Si vamos a hablar de bolsos, bien podemos empezar por el Birkin. Ese fetiche, pilar maestro de Hermès, nacido hace 44 años de un encuentro fortuito entre Jane Birkin y Jean-Louis Dumas, entonces director artístico de la enseña, en un vuelo de Air France rumbo a Londres. La actriz, con su capazo atiborrado en el regazo, se quejaba de lo imposible de encontrar un bolso que pudiese acarrear el ajetreo de la vida de una madre joven. El empresario tomó nota y, para cuando el avión aterrizó, había esbozado el croquis del que se convertiría en un objeto de deseo, leyenda y memoria colectiva. El resto es historia. En 1985 la firma pulió aquel prototipo y, tras pedir permiso a su musa para ponerle su nombre, sacó a la venta el Birkin que hoy conocemos. El mismo que han coleccionado por docenas Virgil Abloh, Drake, Victoria Beckham y la socialité singapurense Jamie Chua; que Jeff Koons ha convertido en obra de arte; al que Jay-Z le rapeó en 03’ Bonnie & Clyde, y cuya versión beta, la que colgó del brazo de la francesa, se subastó este julio en Sotheby’s por 7 millones de euros (8,6, tras impuestos y comisiones).
“En realidad es una ganga”, dice Sarah Davis, cofundadora de Fashionphile, la plataforma de lujo especializada en la compra y venta de bolsos y accesorios de segunda mano. “Ocho millones y medio por el prototipo original de Jane Birkin pueden sonar astronómicos, pero en el mundo de los coleccionables culturales no lo son”, dice. Sopésenlo frente a los 24 millones por los que se vendió la camiseta con la que Babe Ruth bateó su legendario home run anunciado en la Serie Mundial de 1932, los 28 de los chapines de rubíes de Judy Garland o los casi 18 del Rolex Daytona que Joanne Woodward le regaló a Paul Newman. Cuadra. “Es la Mona Lisa de los bolsos”, tildaba Aurélie Vassy, responsable en Europa del Departamento de Moda y Artículos de Piel de Sotheby’s, unos días antes de la candente subasta frente a la vitrina que exhibía el trofeo. “El bolso personal de Jane Birkin no es solo un bolso”, espeta Davis, “es un artefacto cultural. Y su venta recalca lo que siempre hemos dicho: el lujo autentificado es más que estilo. Es una inversión tangible”.
Tan codiciado como elusivo —para hacerse con uno no vale con tener una cuenta bancaria abultada; también hacen falta contactos y mucha paciencia—, siempre se ha dicho que un birkin es mejor negocio que el oro. Que doble su valor cada lustro —y Wall Street siga de cerca su cotización de reventa como un activo alternativo, en la línea de las criptomonedas o el arte— constata que la frase no es solo un titular facilón. Era de rigor incluirlo entre los 25 diseños —todos con nombre propio y sin necesidad de presentación— de los que da cuenta The Book of Iconic Bags, el tomo que Assouline acaba de publicar con Fashionphile: 280 páginas que escudriñan, diseccionan, ponderan y, sobre todo, “celebran estos diseños no solo como accesorios sino como objetos culturales”, dice Davis. Están los grandes clásicos: del 2.55 de Chanel al Kelly. El catódico Baguette, de Fendi. El incombustible Speedy, de Vuitton. Los mitómanos Lady Dior y Jackie, de Gucci. El disruptivo Falabella, de McCartney. El polarizante Minaudière, de Judith Leiber. Y triunfadores flamantes como el Chiquito, de Jacquemus, y el Cassette, de Bottega.
Desde que abrió en 1999, por Fashionphile han pasado más de un millón de bolsos. “Así que codificar lo que hace un bolso icónico fue algo natural”, asegura su cofundadora. No se trataba solo de volúmenes de venta. También de longevidad, relevancia cultural e influencia estética. Más de uno de sus favoritos personales se quedó fuera porque no cumplía el requisito troncal, haber moldeado la historia de la moda. “Pero vuelve a preguntarme en 10 años y tal vez lo hagan”, dice. Nacido de décadas de inmersión en este mundo, el libro “estaba suplicando ser escrito”. La idea, de hecho, surgió del calendario que Fashionphile edita cada Navidad para sus clientes desde hace más de 10 años. A lo Pirelli, pero con fotos de celines y loewes en vez de famosos en poses sugerentes. “Un coffee table [libro para exhibir en la mesa del salón] era un siguiente paso natural. The Book of Iconic Bags es una extensión de ese mismo instinto: brindar a la comunidad formas tangibles de conectar con los diseños que aman”.
