El Barón Von Rolland, el judío nazi que hizo la guerra en España

<p class=»ue-c-article__paragraph»>Seguro que ninguno de sus vecinos habría adivinado cómo iba a ser la vida de Isaac Ezratty cuando era un niño judío en su Salónica natal, en el cambio del siglo XIX al XX. Un chico bajito, bien vestido, estudioso, con una facilidad sorprendente para los idiomas. Antes de llegar a la adolescencia ya <strong>hablaba el griego propio de la región, el ladino de los judíos sefardíes, el hebreo de la sinagoga, el turco del imperio Otomano y el francés y el alemán que se enseñaban en el colegio al que asistía</strong>. Y todos con una soltura envidiable; en cualquiera de ellos podía pasar como nativo. Su padre era un adinerado comerciante judío de origen sirio que tenía negocios textiles y de importación y exportación con Alemania. Desde muy niño, Isaac sentía fascinación por ese país, presentía que en Berlín estaba su destino.</p>

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 Jorge Díaz (Carmen Mola) presenta al fascinante personaje histórico que protagoniza su nueva novela, ‘El espía’.  

Seguro que ninguno de sus vecinos habría adivinado cómo iba a ser la vida de Isaac Ezratty cuando era un niño judío en su Salónica natal, en el cambio del siglo XIX al XX. Un chico bajito, bien vestido, estudioso, con una facilidad sorprendente para los idiomas. Antes de llegar a la adolescencia ya hablaba el griego propio de la región, el ladino de los judíos sefardíes, el hebreo de la sinagoga, el turco del imperio Otomano y el francés y el alemán que se enseñaban en el colegio al que asistía. Y todos con una soltura envidiable; en cualquiera de ellos podía pasar como nativo. Su padre era un adinerado comerciante judío de origen sirio que tenía negocios textiles y de importación y exportación con Alemania. Desde muy niño, Isaac sentía fascinación por ese país, presentía que en Berlín estaba su destino.

Tras dejar el colegio más prestigioso de Salónica a los 16 años, entró a trabajar en la empresa familiar, pero por sólo unos meses; su hermano mayor, Salomón, ya estaba en el negocio e Isaac entendía que no había sitio para los dos. Además, pronto se le quedaría pequeño aquello. Aprovechó entonces la oportunidad que le ofreció un amigo de su padre, Samuel Yeni. En su empresa fue donde de verdad aprendió todo lo que había que saber sobre el comercio internacional y, además, viajó a Alemania —su gran pasión—, a Inglaterra y a España, cuyos idiomas también dominaría con rapidez. España se convertiría pronto en un país fundamental en su vida.

Pese a su juventud, Ezratty demostraba sagacidad para los negocios y una habilidad mucho más íntima: era un gran seductor. Su poco más de metro y medio de estatura no era obstáculo para que muchas mujeres cayeran rendidas a sus encantos. Se hizo asiduo de los teatros berlineses, de los cabarés y de las salas de fiestas en las que siempre hacía que se descorcharan botellas del mejor champán francés. De Francia le gustaba todo menos los franceses…

Tampoco duraría mucho tiempo con Samuel Yeni. En uno de sus viajes a Alemania contactó con Schulz & Co., otra compañía de comercio internacional, y se quedó con ellos. Por fin había logrado su sueño de vivir en Berlín, conseguir la nacionalidad alemana, olvidar su origen judío y viajar por toda Europa. Sólo tenía 21 años y era un triunfador, se vestía en los mejores sastres del continente, llegaba a los estrenos del brazo de las más bellas actrices y ganaba fama —y dinero— como avezado hombre de negocios. Pero un acontecimiento se cruzó en sus planes, la Gran Guerra. Un alemán convencido como él —aunque lo fuera de adopción— no podía darle la espalda a su nuevo país, así que se enroló como voluntario en el ejército.

Su facilidad para los idiomas, su elegancia, sus contactos en toda Europa y su excelente capacidad para relacionarse no pasaron desapercibidas y sus superiores pensaron que sería un desperdicio que muriera en una trinchera cualquiera, así que le dieron un puesto en el Abteilung Illb, la Inteligencia alemana. Le proporcionaron unos documentos falsos a nombre del barón Ino von Rolland, un título comprado al Vaticano que se convertiría en su nueva identidad para siempre. Isaac Ezratty había desaparecido, como lo habían hecho su familia de Salónica y su religión. Era un hombre nuevo, un alemán de pleno derecho que soñaba con ganar una Cruz de Hierro y ser reconocido como uno más entre los suyos.

Primero lo testaron en pequeñas misiones en Suiza y Estambul. Por fin llegó a nuestro país. Aquí su vida cambió una vez más, conoció al barón Von Krohn, jefe de los espías alemanes en España, y a Wilhelm Canaris, que estaba en Madrid con un pasaporte chileno falso a nombre de Reed Roses y trataba de organizar el suministro de armas, alimentos y combustible para los submarinos alemanes que patrullaban el Mediterráneo. Von Rolland —su nuevo nombre— y Canaris —que llegaría a ser el jefe máximo de la Inteligencia Alemana durante el nazismo— se hicieron amigos íntimos y para siempre, pese a los acontecimientos y vaivenes del siglo XX.

