La National Portrait Gallery, que sintetiza la historia y la personalidad del Reino Unido a través de su maravillosa colección de retratos de personajes célebres, remodeló sus instalaciones y cambió de cara en junio de 2023, después de permanecer cerrada tres años. La portada del nuevo libro oficial del museo, que se publicó para la ocasión y reúne sus obras más relevantes, es la foto que Brian Duffy tomó de David Bowie, transmutado en uno de sus primeros personajes, Ziggy Stardust. Con el tupé endiablado y los pelos rojizos encrespados, la mirada hipnótica, los ojos eléctricos, los pómulos de acero, la piel como de mármol y aquel rayo rojo y azul que recorría en diagonal su rostro e imitaron los cientos de miles de seguidores de uno de los artistas británicos más icónicos del siglo XX.
Un archivo elaborado por el propio artista reúne desde su icónico vestuario hasta sus esbozos y proyectos más íntimos
La National Portrait Gallery, que sintetiza la historia y la personalidad del Reino Unido a través de su maravillosa colección de retratos de personajes célebres, remodeló sus instalaciones y cambió de cara en junio de 2023, después de permanecer cerrada tres años. La portada del nuevo libro oficial del museo, que se publicó para la ocasión y reúne sus obras más relevantes, es la foto que Brian Duffy tomó de David Bowie, transmutado en uno de sus primeros personajes, Ziggy Stardust. Con el tupé endiablado y los pelos rojizos encrespados, la mirada hipnótica, los ojos eléctricos, los pómulos de acero, la piel como de mármol y aquel rayo rojo y azul que recorría en diagonal su rostro e imitaron los cientos de miles de seguidores de uno de los artistas británicos más icónicos del siglo XX.
Ha sido otro museo, el Victoria & Albert, el que acaba de abrir las puertas del proyecto más imaginativo y excitante que podía ponerse en marcha para celebrar el legado de Bowie. El David Bowie Center (DBC) reúne 90.000 objetos, desde los más mundanos a los más especiales, que relatan con un detalle obsesivo la inspiración, el proceso creativo y la obra del cantante y actor nacido en el londinense barrio de Brixton en 1947 y fallecido en Nueva York a los 69 años.
Pero este reportaje es como una muñeca rusa. Para llegar al meollo del asunto hay que explicar las caras anteriores. El DBC está en la planta segunda del Victoria&Albert East Storehouse (algo así como el Almacén Este del Victoria&Albert). Se trata de una inmensa nave localizada en el barrio de Hackney Wick, en el este de la capital, donde se encuentra el parque olímpico. Una zona industrial en plena ebullición, con salas de arte y restaurantes innovadores.
Como aquel enorme almacén, lleno de cajas con reliquias y tesoros, que recorría a saltos Indiana Jones en la película En Busca del Arca Perdida, al levantar la mirada en el centro del gran espacio que es este nuevo museo V&A, estanterías y más estanterías repletas de cuadros, muebles, objetos de arte, espadas o vestidos se elevan y extienden hasta donde alcanza la vista. Es un descomunal repositorio de arte e historia. El usuario tiene que solicitar previamente, a través de la página web de la institución, aquellos objetos concretos que desea ver en su visita.
El mismo concepto opera en el DBC. Con un límite de cinco peticiones, el admirador del cantante puede encerrarse en una sala de estudio preparada a tal efecto, o en el taller aledaño que cuida toda la ropa del artista, para estudiar esos rastros de Bowie.

Los conservadores del centro no han tenido que trabajar demasiado para ordenar el legado del artista. Consciente de su relevancia, casi de su inmortalidad, desde muy temprano, el cantante archivó hasta los detalles más nimios de su vida, junto a todas las referencias hacia su persona o hacia su obra de otros creadores o de sus millones de seguidores.
“Resulta alucinante el volumen de cosas que almacenó el propio Bowie. Desde apuntes a mano a bocetos elaborados sobre algún concepto. Todo es un poderoso recordatorio de que ninguna idea era demasiado pequeña para él. Y que trataba el proceso creativo como algo que merecía la pena documentar paso a paso. Es un modo de trabajar que aporta un abundante legado a artistas de todas las disciplinas”, explica la comisaria jefa del centro, Madeleine Haddon.
