Actuar consiste en ser lo que uno no es, sea en un escenario, sea en una pantalla. Por tabú, por las diferentes sensibilidades del humor e incluso por un mero desafío, a lo largo de la historia muchos actores y actrices han interpretado personajes de otros géneros. Pero, conforme evoluciona la sociedad, cada vez más actores y espectadores se sienten incómodos con una industria que prefiere los intérpretes normativos y deja de fuera a las minorías. Y en una comunidad como la trans, con muchas personas en industrias creativas y una elevada tasa de paro, esa incomodidad se convierte en una reivindicación.
La escritora Carmen Domingo (que no es trans) y la también escritora Daniela Requena (que sí lo es) escriben sobre ello.
¿Debes ser un asesino para interpretar a un asesino?
Carmen Domingo
En 2020, le dieron el Goya a la mejor actriz revelación a Benedicta Sánchez por su participación en O que arde. Buscaban una mujer gallega mayor, y ella era… una mujer gallega mayor. Tenía 84 años y ninguna experiencia en interpretación. No importó. Ese año estaban nominadas en la misma categoría Pilar Gómez, Carmen Arrufat y Ainhoa Santamaría.
El premio no me pareció acertado. No porque tenga algo contra Benedicta, obviamente, sino porque, y como dijo ella: “Hay tres chicas muy majas que se lo merecen”, y no le faltaba razón. Ni que decir tiene que Benedicta no ha vuelto a participar en otra película, al menos que se haya estrenado. Mientras que las otras nominadas, presumo que peleándose lo indecible, siguen en la dura travesía de ganarse la vida en el cine y el teatro.
No entendí cómo, justamente en la gala del cine español en la que debe valorarse el trabajo de profesionales del sector para ayudarles en su futuro, primaba lo contrario: hacer bien de mujer mayor gallega, siendo una mujer mayor gallega.
Los años pasan y la anécdota se borró de mi cabeza. Hasta que el otro día leí un reportaje titulado “¿Es legítimo que actores y actrices cisgénero interpreten a personajes trans?“, y me acordé. Confieso, de entrada, que no sé bien quiere decir cisgénero, cuando se está hablando de hombres y mujeres, pero dejemos eso, el neolenguaje siempre es tramposo. Lo que más me sorprendió del reportaje es que empezaba citando unas indignadas palabras de Laura Corbacho, porque a las personas trans —Laura lo es— no les daban papeles y se lo decía a Brays Efe, un hombre a quien, caracterizado de mujer, nadie le pone pegas porque interprete a una mujer. Porque en eso consiste ser actor, interpretar un personaje, utilizando todos los recursos posibles, dando vida a lo que diga guion y que veamos en su trabajo el personaje que dicta la historia. Dicho de otro modo, Brays no necesita ser una mujer para interpretar a Paquita Salas, porque es actor. Igual que hicieron Dustin Hoffman, José Luis López Vázquez, Jack Lemmon, José Sacristán o Hilary Swank. ¡Señores, esto es el cine!
El caso es otro, me temo. A nadie debería suponer un problema que actores o actrices interpreten personajes que no estén acordes con su sexo, su origen, su profesión, su carácter… —excluyo la raza por razones obvias—. Se entiende todo dentro del universo interpretativo. ¡Tendría delito que necesitáramos un asesino para interpretar a un asesino, un cura a un cura o una viuda a una viuda!, o, peor, ¿habrá que buscar a actores y actrices que quieran morir en pantalla si la película incluye un asesinato? Las preguntas se contestan solas: no.
Pero… ¿qué pasa cuando aparece un personaje trans o gay? Saltan las alarmas de lo políticamente correcto. ¿Scarlett Johansson o Halle Berry pierden su capacidad interpretativa y por eso rechazan papeles y se disculpan por querer interpretar a un trans? Me temo que no, que es tal la presión social de uno de los colectivos con más poder ahora mismo, y con más tendencia a la victimización, que prefieren no meterse y evitar la cancelación. Aunque, a buen seguro, nadie diría ni mu si un actor trans interpretara a un “cisgénero”.
Al hilo de lo anterior, resulta irónico que Tom Hanks haya dicho que se arrepiente de haber dado vida a un personaje gay, sin serlo, se entiende, y no devuelva inmediatamente su Oscar por interpretar a Forrest Gump, un chico con discapacidad.
La pregunta se mantiene: ¿Deben los artistas trans interpretar únicamente papeles trans? ¿Por qué no reivindican buenos papeles para buenos actores?
