Biel Rossell, actor: “Fui niño en una crisis económica y adolescente en una pandemia. Crecí con la certeza de que no hay futuro”

En la hora escasa que pasamos charlando con Biel Rossell (Igualada, 21 años) en la cafetería del Institut del Teatre de Barcelona, se acercan a saludarlo una productora y dos compañeras de reparto. El actor está en su salsa. Cuenta que ha encontrado a su tribu, la de “la farándula”, el ecosistema humano en el que se siente cómodo, y ya ni siquiera se imagina dedicándose a ninguna otra cosa. Pese a todo, no parece del todo dispuesto a pagar “peajes”. Le incomoda que empiecen a reconocerlo. Se resiste a perder el anonimato, el privilegio de pasear, “observando sin ser observado”, como ha hecho siempre y como considera que deben hacer los actores si aspiran a entender el mundo para poder interpretarlo.

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 En la hora escasa que pasamos charlando con Biel Rossell (Igualada, 21 años) en la cafetería del Institut del Teatre de Barcelona, se acercan a saludarlo una productora y dos compañeras de reparto. El actor está en su salsa. Cuenta que ha encontrado a su tribu, la de “la farándula”, el ecosistema humano en el que se siente cómodo, y ya ni siquiera se imagina dedicándose a ninguna otra cosa. Pese a todo, no parece del todo dispuesto a pagar “peajes”. Le incomoda que empiecen a reconocerlo. Se resiste a perder el anonimato, el privilegio de pasear, “observando sin ser observado”, como ha hecho siempre y como considera que deben hacer los actores si aspiran a entender el mundo para poder interpretarlo. Seguir leyendo  

En la hora escasa que pasamos charlando con Biel Rossell (Igualada, 21 años) en la cafetería del Institut del Teatre de Barcelona, se acercan a saludarlo una productora y dos compañeras de reparto. El actor está en su salsa. Cuenta que ha encontrado a su tribu, la de “la farándula”, el ecosistema humano en el que se siente cómodo, y ya ni siquiera se imagina dedicándose a ninguna otra cosa. Pese a todo, no parece del todo dispuesto a pagar “peajes”. Le incomoda que empiecen a reconocerlo. Se resiste a perder el anonimato, el privilegio de pasear, “observando sin ser observado”, como ha hecho siempre y como considera que deben hacer los actores si aspiran a entender el mundo para poder interpretarlo.

No siempre quiso serlo, se hubiese conformado con convertirse en “carpintero, tramoyista o cualquier otra profesión relacionada con el teatro”. Quería “arrimar el hombro”, formar parte de aquel mundo que le fascinaba desde que empezó a participar en representaciones navideñas a los cinco años, pero sin exponerse mucho, “un poco al margen”. Pronto descubrió que la vida tenía otros planes para él.

Con 13 años se presentó “por simple curiosidad y sin ninguna expectativa” al casting de una película de Laura Jou, La vida sin Sara Amat (2019), y resultó que Jou buscaba a un adolescente como él, un actor intuitivo y entusiasta. Le dieron el papel principal y, de postre, Jou le dio también un consejo impagable: “Se sentó conmigo y con Maria Morera, la otra protagonista, y nos dijo: ‘Chicos, enhorabuena, habéis hecho vuestra primera película. Pero no penséis que ya sois actores, porque eso es otra cosa. Exige paciencia, esfuerzo y disciplina y a lo mejor ni siquiera os apetece intentarlo. Pensadlo”.

“Soy bastante pesimista en términos globales, pero me gusta mi vida y estoy decidido a sacarle el máximo partido posible”

Seis años después, tras hacer mucho teatro y participar en producciones televisivas de impacto como La mesías, Biel protagoniza la serie de Prime Video Zoomers. En la comedia juvenil que dirige Óscar Pedraza (Patria), se pone en la piel de Javier, un chaval que se instala en un colegio mayor de Salamanca para iniciar sus estudios universitarios. Zoomers tiene un algo de manifiesto generacional, “la respuesta terrícola”, según bromea Rossell, “a productos tan marcianos como Euphoria y Élite”.

La serie presenta a los Zeta, la presunta generación de cristal, como los encargados de reconstruir desde los cimientos un mundo hecho añicos: “Mi personaje, Javier, es un viejoven de manual, alguien que cree estar de vuelta de todo cuando en realidad no ha ido aún a ninguna parte. Es un pesimista, tiene opiniones extravagantes sobre casi cualquier tema, se ha cubierto con una coraza de frivolidad y cinismo cuando en realidad es muy frágil”.

En su opinión, la serie asume un discurso generacional y, a la vez, se desmarca de él con sentido común y contundencia festiva: “En el fondo, lo que se plantea es que, por mucho que cambien las circunstancias y los detalles, cada generación se asoma como puede a los intereses, traumas e inquietudes de siempre: el amor, la amistad, las inseguridades, la vulnerabilidad emocional, la precariedad laboral, las drogas, las depresiones, o el suicidio. Comparto con Javier un cierto escepticismo, una especie de miedo a dejarme llevar por el entusiasmo y que la vida me acabe decepcionando”. También la experiencia seminal de “haber sido niño durante una crisis económica y adolescente durante una pandemia, y haber crecido con la certeza de que no hay futuro, porque las generaciones anteriores han roto el planeta y esto ya no tiene mucho arreglo”.

Eso sí, no se resigna a que la falta de futuro le robe el presente: “Soy bastante pesimista en términos globales, pero me gusta mi vida y estoy decidido a sacarle el máximo partido posible”. Siempre lo ha hecho. Cree en las virtudes del “hazlo tú mismo”: “Es cierto que empecé la casa por el tejado. Pero ya me he encontrado en alguna de esas encrucijadas de la profesión en que acabas un proyecto y te preguntas: ‘¿Ahora qué?”. De una supo salir trabajando, con su hermano Martí, en una adaptación teatral de la novela de Mercè Rodoreda Quanta, quanta guerra… Él escribió el libreto, pese a que solo tenía 18 años y ninguna experiencia previa. “Hay que hacer cosas”, concluye Rossell, “a veces serás tú el motor y otras una simple pieza. Pero si algo he aprendido es que ni puedo ni quiero quedarme quieto”.

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