel camarada de El llanero solitario. Ponértela con gorro de castor sin pasarte siete pueblos de asilvestrado solo está a la altura de los grandes como Davy Crockett –que no obstante hizo reír a los mexicanos con ese atuendo en El Álamo, con la que estaba cayendo– o Daniel Boone (¿es tu apellido o los latidos de mi corazón, Dani?). Un batallón entero de estadounidenses durante la Guerra de Independencia vestían todos con chaquetas de flecos, los Fusileros del general Morgan, que eran cosa de verse. Entre los que la lucieron con prestancia (antes de Roger Daltry, que también), Lewis y Clark, los chicos del Pony Express o Texas Jack, y, por supuesto esos dos iconos de la prenda que son Buffalo Bill y el general Custer.

Es sabido que Custer, “caballero en buckskin”, llevaba chaqueta de flecos sobre el uniforme en su last stand (que no es precisamente que pusiera una caseta) en Little Bighorn. Dado que los indios lo dejaron en pelotas tras matarlo en la batalla –¿un homenaje postrero a su vestuario?– es difícil determinar que habrá sido de la prenda, quizá haya ido a parar a una tienda Humana. Yo he visto, con la emoción que se puede imaginar, una chaqueta que dicen que es la suya en el Natural Museum of American History en Washington (desgraciadamente no me fue posible llevármela). Otra que se le atribuye y que le habría ganado a un cheyenne ebrio un soldado de caballería en un concurso de tiro fue subastada en 2013 sin alcanzar el precio de salida de 90.000 dólares.

Mi chaqueta, también de segunda mano (espero que no sea la del gigoló Joe Buck en Cowboy de medianoche), me costó mucho menos, pero claro, no se la he ganado a un cheyenne ni tiene manchas de sangre. Para la fiesta de carnaval decidí caracterizarme no obstante de Custer y la combiné con botas altas (si vas de de Custer, siempre con las botas puestas), sombrero de ala ancha de caballería y una peluca rubia, quizá demasiado larga y frondosa pues la primera persona en saludarme me preguntó si era Juanita Calamidad (otra famosa portadora de chaqueta de flecos, por cierto, que sirvió de scout para el general Crook). Gente más ilustrada me confundió con Buffalo Bill y más tras varias horas dándolo todo en la pista de baile abarrotada sin quitármela y comenzar a desprender la chaqueta un almizclado olor a caribú o alce mojado. De momento, tras el debut festivo solo me pongo la chaqueta de flecos en la intimidad, incluso de bata, pero estoy cogiendo soltura para pasarla al uso diario. Y la vida se abrirá a ilimitados horizontes de ante y de grandeza.

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Sobre la firma

Jacinto Antón

Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE ‘El reportero de la historia’.

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