El argumento, dicen, es que las personas trans tienen pocas oportunidades, pero eso también se podría aducir para criticar que Brendan Fraser haga de obeso en La ballena o Dustin Hoffman de autista en Rain Man. Con lo difícil que debe ser encontrar papeles para gordos y autistas… A ver si al final los actores y actrices solo pueden interpretarse a sí mismos, hasta forzar la desaparición de la profesión.
Aunque… ¿no habíamos quedado que las mujeres trans son mujeres? Fácil, solo hace falta que hagan bien su trabajo… pero qué sé yo, una simple hembra humana.
Personas trans en papeles trans: ni más, ni menos
Daniela Requena
En pleno 2025, todavía se sigue aplaudiendo lo mismo y a los mismos de siempre: actores y actrices cis que se cuelgan medallas por interpretar a personajes trans. La crítica les regala titulares de éxito e incluso, en ocasiones, premios, como ocurrió con Eddie Redmayne, que ganó un Oscar por su papel en La chica danesa. Y yo me pregunto: ¿de verdad la gente no se da cuenta de lo injusto que es? ¿De verdad necesitamos más hombres cis haciendo de mujeres trans mientras nosotras seguimos sufriendo unos niveles de desempleo que duplican la media nacional?
A veces, este asunto resulta muy complejo de explicar y, sobre todo, de entender. Por eso voy a recurrir a un ejemplo que refleja bien el escenario actual: hace años, en el mundo del espectáculo, una persona blanca se pintaba la cara de negro para interpretar a un personaje negro. Entonces era algo completamente normal para todos, nadie se escandalizaba. Sin embargo, cuando ocurre eso hoy nos parece ofensivo, racista e intolerable. ¿Por qué? Porque la sociedad ha evolucionado y hemos entendido que no era solo una cuestión de actuación, sino de dignidad, respeto y representación.
Y aquí está la clave: nadie pone en duda que un actor o actriz cis tenga la capacidad de interpretar a un personaje trans. Esa no es la cuestión. El verdadero problema es la falta de representación real de las personas trans, y lo injusto que resulta que, quienes ya tienen todas las oportunidades, también ocupen el escasísimo espacio que existe para otras personas.
Y esta postura no es un capricho: los datos son claros y estremecedores. Según la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (2023), más del 40% de las personas trans están desempleadas, frente al 12% de la población general. Pero… ¿y qué pasa en el cine y la tele? Según datos de GLAAD (la organización contra la difamación y la desinformación sobre personas LGBTQ+), en 2022 más del 80% de los personajes trans en Hollywood fueron interpretados por actores cis.
El ejemplo de La chica danesa (2016) lo dice todo. Eddie Redmayne fue ovacionado por encarnar a Lili Elbe, la “primera” mujer trans. Sin embargo, años después es el propio actor quien reconoce que “fue un error” y que hoy no volvería a aceptar ese papel, que debía haberlo interpretado una mujer trans.
El contraargumento típico es: “Un actor puede interpretar cualquier cosa, ese es su trabajo”. Sí, y es cierto. Pero hablamos de desigualdad social. Y, además, seamos realistas: ¿qué necesidad tiene un actor o actriz cis con ofertas de sobra de quedarse también con el único papel trans de una serie o película? Para él o ella es un capricho artístico, pero para una persona trans, ese papel puede ser la primera y única oportunidad de demostrar su talento.
En el cine y la televisión se presume a menudo de querer contar “historias reales”, ¿no? Pues entonces: si son reales, que las interpreten personas reales. Que no nos imiten más, porque nuestra identidad de género no es un disfraz. La igualdad también se juega en las pantallas y en los medios de comunicación.
Lo curioso es que cuando las personas trans pedimos esta representación, siempre se nos acusa de “victimismo” o de reclamar “privilegios”. Pero, ¿de verdad alguien puede llamar privilegio a pedir simplemente igualdad de oportunidades? No pedimos que nos regalen papeles, sino que nos dejen competir en igualdad, que no nos quiten lo poco que nos corresponde.
Y al final, la conclusión es clara: si aplaudes que personas cis interpreten personajes trans, lo que estás aplaudiendo no es solo “el arte”, sino la desigualdad. Estás apoyando que quienes ya tienen todas las oportunidades sigan acumulándolas mientras una parte de la sociedad queda fuera. Estás diciendo que el privilegio vale más que la verdad, que la imitación vale más que la vida real. Y, sobre todo, estás aceptando que la discriminación siga siendo la norma en lugar de la excepción. No es neutral: es elegir de qué lado estás.
