Arte para salvar el mundo: la Bienal de São Paulo apuesta por un nuevo humanismo frente a la deriva global

'Sun of Consciousness' (2025), el terreno artificial de la artista nigeriana-estadounidense Precious Okoyomon que da la bienvenida al visitante en la nueva edición de la Bienal de São Paulo.

Toda bienal de arte que se precie aspira a ser un comentario sobre el estado del mundo. La de São Paulo, segunda en antigüedad tras la de Venecia y la más prestigiosa del hemisferio sur, conocida por su posicionamiento político desde su fundación en 1951, no iba a ser una excepción. El responsable de su nueva edición, el camerunés Bonaventure Soh Bejeng Ndikung, que dirige la Casa de las Culturas del Mundo de Berlín, lo expresaba sin rodeos este jueves durante la presentación de la gran cita con el arte, que abrirá sus puertas al público el sábado. “No tengo una tesis que formular, pero sí una preocupación por el rumbo del mundo. ¿Cómo salvar a la humanidad de este camino violento y tóxico?”, se preguntaba Ndikung, que ha pilotado la cita con un equipo de otros cinco comisarios internacionales. “Quizá existan otras vías y sospecho que los artistas pueden ayudarnos a encontrarlas. Mi obsesión, dentro y fuera de esta bienal, es la misma: ¿cómo podemos vivir mejor juntos?”.

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'Terra viva', obra de la brasileña Marlene Almeida hecha de tela y témpera, concebida para la Bienal de São Paulo.De izquierda a derecha, el equipo de comisarios de la nueva Bienal de Sao Paulo, Keyna Eleison, Alya Sebti, Bonaventure Soh Bejeng Ndikung (comisario jefe, en el centro), Henriette Gallus, Anna Roberta Goetz y Thiago de Paula Souza.La instalación de la artista cubana María Magdalena Campos-Pons, inspirada en la santería, en la 36ª Bienal de São Paulo. La cita artística más importante del hemisferio sur se convierte en un manifiesto por otras formas de vivir, saber y crear, con las culturas indígenas y otros excluidos en el centro del relato  

Toda bienal de arte que se precie aspira a ser un comentario sobre el estado del mundo. La de São Paulo, segunda en antigüedad tras la de Venecia y la más prestigiosa del hemisferio sur, conocida por su posicionamiento político desde su fundación en 1951, no iba a ser una excepción. El responsable de su nueva edición, el camerunés Bonaventure Soh Bejeng Ndikung, que dirige la Casa de las Culturas del Mundo de Berlín, lo expresaba sin rodeos este jueves durante la presentación de la gran cita con el arte, que abrirá sus puertas al público el sábado. “No tengo una tesis que formular, pero sí una preocupación por el rumbo del mundo. ¿Cómo salvar a la humanidad de este camino violento y tóxico?”, se preguntaba Ndikung, que ha pilotado la cita con un equipo de otros cinco comisarios internacionales. “Quizá existan otras vías y sospecho que los artistas pueden ayudarnos a encontrarlas. Mi obsesión, dentro y fuera de esta bienal, es la misma: ¿cómo podemos vivir mejor juntos?”.

El asunto central de esta bienal es “la humanidad”, concepto banal pero rara vez abordado como tema de una gran exposición de arte. Ndikung se distancia del humanismo ilustrado, centrado en el hombre blanco y excluyente con mujeres, esclavos o pueblos indígenas, para proponer una noción más abierta y respetuosa con las otras especies. La muestra reivindica los saberes de culturas como la yoruba, nguemba, amazigh, urdu, mori, candomblé o sufí, y se enriquece también, como ya es habitual en este tipo de citas, de la tradición feminista, negra y queer.

'Terra viva', obra de la brasileña Marlene Almeida hecha de tela y témpera, concebida para la Bienal de São Paulo.

En la sede histórica del Pabellón Ciccillo Matarazzo, una de las obras maestras de Oscar Niemeyer, se despliega una edición concebida como un ejercicio “de escucha y encuentro”. Este gran prisma blanco, con su planta libre, rampas helicoidales y tres pisos diáfanos, vuelve a ser escenario idóneo para una cita de gran formato, abierta y gratuita para todos. La metáfora que inspira está edición es la del estuario, un lugar donde tradiciones, disciplinas e ideas procedentes de distintas orillas confluyen y se transforman en una nueva entidad común. En total, se exhiben 125 obras de artistas y colectivos, articuladas en seis núcleos que abordan cuestiones centrales de nuestro presente.