Canaris y Krohn enviaron a Rolland a Barcelona con varias misiones: espiar para Alemania, boicotear los envíos de cualquier mercancía hacia los países aliados —especialmente las armas— y poner en marcha una base para los submarinos que inicialmente estuvo en Tortosa y, más tarde, en un emplazamiento que lograron mantener en secreto para los espías ingleses y franceses. Se había convertido en un hombre muy poderoso, gozaba de la confianza de sus jefes y sus fondos eran casi ilimitados.

En apenas unas semanas se hizo un gran conocedor de la ciudad, de las calles cercanas al puerto en las que se movían los espías, los contrabandistas, las prostitutas, los desertores… Creó una red de unas 200 personas que le informaban de todo lo que sucedía: qué mercancías salían del puerto, que fábricas trabajaban para los aliados, qué tramaban los espías ingleses y franceses en la ciudad, qué políticos tenían contactos con los enemigos de Alemania… Se empezaba a convertir en uno de los personajes más importantes del Distrito V, Las Atarazanas. El problema era que allí ya había alguien que lo controlaba todo: el comisario Brabo Portillo.

Jorge Díaz
El escritor Jorge Díaz.Javier Ocaña

Fiel a su costumbre de aprovechar las oportunidades, Von Rolland contactó con Brabo Portillo y los dos se hicieron amigos íntimos. El alemán ponía el dinero y la información que le daba su red de confidentes y el español los hombres, las armas y la fuerza para conseguir sus propósitos. Juntos manejaron con puño de hierro la Barcelona que se había convertido en el mayor centro de conspiraciones y espionaje de Europa. Había ingleses, franceses, italianos, rusos… Todos se espiaban unos a otros y trataban de perjudicar a sus enemigos. En las trincheras se enfrentaban con tanques y granadas, en las calles de Barcelona con información y entre copas de champán.

La información había que usarla, a veces de manera contundente: en el caso de Josep Albert Barret, uno de los más famosos de la época, se enteraron de que su fábrica metalúrgica había cambiado de actividad. Barret había conseguido un contrato para fabricar espoletas de granadas por encargo del ejército francés. No podían permitir que llegasen a ese país y fueran usadas contra los alemanes. Primero boicotearon la fabricación de las espoletas, mediante sobornos iniciaron una campaña contra el empresario en la prensa y después financiaron una huelga en la fábrica. Brabo Portillo tuvo una idea mejor. Si lo asesinaban se acabaría el problema y además darían un aviso a los demás industriales: trabajar para los aliados podía no salirles tan rentable como esperaban. Los dos organizaron el atentado contra Barret, que inspiró el libro de Eduardo Mendoza La verdad sobre el caso Savolta.

También hubo casos en los que no lograron impedir la salida de España de las armas destinadas a los aliados. Decidieron entonces hundir los barcos que las llevaban con la ayuda de los submarinos alemanes. Más de 70 barcos mercantes con bandera española fueron hundidos en la guerra pese a la neutralidad de nuestro país, muchos de ellos señalados por el barón Von Rolland. Uno de esos barcos, el Joaquín Mumbrú, destruido por los alemanes en las inmediaciones de la isla de Madeira, supuso la caída en desgracia de Brabo Portillo, al que expulsaron de la policía después de que apareciera una nota manuscrita en la que daba instrucciones para el ataque.

La situación en Barcelona, sin la ayuda del antiguo comisario, era más difícil. La guerra se torció, los americanos intervinieron a favor de los Aliados y Alemania resistirió poco tiempo más. Tras el armisticio, Von Rolland huyó a Francia. Allí fue detenido, pero en el caos de la posguerra nadie se percató de su importancia y fue puesto en libertad. Se le permitió regresar a Alemania. Había que reconstruir el país y el barón —ya nunca abandonaría el título— estaba dispuesto a cualquier sacrificio por la patria.

Poco se sabe de la actividad de Von Rolland en los siguientes años. Mantuvo su nueva identidad, viajó a España con asiduidad, montó su propia empresa y se hizo rico. Había abandonado el ejército, pero mantuvo siempre su amistad con Canaris, que llegaría a almirante.

En la Guerra Civil Española, Wilhelm Canaris, amigo de Francisco Franco desde la época de la dictadura de Primo de Rivera, se convirtió en enlace entre Hitler y el general español. La persona que conocía que más habilidad tenía para relacionarse con unos y otros era su amigo Von Rolland, así que en varias ocasiones le pidió que viajase a España y prestase sus servicios a los sublevados. El Barón solía usar como tapadera las grandes empresas alemanas, de las que muchas veces se convirtió en falso representante en Madrid, Barcelona o Sevilla. Eso le permitió conocer a los grandes nombres del franquismo, ¿quién sabe si fueron los mismos que le ayudaron más tarde?

Von Rolland había abandonado cualquier contacto con el judaísmo desde su llegada a Alemania en su juventud. Se tenía a sí mismo por un alemán más, pero eso no era suficiente para los nazis que habían llegado al poder. Él, más alemán que nadie, sería visto como un apestado si se descubría su origen. Su amigo Canaris, muy bien situado pese a no ser nazi —tampoco antisemita— y nombrado jefe máximo de la Abwehr, la organización de Inteligencia del ejército del Tercer Reich, vino en su ayuda: si trabajaba para la nueva Alemania evitaría problemas. Se convirtió así en un traidor a los suyos, una especie de judío nazi.

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