Cada vez más personas se sienten incómodas con la falta de inclusión de los trans en la industria. La discusión va más allá de las cualidades interpretativas y en ella entran el arte de actuar, el género y la visibilidad de un colectivo vulnerable
Actuar consiste en ser lo que uno no es, sea en un escenario, sea en una pantalla. Por tabú, por las diferentes sensibilidades del humor e incluso por un mero desafío, a lo largo de la historia muchos actores y actrices han interpretado personajes de otros géneros. Pero, conforme evoluciona la sociedad, cada vez más actores y espectadores se sienten incómodos con una industria que prefiere los intérpretes normativos y deja de fuera a las minorías. Y en una comunidad como la trans, con muchas personas en industrias creativas y una elevada tasa de paro, esa incomodidad se convierte en una reivindicación.
La escritora Carmen Domingo (que no es trans) y la también escritora Daniela Requena (que sí lo es) escriben sobre ello.
¿Debes ser un asesino para interpretar a un asesino?
Carmen Domingo
En 2020, le dieron el Goya a la mejor actriz revelación a Benedicta Sánchez por su participación en O que arde. Buscaban una mujer gallega mayor, y ella era… una mujer gallega mayor. Tenía 84 años y ninguna experiencia en interpretación. No importó. Ese año estaban nominadas en la misma categoría Pilar Gómez, Carmen Arrufat y Ainhoa Santamaría.
El premio no me pareció acertado. No porque tenga algo contra Benedicta, obviamente, sino porque, y como dijo ella: “Hay tres chicas muy majas que se lo merecen”, y no le faltaba razón. Ni que decir tiene que Benedicta no ha vuelto a participar en otra película, al menos que se haya estrenado. Mientras que las otras nominadas, presumo que peleándose lo indecible, siguen en la dura travesía de ganarse la vida en el cine y el teatro.
No entendí cómo, justamente en la gala del cine español en la que debe valorarse el trabajo de profesionales del sector para ayudarles en su futuro, primaba lo contrario: hacer bien de mujer mayor gallega, siendo una mujer mayor gallega.
Los años pasan y la anécdota se borró de mi cabeza. Hasta que el otro día leí un reportaje titulado “¿Es legítimo que actores y actrices cisgénero interpreten a personajes trans?“, y me acordé. Confieso, de entrada, que no sé bien quiere decir cisgénero, cuando se está hablando de hombres y mujeres, pero dejemos eso, el neolenguaje siempre es tramposo. Lo que más me sorprendió del reportaje es que empezaba citando unas indignadas palabras de Laura Corbacho, porque a las personas trans —Laura lo es— no les daban papeles y se lo decía a Brays Efe, un hombre a quien, caracterizado de mujer, nadie le pone pegas porque interprete a una mujer. Porque en eso consiste ser actor, interpretar un personaje, utilizando todos los recursos posibles, dando vida a lo que diga guion y que veamos en su trabajo el personaje que dicta la historia. Dicho de otro modo, Brays no necesita ser una mujer para interpretar a Paquita Salas, porque es actor. Igual que hicieron Dustin Hoffman, José Luis López Vázquez, Jack Lemmon, José Sacristán o Hilary Swank. ¡Señores, esto es el cine!
El caso es otro, me temo. A nadie debería suponer un problema que actores o actrices interpreten personajes que no estén acordes con su sexo, su origen, su profesión, su carácter… —excluyo la raza por razones obvias—. Se entiende todo dentro del universo interpretativo. ¡Tendría delito que necesitáramos un asesino para interpretar a un asesino, un cura a un cura o una viuda a una viuda!, o, peor, ¿habrá que buscar a actores y actrices que quieran morir en pantalla si la película incluye un asesinato? Las preguntas se contestan solas: no.
Pero… ¿qué pasa cuando aparece un personaje trans o gay? Saltan las alarmas de lo políticamente correcto. ¿Scarlett Johansson o Halle Berry pierden su capacidad interpretativa y por eso rechazan papeles y se disculpan por querer interpretar a un trans? Me temo que no, que es tal la presión social de uno de los colectivos con más poder ahora mismo, y con más tendencia a la victimización, que prefieren no meterse y evitar la cancelación. Aunque, a buen seguro, nadie diría ni mu si un actor trans interpretara a un “cisgénero”.
Al hilo de lo anterior, resulta irónico que Tom Hanks haya dicho que se arrepiente de haber dado vida a un personaje gay, sin serlo, se entiende, y no devuelva inmediatamente su Oscar por interpretar a Forrest Gump, un chico con discapacidad.
La pregunta se mantiene: ¿Deben los artistas trans interpretar únicamente papeles trans? ¿Por qué no reivindican buenos papeles para buenos actores?
