<p>Mientras preparaba su Trabajo de Fin de Grado (TFG), Laura dejó de salir. No fue por falta de tiempo, ni siquiera para obligarse a mantener la concentración. Dejó de salir porque le ponía enferma lo que escuchaba en los bares, no entendía cómo nadie se daba cuenta de que aquello no podía ser, que estaba mal. Al principio, regañaba a sus amigas: <strong>¿qué hacían bailando alegremente algo así?</strong> Después, directamente optó por irse a casa cuando la frustración resultaba demasiado abrumadora. Y finalmente, cedió: «Tenía que parar de darle vueltas, decidí dejarme llevar como hacían los demás porque me iba a acabar amargando. Es que estaba en todas partes».</p>
Un estudio revela que la mayoría de las canciones más populares en España desde los 60 contienen sesgos sexistas, y la tendencia se dispara en la última década. Así impacta el machismo en los oídos más jóvenes: «Creemos que toda la música vale y no debería ser así. Debería haber más conciencia»
Mientras preparaba su Trabajo de Fin de Grado (TFG), Laura dejó de salir. No fue por falta de tiempo, ni siquiera para obligarse a mantener la concentración. Dejó de salir porque le ponía enferma lo que escuchaba en los bares, no entendía cómo nadie se daba cuenta de que aquello no podía ser, que estaba mal. Al principio, regañaba a sus amigas: ¿qué hacían bailando alegremente algo así? Después, directamente optó por irse a casa cuando la frustración resultaba demasiado abrumadora. Y finalmente, cedió: «Tenía que parar de darle vueltas, decidí dejarme llevar como hacían los demás porque me iba a acabar amargando. Es que estaba en todas partes».
Durante la elaboración de su TFG Laura pasó cientos de horas analizando letras de canciones, en busca de mensajes machistas. Y vaya si los encontró. «Escuchaba Carolina, de M-Clan o La raja de tu falda, de Estopa, y no entendía cómo antes no veía las burradas que decían».
Aclaremos, antes de continuar, que Laura Casanovas-Buliart estudió Ingeniería Matemática en Ciencia de Datos en la Universidad Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona. Su tesis, hoy un paper viral, consistió en diseñar una inteligencia artificial (IA) capaz de reconocer el sexismo en la música y ponerla a trabajar con una base de datos de más de 2.000 canciones, las más escuchadas en España entre 1960 y 2022, a ver qué encontraba. El resultado le sorprendió: el 51% de las letras analizadas denigraban a la mujer, y desde 2015 ese porcentaje se disparaba al 77%. «Comprobamos los datos varias veces porque nos sorprendía mucho ese pico. ¿Seguro que estaba bien?», recuerda.
Lo estaba, y las causas emergerían al analizar el qué y el cómo.
Para entender cómo una ingeniera terminó denunciando el machismo en la música comercial hay que tener en cuenta un factor decisivo: su madre. Laura siempre concibió la ciencia de datos como una disciplina infrautilizada a nivel social, una tecnología que podía tener un impacto positivo en las vidas de la gente. Hace un par de años, cuando buscaba enfoque para su TFG, empezaba el bum del language processing, que básicamente consistía en enseñar a la IA a leer textos y a analizarlos para poder gestionar grandes bases de datos. Y allí estaba la ingeniera enfrascada en textos legales tratando de encontrar una temática que no fuera demasiado aburrida para entrenar a su máquina cuando su madre soltó, como sueltan las madres las cosas trascendentes mientras hacen cualquier otra cosa: «Toda esa música que escucháis es una mierda, ¿por qué no miras ahí?».
Dicho y hecho.
El primer paso era elegir el contenido a estudiar: serían las canciones más escuchadas en España entre 1960 y 2022. 62 años, nada menos. El inicio no lo escogió Laura al azar: en 1966 se emitió el primer programa de Los 40 Principales, y eso le facilitaba una base de popularidad sobre la que trabajar. Los seis años anteriores elegiría los ‘singles’ más vendidos, y a partir de 2010, sería Spotify quien les proveería de una lista fiable de temas populares. En total, eligió un listado final de 2.840 canciones y descargó las letras de cada una.
Tocaba entrenar a la máquina, y ahí empezó la pesadilla de la ingeniera.