En ello llevan más de un cuarto de siglo. Pionero en su especie, Fashionphile arrancó “cuando eBay era el único jugador y la autenticación y el fraude planteaban un reto importante”, recuerda Davis. La empresaria vio la oportunidad de crear un espacio donde vender y comprar con confianza y así abrió uno de los primeros canales de un negocio que ya alcanza los 69.000 millones de dólares y crece dos veces más rápido que su análogo de primera mano. Las proyecciones más optimistas lo cifran en 110.000 millones para 2030.
¿Quién dijo crisis? “Honestamente, creo que la demanda de lujo nunca ha sido más fuerte”, afirma. Pero el apetito ya no se satisface únicamente en las boutiques. El tablero de juego ha cambiado. O, más bien, se ha ampliado. “Las marcas de lujo ahora compiten no solo entre ellas, sino también con un mercado de reventa de 40.000 millones de dólares que muchas veces vende exactamente lo mismo que ellas, pero a precios más bajos”.
Si se dedicaron a los bolsos es porque “son la categoría más visible, coleccionable y versátil dentro del lujo”. También la más lucrativa: suponen hasta la mitad de los ingresos de las grandes firmas. Citando a Anna Dello Russo: “Los accesorios son las vitaminas de la moda. Los bolsos, el plato principal”. Por múltiples razones. “Trascienden generaciones, tienen una utilidad diaria, y a menudo cuentan una historia que va más allá de la moda. Piensa en Grace Kelly escondiendo su embarazo tras su hermès en la portada de Life, o en el Baguette de Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York. Esa combinación de utilidad, simbolismo y narrativa es la razón por la que los bolsos dominan la conversación del lujo”, afirma Davis.
Célebres, sí. Superventas, también. Pero calzarse el título de icono —tan manoseado en la jerga de la moda que está al borde del vacío semántico— son palabras mayores. “Se ha convertido en una muletilla, pero nuestra definición se basa en la historia y el impacto, no en el bombo momentáneo”. La cosa va de artesanía, permanencia, repercusión, influencia. “Un icono trasciende el tiempo. Es una línea que supera tajante tendencias y modas pasajeras. Cuenta una historia que perdura. Tiene un peso cultural”, apuntala Davis. No confundir con un símbolo de estatus —aunque a veces se solapen—, más pendiente de exhibir riqueza y exclusividad. “Cierra los ojos y visualiza tu marca favorita. Los estilos que te vienen de inmediato a la mente, esos son los verdaderos iconos. No necesitan introducción ni explicación. Y no cualquiera llega a serlo”, concluye.
Hay bolsos que han forjado una narrativa que trasciende la moda. Un libro en el que colabora la plataforma de segunda mano Fashionphile recoge los 25 que se han ganado la credencial de icono
Si vamos a hablar de bolsos, bien podemos empezar por el Birkin. Ese fetiche, pilar maestro de Hermès, nacido hace 44 años de un encuentro fortuito entre Jane Birkin y Jean-Louis Dumas, entonces director artístico de la enseña, en un vuelo de Air France rumbo a Londres. La actriz, con su capazo atiborrado en el regazo, se quejaba de lo imposible de encontrar un bolso que pudiese acarrear el ajetreo de la vida de una madre joven. El empresario tomó nota y, para cuando el avión aterrizó, había esbozado el croquis del que se convertiría en un objeto de deseo, leyenda y memoria colectiva. El resto es historia. En 1985 la firma pulió aquel prototipo y, tras pedir permiso a su musa para ponerle su nombre, sacó a la venta el Birkin que hoy conocemos. El mismo que han coleccionado por docenas Virgil Abloh, Drake, Victoria Beckham y la socialité singapurense Jamie Chua; que Jeff Koons ha convertido en obra de arte; al que Jay-Z le rapeó en 03’ Bonnie & Clyde, y cuya versión beta, la que colgó del brazo de la francesa, se subastó este julio en Sotheby’s por 7 millones de euros (8,6, tras impuestos y comisiones).
“En realidad es una ganga”, dice Sarah Davis, cofundadora de Fashionphile, la plataforma de lujo especializada en la compra y venta de bolsos y accesorios de segunda mano. “Ocho millones y medio por el prototipo original de Jane Birkin pueden sonar astronómicos, pero en el mundo de los coleccionables culturales no lo son”, dice. Sopésenlo frente a los 24 millones por los que se vendió la camiseta con la que Babe Ruth bateó su legendario home run anunciado en la Serie Mundial de 1932, los 28 de los chapines de rubíes de Judy Garland o los casi 18 del Rolex Daytona que Joanne Woodward le regaló a Paul Newman. Cuadra. “Es la Mona Lisa de los bolsos”, tildaba Aurélie Vassy, responsable en Europa del Departamento de Moda y Artículos de Piel de Sotheby’s, unos días antes de la candente subasta frente a la vitrina que exhibía el trofeo. “El bolso personal de Jane Birkin no es solo un bolso”, espeta Davis, “es un artefacto cultural. Y su venta recalca lo que siempre hemos dicho: el lujo autentificado es más que estilo. Es una inversión tangible”.
