“Suscitaron la codicia de anticuarios de todo el país cuando se pusieron a la venta a principios del siglo XX”. El historiador del arte e investigador sevillano Gerardo García León relata así el valor de dos óleos sobre tabla de principios del siglo XVI, grandes exponentes del Gótico tardío andaluz que representan a San Jerónimo y San Miguel, que se daban por perdidos tras su salida de la iglesia de Santa Bárbara de Écija, en plena campiña sevillana, en 1919, cuando el párroco las puso a la venta para sufragar la reparación de la torre del templo, a la que le había caído un rayo años antes y cuyos gastos ya no podía asumir su maltrecha economía. Marchantes de todo el país, incluso del resto de Europa, viajaron hasta Écija para conocer estas dos tablas, que se convirtieron en objeto de deseo “en uno de los momentos más álgidos y lacerantes del proceso de expolio y dispersión sufrido por el patrimonio español a comienzos del siglo XX”, insiste el historiador del arte que, tras un intenso y minucioso trabajo de investigación, que alcanza un grado detectivesco, ha localizado estas dos tablas en la Hispanic Society de Nueva York, donde acaban de ser restauradas.
La labor detectivesca de dos historiadores localiza en la Hispanic Society de la ciudad estadounidense dos tablas del siglo XVI que se daban por perdidas de la iglesia de Santa Bárbara de la localidad sevillana
“Suscitaron la codicia de anticuarios de todo el país cuando se pusieron a la venta a principios del siglo XX”. El historiador del arte e investigador sevillano Gerardo García León relata así el valor de dos óleos sobre tabla de principios del siglo XVI, grandes exponentes del Gótico tardío andaluz que representan a San Jerónimo y San Miguel, que se daban por perdidos tras su salida de la iglesia de Santa Bárbara de Écija, en plena campiña sevillana, en 1919, cuando el párroco las puso a la venta para sufragar la reparación de la torre del templo, a la que le había caído un rayo años antes y cuyos gastos ya no podía asumir su maltrecha economía. Marchantes de todo el país, incluso del resto de Europa, viajaron hasta Écija para conocer estas dos tablas, que se convirtieron en objeto de deseo “en uno de los momentos más álgidos y lacerantes del proceso de expolio y dispersión sufrido por el patrimonio español a comienzos del siglo XX”, insiste el historiador del arte que, tras un intenso y minucioso trabajo de investigación, que alcanza un grado detectivesco, ha localizado estas dos tablas en la Hispanic Society de Nueva York, donde acaban de ser restauradas.
El estudio que concluye con este resultado, publicado en la revista científica UcoArte y firmado por García León junto a Fernando Gutiérrez Baños (Universidad de Valladolid), muestra los testimonios de los comerciantes de arte que se cartearon con el párroco de Écija, una vez que la noticia de la venta de las piezas ya había corrido como la pólvora y estaba creando expectativas en el mercado del arte nacional. “En la correspondencia que hemos encontrado se evidencia que los astutos anticuarios viajaron hasta Écija, algunos con dinero en mano, para conocer las obras en persona, o bien recibieron fotografías de las mismas”. En un primer momento, estimaron el valor económico de cada tabla entre 1.500 y 2.000 pesetas (más adelante incrementarían sus ofertas hasta alcanzar las 5.000) aunque, para su venta, aconsejaban esperar a la finalización de la entonces llamada guerra europea (la Primera Guerra Mundial), “a fin de que se reactivara el mercado artístico internacional”, explica García León, también natural del municipio sevillano de Écija.