«Escuchas ahora canciones de M-Clan o Estopa y no entiendes cómo antes no veías las burradas que decían»
Laura Casanovas-Buliart, ingeniera de datos y autora del estudio sobre sexismo
Para facilitar la labor, dividió las letras de las canciones en párrafos e hizo una selección variadita: «Tenía que haber un poco de todo, en géneros y en vocabulario». La recopilación representaba un 20% de los párrafos totales, listos para el paso siguiente: etiquetar el texto como sexista o no. «Pasé mucho, mucho tiempo, mínimo un par de meses, leyendo y decidiendo en qué montón ponía cada fragmento. La norma era que mi abuela tenía que poder etiquetarlo como sexista. Si había dudas, era un no, pero si un párrafo era sexista toda la canción recibía esa etiqueta. El objetivo era enseñar a la IA a distinguir vocabulario machista; si ni tú mismo estás convencido sólo confundirás a la máquina», explica.
«Fue bastante frustrante personalmente sumergirme en toda esa misoginia».
Y Laura dejó de ir a bares y discotecas. Era más fuerte que ella.
Para interpretar los resultados que la máquina, ya aleccionada, arrojó tras digerir las decenas de miles de páginas de texto, la ingeniera recurrió a Priscila Álvarez-Cueva, investigadora especializada en aplicar la mirada de género a la cultura pop. Acababa de publicar su tesis doctoral, en la que investigaba cómo la música influye en el imaginario colectivo en relación con la sexualidad, el bienestar y la racialización, así que llegaba con la mirada bien entrenada. «La música tiene efectos muy importantes a nivel emocional, mira cómo nos sirvió de nexo de unión para superar el confinamiento durante la crisis del Covid», explica Álvarez-Cueva. «Se ha comprobado que es un buen recurso para la educación y el aprendizaje».
Las conclusiones a las que llegaron no le resultaron sorprendentes. «Tristemente, me lo esperaba», asegura. «Lo que sí me llamó la atención fue que el patrón se viene repitiendo desde hace mucho tiempo: el rock también tiene matices sexistas». Para ella, la música es «un campo de batalla cultural» y, a la vez, «un espejo de la sociedad». ¿Qué dice de nosotros que el machismo se dispare en las letras de las canciones a partir de 2015? La respuesta más evidente está en el cambio de tendencia en la música más escuchada. Tras un vistazo al listado de temas recogido por las investigadoras de la UPF, queda claro que en la última década ha habido un sorpaso evidente: los ritmos latinos se han impuesto al pop, con mensajes muy vinculados a la sexualización de la mujer. No extraña que se dispare la frecuencia de términos como loco, cuerpo, piel, mojada, culo o duro, trending topic en cualquier éxito de reguetón. «Antes había un tabú con el tema del sexo, ahora todo es súper explícito», confirma Casanovas-Buliart.
«El contenido sexual está tan presente que llegamos a un punto de saturación y lo que escuchamos deja de asustarnos»
Priscila Álvarez-Cueva, investigadora especializada en cultura y género
Sin embargo, bajo la evidencia subyace una causa que tiene menos que ver con el qué y más con el cómo: el conocido como efecto burbuja. «Las plataformas como Spotify suponen una democratización en el acceso a la producción musical: nadie filtra lo que escuchamos como hacían los DJ en la radio, ahora lo que se nos ofrece tiene que ver con el algoritmo de recomendación. Terminamos escuchando siempre el mismo tipo de canciones, de forma que el contenido sexual permea la producción musical y llegamos a un punto de saturación: lo vemos normal, no nos asusta, no nos lo cuestionamos», esclarece, por su parte, Álvarez-Cueva, que apunta a las consecuencias de esa normalización en las mentes más vulnerables: «No se puede culpar a la música de todos los males de la adolescencia, pero matizando el contexto educativo y familiar podríamos encontrar elementos que permiten que su imaginario se construya y solidifique».
Coincide en su análisis Carlos Martín, guardia civil, trabajador social y mediador especializado en áreas de violencia de género y violencia doméstica. Durante más de tres lustros, ha combinado la intervención directa con las víctimas con proyectos de prevención y formación en más de 500 centros docentes de la Comunidad de Madrid. La mente adolescente es su campo de batalla, y la lucha contra el sexismo, su principal guerra. «La normalización de los celos, la posesión, el control, el acoso, todas esas lacras que ellos repiten pero no detectan de entrada porque sus mentes todavía no están preparadas son muy preocupantes para los profesionales. Lo trabajamos todo lo que podemos», asegura.
