Las películas que exploran las mentes y los cuerpos de las mujeres en torno al aborto en ambientes opresivos tienen en el doblete formado por 4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu, y El secreto de Vera Drake, de Mike Leigh, dos posibles paradigmas para la narración, el tono y las decisiones de estilo. La primera, áspera como una lija en la córnea, de un realismo casi inmersivo; la segunda, compleja y conmovedora como el dilema moral que contiene una temática que amalgama el alivio y el dolor. En su segunda obra, la georgiana Dea Kulumbegashvili da un paso más desde la rigurosidad del lenguaje cinematográfico y desde un activismo social cargado de simbolismo y provocación.
April
Dirección: Dea Kulumbegashvili.
Intérpretes: Ia Sukhitashvili, Kakha Kinturashvili, Merab Ninidze.
Género: drama. Georgia, 2024.
Duración: 134 minutos.
Estreno: 5 de septiembre.
En su segunda obra, la georgiana Dea Kulumbegashvili da un paso más hacia un activismo social cargado de simbolismo y provocación
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia
En su segunda obra, la georgiana Dea Kulumbegashvili da un paso más hacia un activismo social cargado de simbolismo y provocación
Tráiler de ‘April’
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Las películas que exploran las mentes y los cuerpos de las mujeres en torno al aborto en ambientes opresivos tienen en el doblete formado por 4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu, y El secreto de Vera Drake, de Mike Leigh, dos posibles paradigmas para la narración, el tono y las decisiones de estilo. La primera, áspera como una lija en la córnea, de un realismo casi inmersivo; la segunda, compleja y conmovedora como el dilema moral que contiene una temática que amalgama el alivio y el dolor. En su segunda obra, la georgiana Dea Kulumbegashvili da un paso más desde la rigurosidad del lenguaje cinematográfico y desde un activismo social cargado de simbolismo y provocación.
Beginning, la ópera prima de Kulumbegashvili, que arrasó en el festival de San Sebastián de 2020 con la Concha de Oro y los premios a la mejor dirección, guion y actriz, dejó extasiada a una mayoría de la crítica, la más proclive a la exaltación del experimentalismo, frente a los tiranos del relato y la turbación a través de los personajes. Sin embargo, quizá estemos los de en medio —llamadnos equidistantes como posible insulto ideológico y cultural—, los que agradecemos la vanguardia y la búsqueda de nuevas vías, pero no nos tragamos cualquier sapo con ínfulas de ruptura. Esas películas que parecen realizadas para contentar a los apóstoles de Locarno y otros festivales con fama de seleccionar cualquier cosa que huela a escupitajo contra el clasicismo. Y Beginning, que poseía abundantes planos imponentes alargados durante minutos sin corte de montaje, dispuestos para el arrebato, también se podía atragantar como un mantecado en agosto. Algo que le puede ocurrir a April, con una sistemática que sumará razones para que ambos bandos se enquisten en su trinchera.

Kulumbegashvili, hija de la ferocidad de cineastas como Michael Haneke y Carlos Reygadas, entronca en cambio en April con una suerte de simbolismo fantasmal que huele por varios costados al Apichatpong Weerasethakul de Tío Boonme recuerda sus vidas pasadas. La cineasta georgiana tiene una mirada poderosa y rigurosa, de una exigencia máxima, que no siempre alcanza ni el brío ni el arte que se le presupone por su atrevimiento. Sobre todo, cuando su continua (e interesante) búsqueda de la incomodidad del espectador se desvía hacia ese cine de la crueldad tan de moda en la última década, y que tantas desavenencias encuentra no ya entre el cinéfilo más o menos despistado o informado, sino entre una parte de los especialistas. Ese momento en el que el mal llamado cine lento (no hay cine lento ni rápido, sino con un ritmo adecuado o inadecuado para narrar y mostrar lo que se está contando) se encuentra además con la provocación de un cierto sadismo que solo busca sordidez.
Las desventuras personales, profesionales y sociales de la obstetra que practica abortos a mujeres que, a causa de la presión de sus maridos en zonas rurales, no se les permite interrumpir el embarazo, se cuentan a través de tomas alargadas en el tiempo sin cortes de montaje, de hasta cuatro y cinco minutos. Alterna las composiciones impactantes con los encuadres feístas, sin apenas movimientos de cámara y con una fotografía grisácea que aletarga las emociones. Tampoco es que invente nada. De hecho, cuando en la parte final empieza a dejar infinito aire por encima de la cabeza de su personaje, cortándolo por el cuello en la parte inferior para así acogotarla aún más, nuestra memoria se retrotrae a hace pocos años y a los métodos de Pawel Pawlikowski en Ida.
Sin embargo, junto a algunas bravatas, Kulumbegashvili posee también una rotunda energía visual en momentos como el de la tormenta bíblica o en el sobrecogedor plano cenital del primer nacimiento en el paritorio. Si la presencia sobrenatural y onírica que puntea todo el metraje (nada escueto), una especie de anciana embarrada y desnuda, ajada y cortante, es un símbolo de la mujer masacrada por el patriarcado o el espectro de un feto solo lo sabe la directora. Lo incomprensible, de este modo, será visto por unos como la apoteosis de lo inquietante, y por otros como una muestra de superchería críptica. Y luego estamos los de en medio.
April
Dirección: Dea Kulumbegashvili.
Intérpretes: Ia Sukhitashvili, Kakha Kinturashvili, Merab Ninidze.
Género: drama. Georgia, 2024.
Duración: 134 minutos.
Estreno: 5 de septiembre.
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Sobre la firma

Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de ‘Hoy por hoy’, en la SER y de ‘Historia de nuestro cine’, en La2 de TVE. Autor de ‘De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos’. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.
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