Los estudiosos sostienen que, finalmente, fue un marchante italiano, Leone Levi, quien adquirió las tablas por 5.600 pesetas tras escribir la siguiente misiva a las autoridades eclesiásticas (en concreto, al hermano del prelado sevillano para que pudiera interceder): “Yo soy algo como las moscas, es decir, molesto, pero confío que usted, don Eugenio, se hará cargo de mi uficio y me perdonará la lata que siempre le estoy dando. Me interesa sumamente de saber si usted, don Eugenio, está conforme con mi oferta que le he hecho personalmente por los cuadros de Écija que, como usted sabe, son cien duros más de la oferta que a tenido el señor párroco. […] Le ruego encarecidamente que se sirva contestarme si le es posible, mañana misma en Madrid, Hotel Rhin, porque antes de ir a Barcelona, si estará usted conforme, tomaré el tren directo para Sevilla”. Una carta que resume a la perfección la enorme expectación y la encarnizada puja que había creado la salida a la venta de estas piezas en el mercado del arte nacional.
“Durante este proceso, fueron constantes el desvelo y la preocupación del párroco por conseguir un buen precio en la venta de las piezas, también su temor a malbaratarlas por desconocimiento”, relata a EL PAÍS el autor de las pesquisas.

A partir de este momento, el rastro de las tablas góticas de la iglesia de Santa Bárbara de Écija se difumina en la impenetrable neblina del mercado de arte hasta que, menos de dos años después, los autores del estudio constatan que son vendidas en Nueva York por la firma Ehrich Galleries. “Todo lo que sabemos sobre ellas entre 1919 y 1921 es que, en algún momento de ese breve periodo de tiempo, fueron fotografiadas por la firma de Mariano Moreno en Madrid, en la colección, entiéndase negocio, de Ricardo y Apolinar Sánchez, uno de los anticuarios más activos en la ciudad en la primera mitad del siglo XX. Su negocio, en la calle Santa Catalina, muy cerca de las Cortes, nutrió a los más importantes museos de nuestro país, así como a coleccionistas españoles o afincados en España”, relatan en su estudio los historiadores.
En aquellos años, la fotografía era una herramienta fundamental para la comercialización de las obras de arte, especialmente si se querían hacer llegar a un mercado distante como el internacional, y, en este contexto, la de Mariano Moreno era la firma de referencia en el ámbito madrileño. “Por fortuna, su archivo fotográfico, que un día sirvió para la dispersión del patrimonio artístico español, se ha convertido, a partir de su adquisición por parte del estado en 1955 y especialmente a partir de su gestión por parte del Instituto del Patrimonio Cultural de España, en una herramienta clave para el estudio de ese fenómeno”.
Y ahí se pierde la pista de las codiciadas tablas góticas hasta que han podido ser localizadas por estos dos investigadores en Nueva York, tras descubrir que Leone Levi fue en su época el principal marchante que suministraba obras de arte a los magnates y museos de la floreciente Manhattan. Es así como llegan hasta una de las figuras más conocidas del coleccionismo de arte español de aquellos años: Archer M. Huntington. “Las compró en 1921, posiblemente en agosto, con destino a su gran proyecto personal: la Hispanic Society of America de Nueva York. Ese mismo año, ingresaron en sus fondos y allí se conservan en la actualidad con el número de inventario A16”, aclara el estudio.
Es el final feliz de recuperación de la identidad de dos piezas de altísimo valor para la historia del patrimonio artístico español, “que habían sido desposeídas de su identidad cuando entraron en el mercado del arte” y de las que Gerardo García León empezó a tener conocimiento al encontrar unas viejas fotografías en el registro parroquial de su pueblo natal. “Se me quedaron en la memoria y empecé a atar cabos el día que encontré la carta de Leone Levi en el archivo del Arzobispado de Sevilla”, apunta.

La restitución de la identidad de las tablas, que ha sido posible también gracias a la buena acogida del estudio por parte de la Hispanic Society de Nueva York, a través de la estrecha colaboración con el conservador de la entidad neoyorkina Patrick Lenaghan, “brinda una ocasión extraordinaria para reflexionar sobre la singularidad y sobre la calidad de la pintura producida en Andalucía a caballo entre el Medievo y el Renacimiento con obras de primerísimo nivel, como estas que quizás aún no son suficientemente conocidas por el gran público”, concluye García León.
EL PAÍS
