<p>El de Getxo ha sido uno de los pocos festivales que ha evolucionado en este tiempo sin renunciar a sus valores fundacionales: compromiso con la verdad jazzística, en cualquiera de sus expresiones; apoyo al nuevo talento, a través de su concurso europeo de grupos; y gestión desde la humildad y un profundo sentimiento familiar. Ahora, a dos años de conmemorar su 50º Aniversario, el festival anuncia cambio en la dirección artística, encomendada ahora a <strong>Mario Benso</strong> (Gijón, 1962), gran ciudadano del jazz con una acreditada y larga trayectoria como gestor, divulgador y programador; y todo el mundo está tranquilo, pues con él todos nos sentimos en casa.</p>
A dos años de celebrar su 50º aniversario, el festival vizcaíno registra una de sus mejores ediciones, al tiempo que anuncia nueva dirección artística
El de Getxo ha sido uno de los pocos festivales que ha evolucionado en este tiempo sin renunciar a sus valores fundacionales: compromiso con la verdad jazzística, en cualquiera de sus expresiones; apoyo al nuevo talento, a través de su concurso europeo de grupos; y gestión desde la humildad y un profundo sentimiento familiar. Ahora, a dos años de conmemorar su 50º Aniversario, el festival anuncia cambio en la dirección artística, encomendada ahora a Mario Benso (Gijón, 1962), gran ciudadano del jazz con una acreditada y larga trayectoria como gestor, divulgador y programador; y todo el mundo está tranquilo, pues con él todos nos sentimos en casa.
A partir del año próximo Benso se enfrentará ante el excitante y difícil reto de mantener al Getxo Jazz en la cima de los festivales de jazz europeos, y dar continuidad al excelente trabajo de sus antecesores, Eugenio Gandiaga e Iñaki Saitua, ambos ya en sus merecidos cuarteles de invierno.
Por lo pronto, la de este año ha sido una de las mejores y más completas ediciones del festival, con vibrantes actuaciones como la de la legendaria organista Rhoda Scott y su impecable propuesta jazz-soul; el festín de jazz latino y descarga de buena música del incombustible saxofonista y clarinetista Paquito D’Rivera; o esa canción con todas las voces y emociones del jazz de la cantante Cécile McLorin-Salvant.
En la despedida del festival, y a la espera de la clausura por parte del siempre avanzado y urgente trompetista Dave Douglas, también hubo generosos aplausos para el jazz de ley del saxofonista Joe Lovano y el trío polaco liderado por el pianista Marcin Wacilewski, que, por cierto, mediada la década de los 90 se hacía con el primer premio del concurso europeo de grupos del Getxo Jazz, protagonizando un reencuentro con todas las justicias.
Este año la medalla de oro del certamen recayó en el trío berlinés de jazz queerL.A.B, con una interesante propuesta donde conviven muchas sensibilidades y dinámicas, todas resueltas con audacia, personalidad, riesgo y valentía. El premio al mejor solista fue para el sólido contrabajista gallego David Guerreiro, del IMB Special Quartet.
Momentazos para la memoria permanente fue la increíble versión del Puro teatro de McLorin Salvant, en una majestuosa interpretación que igualaba -ahí es nada- a la inmortal La Lupe. Entre los descubrimientos, la comparecencia del vibrafonista colombiano Sebastián Laverde, un virtuoso con alma propia ahora incrustado en las filas del quinteto de Paquito D’Rivera, y el decir saxofonístico de esa pareja asistente de Rhoda Scott, Sophie Alour y Lisa Cat-Berro, dos poetisas con un fraseo sofisticado y lleno de vida. Y entre las sorpresas de última ahora, la actuación de la pianista Kontxi Lorente, que desplegó un pianismo erudito, más maduro y emocionante.
Al contrario que otras citas, que andan con fórmulas estéticas vacías de contenido, el Getxo Jazz busca su futuro y… lo encuentra.
Música