El argumento, dicen, es que las personas trans tienen pocas oportunidades, pero eso también se podría aducir para criticar que Brendan Fraser haga de obeso en La ballena o Dustin Hoffman de autista en Rain Man. Con lo difícil que debe ser encontrar papeles para gordos y autistas… A ver si al final los actores y actrices solo pueden interpretarse a sí mismos, hasta forzar la desaparición de la profesión.
Aunque… ¿no habíamos quedado que las mujeres trans son mujeres? Fácil, solo hace falta que hagan bien su trabajo… pero qué sé yo, una simple hembra humana.
Personas trans en papeles trans: ni más, ni menos
Daniela Requena
En pleno 2025, todavía se sigue aplaudiendo lo mismo y a los mismos de siempre: actores y actrices cis que se cuelgan medallas por interpretar a personajes trans. La crítica les regala titulares de éxito e incluso, en ocasiones, premios, como ocurrió con Eddie Redmayne, que ganó un Oscar por su papel en La chica danesa. Y yo me pregunto: ¿de verdad la gente no se da cuenta de lo injusto que es? ¿De verdad necesitamos más hombres cis haciendo de mujeres trans mientras nosotras seguimos sufriendo unos niveles de desempleo que duplican la media nacional?
A veces, este asunto resulta muy complejo de explicar y, sobre todo, de entender. Por eso voy a recurrir a un ejemplo que refleja bien el escenario actual: hace años, en el mundo del espectáculo, una persona blanca se pintaba la cara de negro para interpretar a un personaje negro. Entonces era algo completamente normal para todos, nadie se escandalizaba. Sin embargo, cuando ocurre eso hoy nos parece ofensivo, racista e intolerable. ¿Por qué? Porque la sociedad ha evolucionado y hemos entendido que no era solo una cuestión de actuación, sino de dignidad, respeto y representación.
Y aquí está la clave: nadie pone en duda que un actor o actriz cis tenga la capacidad de interpretar a un personaje trans. Esa no es la cuestión. El verdadero problema es la falta de representación real de las personas trans, y lo injusto que resulta que, quienes ya tienen todas las oportunidades, también ocupen el escasísimo espacio que existe para otras personas.
Y esta postura no es un capricho: los datos son claros y estremecedores. Según la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (2023), más del 40% de las personas trans están desempleadas, frente al 12% de la población general. Pero… ¿y qué pasa en el cine y la tele? Según datos de GLAAD (la organización contra la difamación y la desinformación sobre personas LGBTQ+), en 2022 más del 80% de los personajes trans en Hollywood fueron interpretados por actores cis.
El ejemplo de La chica danesa (2016) lo dice todo. Eddie Redmayne fue ovacionado por encarnar a Lili Elbe, la “primera” mujer trans. Sin embargo, años después es el propio actor quien reconoce que “fue un error” y que hoy no volvería a aceptar ese papel, que debía haberlo interpretado una mujer trans.
El contraargumento típico es: “Un actor puede interpretar cualquier cosa, ese es su trabajo”. Sí, y es cierto. Pero hablamos de desigualdad social. Y, además, seamos realistas: ¿qué necesidad tiene un actor o actriz cis con ofertas de sobra de quedarse también con el único papel trans de una serie o película? Para él o ella es un capricho artístico, pero para una persona trans, ese papel puede ser la primera y única oportunidad de demostrar su talento.
En el cine y la televisión se presume a menudo de querer contar “historias reales”, ¿no? Pues entonces: si son reales, que las interpreten personas reales. Que no nos imiten más, porque nuestra identidad de género no es un disfraz. La igualdad también se juega en las pantallas y en los medios de comunicación.
Lo curioso es que cuando las personas trans pedimos esta representación, siempre se nos acusa de “victimismo” o de reclamar “privilegios”. Pero, ¿de verdad alguien puede llamar privilegio a pedir simplemente igualdad de oportunidades? No pedimos que nos regalen papeles, sino que nos dejen competir en igualdad, que no nos quiten lo poco que nos corresponde.
Y al final, la conclusión es clara: si aplaudes que personas cis interpreten personajes trans, lo que estás aplaudiendo no es solo “el arte”, sino la desigualdad. Estás apoyando que quienes ya tienen todas las oportunidades sigan acumulándolas mientras una parte de la sociedad queda fuera. Estás diciendo que el privilegio vale más que la verdad, que la imitación vale más que la vida real. Y, sobre todo, estás aceptando que la discriminación siga siendo la norma en lugar de la excepción. No es neutral: es elegir de qué lado estás.
EL PAÍS