En la planta baja, rodeada por la naturaleza del Parque Ibirapuera, varias obras giran en torno a la tierra como un nuevo oro en este planeta en crisis. Precious Okoyomon recrea un terreno artificial en el interior del edificio, mientras el colectivo Sertão Negro, vinculado al quilombismo, levanta un muro de arcilla que alberga un museo informal de saberes indígenas, junto a otras variantes del antiguo gabinete de curiosidades. La idea de comunidad atraviesa los lienzos de Frank Bowling, en un diálogo entre tradiciones que oscila entre lo estimulante y lo previsible, porque ya se ha visto en otras citas parecidas.

Esta edición prolonga el rumbo abierto por Manuel Borja-Villel, miembro del equipo de comisarios de la edición anterior, que situó la decolonización y las contranarrativas históricas en el centro con un 80% de artistas no blancos, y se anticipó a la Bienal de Venecia de 2024, del brasileño Adriano Pedrosa, con su histórico despliegue de artistas indígenas. Algunos artistas y propuestas se repiten aquí.

De izquierda a derecha, el equipo de comisarios de la nueva Bienal de Sao Paulo, Keyna Eleison, Alya Sebti, Bonaventure Soh Bejeng Ndikung (comisario jefe, en el centro), Henriette Gallus, Anna Roberta Goetz y Thiago de Paula Souza.

Varios trabajos plantean formas de resistencia frente a la deshumanización, la expoliación de la tierra y la nueva deriva autoritaria. Evocan memorias del esclavismo o de la apropiación territorial, a la vez que defienden modelos alternativos a la monocultura de la plantación. Otro apartado aborda las migraciones forzadas, las transformaciones urbanas y los nuevos encuentros entre humanos, animales, máquinas, virus y bacterias. Las obras retratan la belleza distraída de un mundo en ruinas, poblado de cíborgs y otras criaturas híbridas. La artista francesa Laure Prouvost presenta una flor imposible, hecha de vidrio, tela y cemento, con pétalos en forma de senos que dejan caer sus semillas sobre el visitante.

Los textos explicativos son discretos y las cartelas casi están escondidas para favorecer el contacto directo con las obras, libre de prejuicios. “Hay demasiadas palabras en el mundo del arte”, sonríe Ndikung. Nombres consagrados como Isa Genzken, Kader Attia, Óscar Murillo o Wolfgang Tillmans conviven en igualdad con artistas desconocidos para el público occidental, en su mayoría pertenecientes a culturas nativas.

Cruzado en un rincón discreto, Tillmans presenta una serie fotográfica de ríos, del Nilo al Congo, que ha retratado durante 25 años y que ahora reúne por primera vez. “Al verlos juntos, me pareció oírlos hablar entre sí, como si establecieran un diálogo silencioso que hasta entonces no había imaginado”, explicaba. Para él, la palabra humanidad, lastrada por su asociación con ese modelo ilustrado y excluyente, ha recuperado un sentido distinto. “Es más abierto, humilde y ligado a la práctica de la coexistencia. Lo esencial es escucharnos, vernos y reconocernos. Eso es lo que encuentro tan conmovedor en esta bienal”, decía.

La instalación de la artista cubana María Magdalena Campos-Pons, inspirada en la santería, en la 36ª Bienal de São Paulo.

En São Paulo, la belleza se reivindica como un acto de resistencia frente a la austeridad feísta que domina buena parte del arte contemporáneo. La bienal apuesta por el color, por una puesta en escena sensual y por un lenguaje poético que, según sus responsables, es capaz de llegar más lejos que el discurso abiertamente político, porque condensa significados, abre posibilidades e imagina nuevos mundos.

“Puede sonar ingenuo, pero no me queda más remedio que confiar en el poder del arte para transformar”, afirma Ndikung. “Los artistas no siempre detienen guerras, pero pueden educar, revelar y adelantarse a los acontecimientos. En los años treinta, muchos intuyeron el fascismo antes de que estallara. Yo aprendí más sobre la historia de España a través de los cuadros de Goya que con cualquier manual”. Ese es, insiste, el poder del arte. “Y, en tiempos como estos, sería insensato ignorarlo”.

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