Algo más que una exposición
Los responsables del Victoria & Albert insisten en dejar claro que todo lo que contiene el DBC es mucho más que lo que ofrecía la legendaria exposición David Bowie Is, que recorrió el mundo desde 2013 a 2018 y congregó más de dos millones de visitantes, para convertirse en el proyecto con más éxito hasta la fecha de la institución. Aquello era un intento de poner en escena, a la vista, una visión completa de la vida y obra de Bowie. Algo ambicioso, pero a la fuerza limitado.
El centro recién abierto solo tiene nueve expositores permanentes, y tres de ellos rotarán cada seis meses. La idea es invitar a personas relevantes en la vida del cantante o en el panorama artístico a que seleccionen ellos mismos entre los 90.000 objetos y planteen su propia visión de aquel genio británico. En la actualidad puede verse la propuesta realizada conjuntamente por Nile Rodgers, el productor estadounidense que contribuyó al lanzamiento del álbum y sencillo histórico de Bowie, Let´s Dance, y la banda londinense The Last Dinner Party, cuyo premiado trabajo bebe directamente de la inspiración del cantante, al que profesan un amor incondicional.
“Muchos esperan una exposición tradicional, como fue la de David Bowie Is, pero este centro es algo mucho más diferente y emocionante. No es una exposición, es un archivo en constante progreso y un espacio para que el público se involucre, a base de investigación y descubrimiento”, explica la conservadora Haddon.
Todo era valioso para el cantante, que se reinventó a lo largo de varias décadas tanto en su música como en su persona. El Ziggy Stardust de la década de los sesenta pasó a ser el Delgado Duque Blanco (Thin White Duke, con sus controvertidas y polémicas opiniones filonazis que él atribuyó más tarde a un consumo descontrolado de drogas), o el Bowie elegante y seductor de la trilogía de Berlín que hizo en colaboración con Brian Eno.

El archivo guarda la paleta con pintura seca y un pincel imposible ya de recuperar con los que el joven Bowie pintaba sus primeros bocetos. O la foto en blanco y negro, probablemente sacada de un periódico y delicadamente enmarcada, de Little Richard, la razón que le llevó a ser músico, según contó el cantante, que siempre llevó consigo ese retrato.
Todos los espectaculares vestuarios que Alexander McQueen, Freddie Burretti o Kansai Yamamoto diseñaron para el artista se mantienen delicadamente conservados en el centro, para quien quiera apreciarlos. Pero también todos los pósit que Bowie rellenó con ideas para el musical basado en el 1984 de George Orwell que nunca llegó a realizar. O la carta, fría y burocrática, que le envió el sello discográfico Apple, de los Beatles, en la que la compañía rechaza los trabajos enviados en la década de los sesenta de un Bowie que se movía ya en la vanguardia londinense, pero con escaso predicamento.
Resulta muy llamativo que un constante innovador que nunca cayó en la tentación de seguir en la brecha con una visión nostálgica de su trabajo pasado, a base de recopilatorios de Greatest Hits, fuera sin embargo tan extremadamente meticuloso a la hora de archivar su historia personal y creativa en objetos personales y reliquias casi más de un santurrón que de una celebridad, más de una leyenda o de un icono que de un artista más o menos famoso.
El mismo hombre, revolucionario y premonitorio en su imagen sin género, andrógino y seductor, en su constante evolución y su paso polifacético por todas las artes (música, cine, fotografía, diseño…), demostró a la vez un fetichismo obsesivo por recopilar, casi con síndrome de Diógenes, recuerdos de su paso por este mundo como las cartas de sus fans, las muñecas cosidas a mano de Ziggy Stardust que le enviaban alguno de ellos, el trozo de madera del pub Carinda, en Australia, donde pasó algunos días, o la misiva cariñosa de los alumnos del Centro de Estudios Aborígenes de la Universidad de Adelaida que habían celebrado la aparición de aborígenes australianos en el video de Let´s Dance y le invitaban a una representación en su teatro.
La muerte de Bowie, en 2016, generó un inmenso duelo entre sus seguidores y un despliegue universal de adoración hacia el artista. Al recorrer todas las reliquias que archivó con meticulosidad, al constatar su intenso trabajo por crear una reconstrucción física de su rastro vital ―el artista llegó a pujar desde el anonimato en subastas donde salían a la venta objetos suyos personales en manos de otros propietarios―, queda la impresión de que el cantante era consciente de su destino futuro como santo laico.
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