Sus talleres en el aula consisten, precisamente, en poner a los alumnos ante un espejo y hacerles ver la peligrosa realidad que esconden ciertos mensajes y conductas. «Recurrimos a ejemplos reales de víctimas adolescentes o preadolescentes para que vean que no nos inventamos nada, que muchas veces la realidad supera a la ficción. Reproducimos diálogos y chats reales entre jóvenes y también les ponemos canciones, series o películas y planteamos el debate: ¿es la sociedad en la que vivimos cada vez más violenta? ¿Cómo influye esa violencia en su manera de comunicarse o de percibir las relaciones con los demás?», relata. «Se asustan cuando les pides que analicen una letra que dice ‘pégame duro‘ o ‘sólo puedo ser tuya‘. No se paran a pensar en lo que cantan, son demasiado jóvenes para comprenderlo en una primera escucha». Y recuerda su propia experiencia, cómo repetía eslóganes contra la policía y hoy se pregunta cómo podía cantar eso.
«Hay una normalización de los celos y del acoso que ellos repiten pero no saben detectar, su mente no está preparada»
Carlos Martín, guardia civil especializado en violencia de género
«Creemos que toda la música vale y no debería ser así, debería haber un filtro y un poco más de conciencia», afirma, tajante, Martín, y centra el tiro en el hogar antes que en el centro educativo. «Los padres deberían filtrar lo que escuchan los menores, mi hija de cuatro años canta Potra salvaje sin saber ni lo que significa», dice. «La educación empieza en casa».
¿Se aprecia también en las aulas ese cambio de tendencia que dispara el machismo en las letras de las canciones en los últimos 10 años? El guardia civil asiente, no duda ni un segundo: «Cuando empecé no había ningún problema en hablar de machismo y misoginia en clase, pero hace unos años los chicos empezaron a dar un paso atrás. La igualdad ha vuelto a ser un tema tabú: hablan menos y lo hacen con más miedo. Las chicas han dejado de identificarse con esa lucha por sus derechos y alaban actitudes de control o de celos». Para él, el salto tecnológico ha sido clave. La vida de los jóvenes se convierte en una montaña rusa emocional de gran intensidad y se disparan los casos de violencia de género digital y ciberacoso. «Tiene que haber algún factor que haga cambiar esa percepción», asume Martín.
«La música no es sólo entretenimiento, es un canal de comunicación que impacta directamente sobre la visión y percepción que tenemos de la sociedad y de quienes la componen», considera Lara Alcázar, jefa de campañas en Iberoamérica para la discográfica [PIAS] y vocal de la asociación MIM de mujeres en la industria discográfica. «Cuando un mensaje se repite constantemente se termina interiorizando en el imaginario colectivo. Nos guste más o menos, los y las artistas reconocidos actúan como referentes, y pueden utilizar esa influencia para bien o para mal». Quien fuera fundadora de Femen España tiene claro que el cambio empieza por abrir la mirada de la industria, principal objetivo de MIM, que denuncia que los hombres siguen copando el 70% del sector: «Si la mayoría de compositores, productores y artistas son hombres, las letras de las canciones reflejan su visión del mundo desde su privilegio, perpetuando estereotipos de género y normalizando discursos machistas y visiones sesgadas».
«Nos guste o no, los artistas más conocidos actúan como referentes, y pueden usar esa influencia para bien o para mal»
Lara Alcázar, vocal de la asociación MIM de mujeres en la industria musical
Sin embargo, mientras el entorno avanza hacia una igualdad que facilite que otras voces sean dueñas del mensaje, en los últimos años se han sucedido las polémicas por la cancelación de conciertos auspiciados por ayuntamientos al considerar que ciertos artistas promueven estereotipos sexistas. El más sonado fue el veto a la actuación de C. Tangana en la Semana Grande de Bilbao por sus letras «machistas» y «degradantes» en 2019. A aquella prohibición respondió el rapero con una actuación gratuita y un alegato: «Censurar y prohibir no es la forma de educar».
¿Es la cancelación la respuesta correcta? «Nosotras devolvemos la pregunta: ¿hablamos de veto, o de imponer límites ante discursos que son de odio?«, contestan desde MIM. «La industria debe asumir que cambiar la estructura que favorece este tipo de contenidos pasa por programar de manera igualitaria, consciente y, sobre todo, dando pasos hacia delante y no hacia atrás», denuncia Alcázar, que recuerda que los objetivos de su asociación son lamentablemente hoy los mismos que cuando se creó, hace una década. «Existen leyes y herramientas suficientes y profesionales con la formación y experiencia necesarias para programar de acuerdo a los tiempos que queremos vivir».
Música