Dejad a los niños solos en sus cuartos

<p>El miedo es como un virus. Basta inocular un miedo para ver cómo una sociedad entera se descontrola y trata de conseguir el antídoto. Una <i>fake news</i>, una alerta mundial o una serie muy bien hecha. <strong>Pónsela a tu madre, espera cuatro horas y ya verás</strong>. Lo pensaba el otro día, al acabar de ver <i>Adolescencia</i>, la serie sobre Jamie, el adolescente que se carga a una compañera de clase y le echa la culpa a la <i>machosfera</i>. En menos de un mes se ha reproducido 114,5 millones de veces. <strong>Calcula las casas. Multiplica por miembros de una familia. Y tiembla.</strong></p>

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 Yo no sé si da más miedo que un adolescente se crea un videojuego y se convierta en asesino o que millones de padres se crean una ficción y empiecen a asesinar la inocencia de sus hijos  

El miedo es como un virus. Basta inocular un miedo para ver cómo una sociedad entera se descontrola y trata de conseguir el antídoto. Una fake news, una alerta mundial o una serie muy bien hecha. Pónsela a tu madre, espera cuatro horas y ya verás. Lo pensaba el otro día, al acabar de ver Adolescencia, la serie sobre Jamie, el adolescente que se carga a una compañera de clase y le echa la culpa a la machosfera. En menos de un mes se ha reproducido 114,5 millones de veces. Calcula las casas. Multiplica por miembros de una familia. Y tiembla.

Ahora millones de padres estarán preguntándose en sus casas si su hijo será un asesino. Lo mirarán de reojo partir el filete en la cena. Le preguntarán cosas sobre emoticonos y redes sociales. «¿Y qué tal te llevas con las chicas de clase?». A lo que el hijo, ajeno a cualquier teoría cospiranoica paternal, contestará: «Bien, ¿qué quieres?». Reconozco que lo de pensar que tienes un posible asesino en casa le da morbo a la vida, pero es bastante improbable que eso suceda, por mucho que una serie te haya hecho creer lo contrario.

Dominique Moïsi, en su ensayo Geopolítica de las series o el triunfo global del miedo analiza cómo la emoción de las potencias de Occidente domina las series que consumimos. La emoción de Occidente es el miedo. Desde 2001. Y, añado yo, desde la pandemia y las sucesivas guerras, los y las espectadoras occidentales estamos acojonadas. Ya no hay ni kit de supervivencia ni papel higiénico que valga. En un mundo donde la atención se ha convertido en uno de los principales motores económicos, quien controle nuestro miedo también nos controlará a nosotros. Por eso no es raro que arrasen series que generen alarma social.

Es maravilloso que las ficciones exploren los miedos del mundo. El problema con Adolescencia es que su formato de hiperrealidad y, sobre todo, el empeño de los productores en intentar hacernos creer que la movida que tienen en su cabeza es real hacen imposible una lectura sana y disociativa que sí tienen otras series como Black Mirror u Occupied. Adolescencia nació de la pesadilla de un padre y es así como debería verse.

Hace unos días me saltó el nuevo control parental para adolescentes en Instagram. Los psicólogos ya están dando pautas frente a cualquier comportamiento inusual y el primer ministro británico va a emitir Adolescencia en todos los colegios. Yo no sé si da más miedo que un adolescente se crea un videojuego y se convierta en asesino o que millones de padres se crean una ficción y empiecen a asesinar la inocencia de sus hijos.

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