Por fin, alguien habla definitivamente claro sobre los valores magnificados y las firmas sobrevaloradas en una sociedad del espectáculo ignara, apática y astigmática. Para que aprenda de una vez la lección, la ejemplar solvencia de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ha rechazado formalmente la candidatura de Andrés Rábago, El Roto, como académico de número. Lo hizo el lunes por la tarde, en la anochecida, y además, para que quedase claro el mensaje al orbe, no había candidato alternativo, ni había que escoger ni medir y dirimir méritos.
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ha rechazado formalmente la candidatura de Andrés Rábago, El Roto, como académico de número
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ha rechazado formalmente la candidatura de Andrés Rábago, ‘El Roto’, como académico de número


Por fin, alguien habla definitivamente claro sobre los valores magnificados y las firmas sobrevaloradas en una sociedad del espectáculo ignara, apática y astigmática. Para que aprenda de una vez la lección, la ejemplar solvencia de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ha rechazado formalmente la candidatura de Andrés Rábago, El Roto, como académico de número. Lo hizo el lunes por la tarde, en la anochecida, y además, para que quedase claro el mensaje al orbe, no había candidato alternativo, ni había que escoger ni medir y dirimir méritos.
Bastaba con decirle a El Roto que estaba lejos de alcanzar los méritos que atesoran sus señorías académicas, al menos a los ojos de la mayoría de sus eximios miembros, excepto aquellos que lo votaron, y en particular los tres promotores de su candidatura: el director de cine y escritor Manuel Gutiérrez Aragón, el escultor y profesor Juan Bordes y el historiador del arte y actual director del Museo del Prado, Miguel Falomir. No son la pinta, la niña y la bonita, de acuerdo, pero tampoco están mal del todo como padrinos académicos de uno de los nombres mayores de la opinión gráfica en España. La vieja analogía que dice que a veces el editorial más poderoso está en una buena viñeta sigue vigente: se dijo en los tiempos del posfranquismo y la transición, porque fue una etapa especialmente rica del humor gráfico, pero sigue siendo verdad en la España de hoy, la de las redes, la prisa y el sectarismo programático de quienes prefieren ignorar la mitad de la realidad social y moral española y fingirse académicos unicornios unánimes y universales.
Las academias son entes con vida propia y se rigen por códigos escritos de conducta y códigos no escritos, que son obviamente los que importan de verdad. Es decir, ¿de verdad alguien cree que un viñetista de la garra, la osadía, la valentía y la independencia comprometida y a menudo irritante de Rábago puede aspirar a sentarse en los sillones de una Academia de Bellas Artes? ¿Qué tiene de bello el arte de Rábago si no es la originalidad de la mirada, el desvío de la opinión común, la subversión de los mantras, la acidez sin piedad o la hondura metida en media frase? ¿Eso es lo que ha de entrar en una Academia con apellido Real, y en España, y en siglo XXI, y en 2025?
No me cabe duda de que los 410.000 suscriptores de EL PAÍS comparten a machamartillo, a pies juntillas y casi con mantilla el criterio de los señores académicos, que han ejercido de forma ejemplar su libertad y han decidido que a uno de los más grandes viñetistas del último medio siglo largo no iban a hacerle un sitio entre sus sitios: demasiado incisivo, demasiado libre, demasiado ofensivo, demasiado corrosivo. ¿De verdad va a ser relevante, además, que El Roto ilustrase dos sensacionales libros de Manuel Vicent como No pongas tus socias manos de Mozart y Crónica urbanas?
Ahora que caigo, en el ambiente de ecuanimidad y respeto intelectual y mediático por la verdad y los méritos que impera en la capital de España, a nadie se le ocurre que a los señores eximios les haya pesado que El Roto sea poco menos que un icono de lo mejor que ha dado de sí EL PAÍS, a punto de hacer medio siglo. Eso no sería un dato digno de tener en cuenta a la hora de valorar la relevancia y el impacto de sus viñetas, por favor. Igual le falta academicismo, docilidad, banalidad y superficialidad, o quizá le sobra acidez, coraje y escepticismo con sesgo nihilista. Un lío: allí habrán pensado que mejor mandar a la mierda a El Roto, y pasamos a otro asunto. Eso es tener bello criterio artístico.
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Sobre la firma

Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de ‘TintaLibre’. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.
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