Tan codiciado como elusivo —para hacerse con uno no vale con tener una cuenta bancaria abultada; también hacen falta contactos y mucha paciencia—, siempre se ha dicho que un birkin es mejor negocio que el oro. Que doble su valor cada lustro —y Wall Street siga de cerca su cotización de reventa como un activo alternativo, en la línea de las criptomonedas o el arte— constata que la frase no es solo un titular facilón. Era de rigor incluirlo entre los 25 diseños —todos con nombre propio y sin necesidad de presentación— de los que da cuenta The Book of Iconic Bags, el tomo que Assouline acaba de publicar con Fashionphile: 280 páginas que escudriñan, diseccionan, ponderan y, sobre todo, “celebran estos diseños no solo como accesorios sino como objetos culturales”, dice Davis. Están los grandes clásicos: del 2.55 de Chanel al Kelly. El catódico Baguette, de Fendi. El incombustible Speedy, de Vuitton. Los mitómanos Lady Dior y Jackie, de Gucci. El disruptivo Falabella, de McCartney. El polarizante Minaudière, de Judith Leiber. Y triunfadores flamantes como el Chiquito, de Jacquemus, y el Cassette, de Bottega.
Desde que abrió en 1999, por Fashionphile han pasado más de un millón de bolsos. “Así que codificar lo que hace un bolso icónico fue algo natural”, asegura su cofundadora. No se trataba solo de volúmenes de venta. También de longevidad, relevancia cultural e influencia estética. Más de uno de sus favoritos personales se quedó fuera porque no cumplía el requisito troncal, haber moldeado la historia de la moda. “Pero vuelve a preguntarme en 10 años y tal vez lo hagan”, dice. Nacido de décadas de inmersión en este mundo, el libro “estaba suplicando ser escrito”. La idea, de hecho, surgió del calendario que Fashionphile edita cada Navidad para sus clientes desde hace más de 10 años. A lo Pirelli, pero con fotos de celines y loewes en vez de famosos en poses sugerentes. “Un coffee table [libro para exhibir en la mesa del salón] era un siguiente paso natural. The Book of Iconic Bags es una extensión de ese mismo instinto: brindar a la comunidad formas tangibles de conectar con los diseños que aman”.
En ello llevan más de un cuarto de siglo. Pionero en su especie, Fashionphile arrancó “cuando eBay era el único jugador y la autenticación y el fraude planteaban un reto importante”, recuerda Davis. La empresaria vio la oportunidad de crear un espacio donde vender y comprar con confianza y así abrió uno de los primeros canales de un negocio que ya alcanza los 69.000 millones de dólares y crece dos veces más rápido que su análogo de primera mano. Las proyecciones más optimistas lo cifran en 110.000 millones para 2030.
¿Quién dijo crisis? “Honestamente, creo que la demanda de lujo nunca ha sido más fuerte”, afirma. Pero el apetito ya no se satisface únicamente en las boutiques. El tablero de juego ha cambiado. O, más bien, se ha ampliado. “Las marcas de lujo ahora compiten no solo entre ellas, sino también con un mercado de reventa de 40.000 millones de dólares que muchas veces vende exactamente lo mismo que ellas, pero a precios más bajos”.
Si se dedicaron a los bolsos es porque “son la categoría más visible, coleccionable y versátil dentro del lujo”. También la más lucrativa: suponen hasta la mitad de los ingresos de las grandes firmas. Citando a Anna Dello Russo: “Los accesorios son las vitaminas de la moda. Los bolsos, el plato principal”. Por múltiples razones. “Trascienden generaciones, tienen una utilidad diaria, y a menudo cuentan una historia que va más allá de la moda. Piensa en Grace Kelly escondiendo su embarazo tras su hermès en la portada de Life, o en el Baguette de Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York. Esa combinación de utilidad, simbolismo y narrativa es la razón por la que los bolsos dominan la conversación del lujo”, afirma Davis.
Célebres, sí. Superventas, también. Pero calzarse el título de icono —tan manoseado en la jerga de la moda que está al borde del vacío semántico— son palabras mayores. “Se ha convertido en una muletilla, pero nuestra definición se basa en la historia y el impacto, no en el bombo momentáneo”. La cosa va de artesanía, permanencia, repercusión, influencia. “Un icono trasciende el tiempo. Es una línea que supera tajante tendencias y modas pasajeras. Cuenta una historia que perdura. Tiene un peso cultural”, apuntala Davis. No confundir con un símbolo de estatus —aunque a veces se solapen—, más pendiente de exhibir riqueza y exclusividad. “Cierra los ojos y visualiza tu marca favorita. Los estilos que te vienen de inmediato a la mente, esos son los verdaderos iconos. No necesitan introducción ni explicación. Y no cualquiera llega a serlo”, concluye.
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